El escritor mexicano José Emilio Pacheco fue un creador admirado y un cronista de muchas literaturas

Poeta y maestro. Pacheco fue poeta, ensayista, traductor y crítico literario

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El poeta mexicano José Emilio Pacheco falleció el pasado domingo 26 de enero. Su amigo, el escritor mexicano Enrique Krauze, publicó entonces un retrato de Pacheco en la revista Letras Libres . Esta semblanza había aparecido en el libro Retratos personales (Tusquets Editores, México, 2007). A continuación se la presenta resumida y con el permiso del autor.

* * *

Parafraseando a Hemingway, en la década de 1958 a 1968 la Ciudad de México era una fiesta, y en el centro de la fiesta estaba el joven José Emilio Pacheco, haciéndose cargo de la tradición literaria mexicana, no solo por haber leído a los grandes escritores, sino por recibir de ellos la palmada directa en el hombro.

Pacheco almorzaba con José Vasconcelos; visitaba a don Alfonso Reyes; frecuentaba a Julio Torri y a Martín Luis Guzmán; trabajaba con Elías Nandino y trabó amistad con Salvador Novo, Carlos Pellicer, José Gorostiza. Octavio Paz lo atendía en su despacho de Relaciones Exteriores.

Por si fuera poco, José Emilio pulió el oficio en el taller del orfebre Juan José Arreola, y se graduó en la universidad de la práctica con tres grandes editores: Jaime García Terrés en la Revista de la Universidad, Fernando Benítez en los sucesivos suplementos culturales de Novedades y Siempre!, y Ramón Xirau en Diálogos. José Emilio era amigo de Carlos Fuentes, Salvador Elizondo, Eduardo Lizalde, Emmanuel Carballo, Sergio Pitol, Juan García Ponce, Gabriel Zaid, Alejandro Rossi, Julieta Campos, Jorge Ibargüengoitia, José de la Colina, la lista de la llamada Generación de Medio Siglo, una de las más fructíferas de la historia cultural de México.

Laborioso humanista. Equidistantes como en un triángulo perfecto de la casa de José Emilio en la colonia Condesa de la Ciudad de México, vivían Alfonso Reyes y Octavio Paz. Hay otras equidistancias entre los tres humanistas. Los tres pasaron de la poesía a la prosa, los tres escribieron obras de teatro y relatos, los tres editaron revistas y publicaron visiones originales sobre la literatura nacional.

Siguiendo a Reyes, José Emilio tendió puentes desde la literatura en lengua española hacia el pasado clásico y la tradición inglesa. Y por la senda de Paz, Pacheco tradujo haikús japoneses y publicò la versión definitiva de su traducción de los Cuatro cuartetos, de T. S. Eliot.

Muchos buenos escritores se malograron en México en espera de que los dioses los inspiraran para hacer la obra inmortal, mientras desdeñaban otras ramas del trabajo literario. No fue el caso de José Emilio. Compilar antologías equiparables a las que se hacen en Oxford o Harvard, reseñar libros a conciencia, trazar rigurosas cronologías, vigilar hasta los mínimos detalles de una edición (la tipografía, el diseño, las notas a pie de página) eran para él empeños que hallaban satisfacción en sí mismos, obras de la pasión y del amor.

Fecundo y generoso. Desde muy joven, José Emilio comenzó a cultivar el género del artículo sobre temas varios de literatura e historia, mexicana y universal. En su modestia y variedad estaba su grandeza. En ellos se educaron los mejores críticos contemporáneos. Eran textos enciclopédicos, siempre animados por la gracia y la curiosidad.

Por el Inventario de este escritor mexicano pasaron, semana a semana, durante casi medio siglo, buena parte de la literatura universal, no como interpretación pedante y críptica, sino como una crónica que vincula, con emotividad y sabiduría, obras, autores y circunstancias. Su vocación de servicio cultural fue una de las más cumplidas que registra la historia de las letras mexicanas.

“Nada altera el desastre: llena el mundo / la caudal pesadumbre de la sangre” comienza el libro El reposo del fuego, publicado en 1966 por José Emilio Pacheco, melancólico poeta de 25 años de edad. A la desesperanza del libro no la precedió el gozo de un Cantar de los cantares.

Con el tiempo, el joven poeta fue hallando nuevos filones de pesadumbre, ya no solo existenciales sino sociales, políticos y aun ecológicos, en una poesía formalmente impecable, de una sencillez trabajada, depurada, que parecería escrita por un moderno Jeremías.

Ha muerto el autor de Las batallas en el desierto y Morirás lejos. A pesar de la tristeza casi desesperada que se oye como un lamento dentro de toda su obra, en José Emilio Pacheco existe una alegría que impregna todo lo que hizo: su fecundidad, su laboriosidad y su capacidad para amar y ser amigo manaban de esa alegría.