El arte, la ética y la popmodernidad

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Hay libros que aburren inmediatamente, e incluso antes, pero uno podría terminarlos si leyera solamente la última página. Sería difícil colocar, en el estante del tedio, algún libro del irlandés Oscar Wilde, aunque su drama Salomé no sea precisamente la alegría de un día de pago. Un drama aburrido es el arte escénico crucificado en las tablas.

Oscar Wilde se creyó “el rey de la vida”, pero murió bajo un nombre falso, con la calumnia a cuestas y el pelo corto en un pequeño hotel de París que aún alquila su habitación mortuoria en sucesivos euros a fetichistas del genio irlandés.

Las frases célebres de Oscar Wilde se parecen mucho a sus obras completas. Quizá por esto, y por curiosidad malévola, Jorge Luis Borges lamentaba que Wilde hubiese muerto en 1900, antes de que se publicara cierto libro en 1922: “Nunca sabremos qué epigrama le hubiera inspirado el Ulises de Joyce” (Biblioteca personal, cap. XXII).

Lo que sí conocemos es una ocurrencia del propio Borges, quien, como profesor de literatura, cuando debía abordar Ulises, recomendaba a sus alumnos leer libros que analizaban esa novela “o, en su defecto, Ulises , de Joyce”.

En la novela El retrato de Dorian Gray , Wilde formula unas de sus frases más citadas: “No existen libros morales o inmorales. Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo”. Todo no parece tan cierto.

Todas las acciones humanas conscientes pueden interpretarse éticamente, aunque algunas resulten neutras: ni buenas ni malas.

Si alguien suma 2 más 2 y obtiene 4, habrá ejecutado una acción sobre la que la ética se aburre: nada nos dice, como los presidentes que gobiernan muy limpiamente porque siempre se lavan las manos.

En cambio, si se suman 2 más 2 kilos de dinamita para armar una bomba, la suma seguirá siendo un ejercicio aritmético, pero se contaminará de malas intenciones.

Una obra de arte también puede ser ni buena ni mala en términos éticos, y, a la vez, estar bien o mal hecha en un sentido estético. Oscar Wilde no advirtió que la ética y la estética sí pueden sumarse.

Las películas El nacimiento de una nación (de Griffith) y El triunfo de la voluntad (de Riefenstahl) son dos obras de arte, pero también son exaltaciones del racismo; por tanto, son inmorales. Su apreciación estética nos exige tener muy claros nuestros valores éticos.

Solo la frivolidad popmoderna puede sostener que los artistas están exentos de las normas éticas. ¿Por qué solo los artistas: por qué no también los jardineros, las astronautas javanesas y los cardadores de lana de las vicuñas andinas?

El psicólogo Steven Pinker nos enseña: “En todas las culturas, las personas distinguen lo correcto de lo incorrecto” (La tabla rasa, cap. XI). Lo vitando siempre es lo mismo: mentir, robar abusar, matar... Nuestra ética es universal pues es natural, evolutiva y cerebral. Bien dijo Oscar Wilde: “Eso es todo”.