El indiscreto encanto de Alfred Hitchcock

Un acercamiento a este genio comercial y a la vez exquisitamente polisémico, que es convocado por el ciclo Preámbulo del Centro de Cine

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Un encuentro con el surrealismo: de Buñuel a Dalí. En el libro El banquete de los genios (2013), el investigador Manuel Hidalgo nos cuenta cómo en la mansión de George Cukor se juntaron, a finales de 1972, algunos de los más célebres directores de Hollywood –de John Ford a Billy Wilder– para homenajear a Luis Buñuel, quien ese año había recibido el Óscar al mejor filme extranjero por su aclamada El discreto encanto de la burguesía.

En ese homenaje a Buñuel, entre los invitados se encontraba Alfred Hitchcock, tal vez el realizador hollywoodense con más afinidades con el surrealista español, por las obsesiones comunes que los persiguieron en muchos de sus filmes: el voyerismo, las mujeres y la sexualidad, las pesadillas, la muerte y la irracionalidad como rasgos ineludibles del comportamiento humano.

Hitchcock admiraba a Buñuel. Quizá por eso dijo alguna vez, entre irónico y egocéntrico, cuando le preguntaron al director que prefería: “Aparte de mí, a Buñuel”. La admiración de Hitchcock también se extendía a otro surrealista excéntrico y egocéntrico, Salvador Dalí, cocreador junto a Buñuel del escandaloso Un perro andaluz (1929).

Dalí fue contactado en los años 40 por el director inglés para que colaborara en el decorado de algunas secuencias oníricas de su filme Spellbound (1945). Esas secuencias, aunque fueron mutiladas y reducidas de manera significativa –apenas a tres minutos– por el productor de la película (David O. Selznick), resultaron sumamente importantes en la trama de este thriller amoroso con tintes psicoanalíticos que pretendía contar Hitchcock.

Spellbound: psicoanálisis, sueño y suspenso

Spellbound (conocida en español como Recuerda o Cuéntame tu vida , pero que también pudiera ser traducida como Hechizado o Encantado ), se inicia con una cita de William Shakespeare sobre la “culpa” y una explícita alusión al psicoanálisis como método de acercamiento a “los males de la sinrazón del alma humana”.

Así, en el filme, se hacen presentes desde los complejos de culpa y los traumas infantiles, hasta la fobia y la amnesia, en una historia que se desarrolla precisamente entre psicólogos, aunque sin dejar de lado los típicos giros de suspenso, relaciones amorosas apasionadas y rivalidades subyacentes a los que nos tiene habituados el cine hitchcockiano.

Basada en la novela The House of Dr. Edwardes (1927), de Hilary Saunders y John Palmer, la película tuvo a Ingrid Bergman y Gregory Peck como dúo protagónico. En el caso de la sueca Bergman, encarnó a la Dra. Petersen, una fría y distante psicoanalista que, sin embargo, se enamora del recién llegado Dr. Edwardes –representado por un joven Peck–, el nuevo director de un asilo psiquiátrico, que pronto sabremos no es quien dice ser…

Aunque Hitchcock no pudo realizar todas las ideas que tenía en mente para desarrollar la trama de su filme, entre ellas darles mayor peso y centralidad a las escenas oníricas del atormentado universo que Dalí concibió en las pesadillas del protagonista, logró al menos que esa secuencia daliniana se convirtiera en un punto de giro clave para entender los complejos de culpa, los traumas y la amnesia del personaje principal.

Como se afirma en una crítica especializada sobre el tema, si a Hitchcock le interesa el psicoanálisis en este filme, es por la figura del analista como “detective de los sueños”. Igualmente están muy presentes otros tics y obsesiones importantes del director: desde los señuelos o falsas pistas argumentales hasta los diálogos mordaces y ocurrentes; de los objetos fetiches peligrosos –como una navaja o un revólver– a la sublimación de las actrices rubias –en este caso, la bella Ingrid Bergman–.

A pesar de haber sido nominado a seis premios Óscar (entre ellos el de mejor director, filme, efectos especiales y música, único que ganó), Spellbound no llega a tener el misterio nostálgico y poético de un Vértigo (1958) o el entorno entre morboso y paranoide de Psicosis (1960). No obstante, en este filme, Hitchcock anticipa algunas de las claves fundamentales –narrativas, visuales, psicológicas– que caracterizaron lo mejor de su filmografía entre los años 50 y 60.

Ecos actuales: de Truffaut a Zizek

La trascendencia de Hitchcock, que fue catalogado durante mucho tiempo como un cineasta menor de policiacos y suspensos, comenzó a ser revalorizada por el realizador y crítico de la nueva ola francesa, Francois Truffaut, quien en 1966 escribió El cine según Hitchcock . Resultado de las largas conversaciones y el anecdotario del veterano director, a quien admiraba, en este libro Truffaut analizó la importancia de los imaginativos códigos narrativos y psicológicos de esas películas y sus universos simbólicos.

Sin embargo, la importancia de este director ha sido también reconocida desde la filosofía y el psicoanálisis, en este caso por el transgresor filósofo esloveno Slavoj Zizek, en un extenso y juguetón título que remite, además, a Woody Allen: Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Lacan y nunca se atrevió a preguntarle a Hitchcock (1988). Así, por ejemplo, en el artículo “El cuerpo sin órganos de Hitchcock”, Zizek retoma precisamente los filmes Vértigo y Psicosis , como paradigmas de un cine que puede ser analizado desde conceptos cercanos al psicoanálisis de filiación freudiana y lacaniana.

Por último, recientemente, el documental Hitchcock / Truffaut (Kent Jones, 2015) retoma no solo las grabaciones de la extensa conversación entre aquellos dos cineastas en los años 60, sino que además hace entrevistas a realizadores actuales de la talla de Martin Scorsese, Steven Spielberg, David Fincher, Richard Linklater o Wes Anderson, para constatar las deudas de estos con el maestro del suspenso.

El cine de Hitchcock fue en ocasiones criticado por atraer a un amplio público y por jugar de manera antojadiza o inverosímil con los códigos de la realidad, a lo que el realizador respondía descaradamente: “El cine no es un trozo de vida, sino un pedazo de pastel” . Por eso, si algo mantiene vivo y actual a este genio comercial y a la vez exquisitamente polisémico, es esa otra frase suya que lo acerca tanto a los sueños como al arte, al cine como a la vida: “Existe algo más importante que la lógica: es la imaginación”.