El huerto profanado de Anabelle Aguilar

El poemario Profanación del huerto es publicado por la Editorial Costa Rica.

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Yadira Calvo Fajardo

Profanación del huerto es una obra llena de pájaros, de añoranza, desencanto y pesadumbre, tal como se puede esperar de un huerto profanado: aquí, como señala la voz lírica, “la palabra se deshace atontada”, “repetida y goteante/ entre el / trepidante ruido”; una pareja no se besa sino que “intercambia saliva”; los cantos rodados son pájaros, pero “sin alas”; el halcón reconoce: “nos conformamos con desechos (...) aunque seamos arcángeles”.

Esa desolada desesperanza aparece una y otra vez en el poemario de Aguilar, en algunos casos ocupando varios versos con imágenes como la de los “pájaros azorados y confusos”, o como la del cisne que “reposa sobre la superficie” con un reflejo “inmenso y humilde”, o como esa en la que “con el ojo avizor/contemplamos/la aguja del reloj/lenta y aburrida/que se quedó milenios”.

Cuando Anabelle titula un apartado de su libro Alas inexactas , cuando nos describe un ala en un poema como “un pequeño codo/ descarnado y triste /con un ojo azul y ciego”; o cuando nos habla de la “media ala del turpial/ en la estrecha visión” de una ventana, nos está representando las consecuencias de profanar el huerto, la lisiadura que producen los abusos, la torpeza que resulta de no querer saber. Por todo esto, e nos indica a la vez que el huerto de su obra es mucho más que el clásico lugar ameno de los clásicos: es el mundo habitable, respirable, confortable.

Ella ha tenido que dejar atrás dos mundos: Venezuela, que arropó gran parte de su vida, a la que dejó atragantada por el régimen chavista; Costa Rica, que la vio nacer, a la que dejó voluntaria o casi voluntariamente al casarse. La pérdida del país natal se rememora sobre todo en el poema Cármenes , obviamente alusivo a Carmen Naranjo, en cuya casa no podía faltar “una danza sin adverbios/ coloreados con azul de metileno” y donde “llovía café en el campo/ chorreado en una bolsa”.

Este mundo acogedor y hermoso, que ya no es, se contrasta con el presente que ahora es, donde, dice la voz lírica, “ya esta infusión no huele/ en mi lejana leña/ ya no me cantan los yigüirros al oído”.

Las aves de esta obra son también los seres humanos. Algunos de ellos cuervos, algunos cisnes, gorriones, águilas o mirlos, y todos, en última instancia, la población del huerto que se profanó. Porque ese cuervo que “despedaza el lomito de una ardilla” aparece en el mismo poema ( Idus de marzo ) en el que se alude al “avión del tirano moribundo”, y antes de ese otro ( Mortuoria ), referido a los “mercaderes de aves [que] huelen las especies/en el aire rancio del mercado”, donde “ningún ave canta/ conocen su mañana /con altiva presencia”.

Como la de una nueva Casandra, la voz de este poemario anuncia: “tarde o temprano morirán/ casi al mismo tiempo/dejando grumos/de su sangre/ ellas serán/el penúltimo eslabón”. Pero esa voz que alude al huerto destruido anuncia también al castigo de quienes lo destruyeron: “Nadie escapa/ quien produce dolor/implacable/prepara/su propia sentencia/ el que busca encuentra”.

En el último poema, Información confidencial , confirma ese matiz pesimista y desesperado: “El destino/ y el lugar/ me encontraron/ no había limpiado /la casa/ quedaron/los cristales/con polvo/la cama/sin tender/ me desplacé /con soltura/al valle deseado/donde reposan/ sin lápida/unas alas / extendidas/ de mirlo/ no mis brazos”. Puesto que tradicionalmente el mirlo se asocia con la llegada de la primavera, y la primavera con la juventud y la felicidad, unas alas de mirlo sobre una lápida anuncia un mundo invernal, un mundo muerto.

En Trayecto , Aguilar escribe: “Abrazo paciente/los bordes de la tierra/y el sol medita/el reiniciar/de las verbenas”.

Esperamos que, en esa realidad de la que nos habla, el sol no pase meditando mucho tiempo, que decida expulsar del huerto a los tiranos, reiniciar las verbenas, restaurar lo profanado; que el ala vuelva a ser ala, que el canto sea uno, no importa cuántos cantos sean; que se logren los panes del inicio; y que pensar en los metales impuros y en la malversación de fondos no constituya una traba para soñar con “el ego de la dulce esperanza”.