El álgebra lineal del escritor guatemalteco Eduardo Halfon

Un referente literario. Eduardo Halfon es un escritor que cuando es necesario puede ser Carver, Hemingway, Nábokov, sin dejar de ser Halfon. Juega con los estilos, no con el lector.

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Es guatemalteco, pero no siempre. Es judío, pero creció entre vírgenes y santos del sincretismo. Es ingeniero, pero escritor. Escribe, pero confunde. Eduardo Halfon es un narrador que construye y que se fortalece cuando chocan conceptos que, por definición, son opuestos.

Halfon aceptó la invitación de la Feria Internacional del Libro de Costa Rica 2016. Faltaba conocer en persona a este escritor porque sus libros se agotan en las librerías. Su narrativa ha ido madurando y sorprendiendo al mundo. Su voz, que es múltiple, se ha instalado en los lectores latinoamericanos. Algunas de sus características estilísticas tienen raíces en el traslapo de historias o intertextos. Su escritura parece conformar, a lo largo de sus relatos, algo que se asoma o quizá se la crónica de una sola historia.

Con su libro, El boxeador polaco , encontró el punto de no retorno. Anclado en la incertidumbre, recrea una realidad que, a la vez, no es ninguna, y con toda seguridad: es todas las realidades. Su estilo, alejado de cualquier barroquismo, es preciso, como si fuera trabajando cada frase por separado, para luego unirlas.

Ese cuidado en las palabras y sus derivaciones, va acompañada de una historia de vida, totalmente presente en su escritura. Entre las pistas que deja Halfon en su estilo, está el discurso del migrante. De abuelos judíos, vivió su infancia en Guatemala, un país profundamente traspasado por la fe católica; su familia entera se mudó a Estados Unidos, cuando la inseguridad los amenazó.

Terminó sus estudios universitarios en ese país y pasó el tiempo suficiente para sentirse estadounidense. Cuando terminó su carrera de Ingeniería Industrial, volvió a Guatemala con más incertidumbres que certezas.

Una vez de vuelta, decidió estudiar filosofía, la cual por accidente lo llevó a las letras. Comenzó a leer hasta que las lecturas lo guiaron a encontrar, entre todos esos autores, una voz propia, con la que se sintió cómodo para escribir.

Si bien las letras lo acercaron a su casa, también fueron las que lo alejaron de la ingeniería para siempre y con esto de la expectativa de su padre para que continuara con los negocios familiares.

Pocos días después de esta entrevista, va a nacer su primogénito, Leo. El día de publicación es también su último día en Costa Rica. Puede que lea esto en Costa Rica o en Nebraska, donde vive. Siempre un choque de opuestos. Una gran tensión. Es chapín, solo lleva un apellido: Halfon.

–Pasaste de la ingeniería industrial a la literatura, un álgebra casi incomprensible. No escribía antes; sin embargo, se convirtió en un gran lector. ¿Qué detonó ese cambio?

–No, nunca fui un gran lector; nunca leía. Nunca hubo libros en mi vida. Descubrí la literatura por accidente. Yo estaba de vuelta en Guatemala, tras pasar 12 años en Estados Unidos, terminando la escuela y la universidad. Apenas hablaba español; ya no conocía mi país natal ni sus costumbres. Me sentía como un extranjero que, de pronto, se ve obligado a vivir en un país ajeno. Y esa frustración se fue empeorando, año a año, hasta que algo me obligó a buscar ayuda o una respuesta. Volví a la universidad para tomar un par de cursos de filosofía, creyendo que quizá la filosofía, la razón, podía ayudarme. La carrera en Guatemala es Filosofía y Letras; es decir, una sola carrera. Si yo quería tomar cursos de filosofía, me dijeron, tendría que también tomar unos de literatura. Y el golpe fue inmediato. Caí rotundo por la ficción. No fue la filosofía la que me salvó, sino la literatura. Y me convertí de pronto en lector obsesivo. Quería leer todo lo que no había leído en mis 28 años. Y la consecuencia de tanta lectura, un par de años después, fue la escritura. Escribir, para mí, fue una consecuencia. Caí en la escritura, por accidente.

