El despertar no esperó a Robin

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Por su extensión, La guerra y la paz podría ser la Ben Hur de las novelas. Alguno de los ingeniosos que nunca faltan (en realidad, siempre sobran) dijo que “la vida es muy breve para leer novelas rusas”. Empero, hoy basta con ir a una librería para comprobar que todos escriben novelas rusas en cualquier idioma.

Como no hay artículos en el idioma ruso (igual que en el griego), algunos traducen solamente Guerra y paz, pero se cree que, con la supresión de “La” y “la”, la lectura de esa novela no se reduce mucho.

Las novelas rusas del siglo XIX duraban más que las faltas de explicaciones de los ministros pues los autores rusos cobraban por las entregas semanales a los diarios rusos (todo era ruso entonces por allá), de manera que alargaban y alargaban los capítulos con una delirante arborescencia de subargumentos y semipersonajes que, a las 1.900 primeras páginas, terminaban más olvidados que los programas de gobierno.

Las incesantes entregas a los diarios convertían a los escritores rusos en unos entreguistas.

En cierto modo, La guerra y la paz es la novela de unos afrancesados que terminan en guerra contra Francia (la de Napoleón, e igual le ocurrió al afrancesado Goya).

En otro cierto modo, La guerra y la paz, de Lev Tolstói, es la novela de la brutalidad de las guerras de conquista que escribió un pacifista que fue militar en otra guerra (la de Crimea, guerra cuyo nombre se parece adecuadamente a “Crimen”).

Lev Tolstói fue veterano de una guerra, aunque su vida posterior enseñó que es mejor ser veterano de la paz. Alguien dice que el ser humano es un ser predominantemente egoísta y agresivo, pero esta “tesis” es siempre una autobiografía.

El psicólogo estadounidense Steve Pinker ha escrito un tratado extenso cual novela rusa, pero más emocionante: Los ángeles que llevamos dentro: El declive de la violencia y sus implicaciones (con la manía del título-dos-por-uno).

Pinker demuestra que la agresividad y sus consecuencias han bajado progresivamente en un ámbito mundial (no siempre local): bien por nosotros (que somos todos); pero ¿qué ocurre en pequeño, en el cara a cara, en ese abrazo de persona a persona que se da –o que no se da–?

La respuesta está en otro libro, del neurólogo birtánico Oliver Sacks: Despertares, bitácora de los milagros que solo hace la ciencia porque la ciencia no cree en milagros, sino en el conocimiento. Sacks cuenta historias de docenas de víctimas de un virus que causó encefalitis letárgica (un sueño casi eterno) en los Estados Unidos de los años 20.

Oliver Sacks despertó a las víctimas cuando les aplicó la medicina L-dopa. Muchos se recuperaron; otros no; y, entre estos, quienes recayeron y ansiaron morir y murieron fueron quienes no hallaron el amor de sus familias pues ya no existían o porque los habían abandonado.

La soledad mata; el amor es todo el aire que respira la felicidad.

Robin Williams actuó en la cinta Despertares encarnando a Oliver Sacks. Entonces concentró el amor del médico que salvó vidas; ahora deseamos, todos, haberle dado el amor que tal vez habría salvado la suya.