–La ambigüedad y las dicotomías son temas cardinales en su producción escrita. Lo presuntamente biográfico se cruza con la ficción. ¿Cuánta biografía hay en esa ficción?

–La respuesta más inmediata, y la más sincera, es que no lo sé. Nunca fue una decisión pensada o consciente. Simplemente empecé a escribir así, desde mi primera novela corta, Saturno , que es un texto sobre escritores suicidas y la relación de cada uno con su padre, escrito en segunda persona. Es una carta a un padre, que se parece mucho al mío, de parte de un hijo, que se parece mucho a mí, aunque sin nombrarlos. Aunque esto suene extraño, no es autobiográfico; o esa no es la palabra correcta. Diría que solo el punto de partida de cada cuento o libro que escribo es autobiográfico; el telón de fondo de toda mi obra es mi propia autobiografía. Pero el teatro que luego sucede ante ese telón es ficción. Algo parecido, supongo, a la relación entre autobiografía y ficción que existe en series de tele, como Seinfeld , Louie o Curb Your Enthusiasm . El marco o contexto de cada una de ellas es autobiográfico, pero las historias que cuentan en sus episodios son ficción.

–De alguna forma, El boxeador polaco , es el libro con el que la mayoría conocimos su estilo. ¿Cuál fue el camino que recorrió para construir ese yo narrador que se llama Halfon, pero que no es usted?

–Es a partir de El boxeador polaco que mi narrador adquiere ya mi nombre, aunque no mi personalidad ni mi temperamento, y empieza a hurgar en el pasado de su familia, que también es la mía. Pero fue la historia de mi abuelo polaco la que inició no solo ese libro, sino todo un proyecto. Me tomó casi seis años escribir ese relato de escasas 10 páginas. Mi abuelo me habló de su experiencia por primera vez en el 2001. Habló mucho, quizás cuatro o cinco horas, de su familia, de cuando los alemanes lo capturaron en noviembre de 1939, de su experiencia en los distintos campos de concentración. Y, también, en un par de minutos, me contó la historia de un boxeador polaco.

”Supe de inmediato que esa era la historia de mi abuelo, que esa era la historia que él me estaba heredando, y la guardé. Durante años la llevaba conmigo a todas partes, escribía fragmentos de ella en otros textos o cuentos, pero sin atreverme a contarla entera. No sé por qué. Quizás por mi incomodidad hacia el judaísmo. Quizás por respeto a mi abuelo. Quizás por temor a un tema tan trillado y tan enorme como el Holocausto. Hasta que seis años después, finalmente la escribí. Y esa historia, sin yo saberlo, se convertiría en el núcleo de todo un proyecto literario, en el cual sigo metido.

–Algunas de las características que atribuyen a su estilo es la capacidad de jugar con más de una voz narrativa y, también, los temas recurrentes en sus cuentos. ¿Pensarías que en este proceso, sin planearlo, se escribe una gran novela autobiográfica?

–Yo, en realidad, solo estoy escribiendo un libro. Pero no sé si cada libro que voy publicando forma parte de un libro mayor e inmenso, de una gran novela autobiográfica, o, si más bien, estoy reescribiendo el mismo libro una y otra vez, como intentando penetrar cada vez más profundo en algo. Acaso en mí mismo.

–Hay un peso muy fuerte de la construcción de la nacionalidad y la pertenencia en tu narrativa. La razón, como lo has explicado en otras ocasiones, surge probablemente de ser judío en país católico; de ser guatemalteco y también estadounidense. ¿Encontrás esas respuestas en la literatura?

–No hay respuestas en la literatura. La literatura no es ni un diván ni un bálsamo ni un evangelio. Escribimos solo porque tenemos que escribir, porque tenemos una historia que contar y no nos queda más opción que contarla. Pero al final, cuando ya la hemos contado, no estamos ni mejor ni peor. No nos hemos desembarazado de nada. No hemos solucionado el gran enigma que es nuestra vida. Todo sigue igual. Los problemas siguen ahí. La incertidumbre sigue ahí. Y entonces nos volvemos a sentar y volvemos a escribir otra historia y eso es todo.