Cuenta como gol: ‘Diez y medio’

Cuento ganador Este relato mereció la segunda mención honorífica del concurso Cuenta como gol

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Cuando supimos que Fatiga tenía sarampión, nos quisimos morir. Estábamos a tres días de la final y con Fatiga completábamos, a gatas, los once jugadores reglamentarios. Por una razón o por otra, el equipo se había ido desmembrando, y, de los quince que habíamos empezado, apenas quedábamos once; y ahora diez.

No era que Fatiga fuera imprescindible; como jugador no era gran cosa, pero se las arreglaba con la izquierda y llenaba un vacío, que en este momento nos resultaba enorme.

En el barrio no había muchachos de nuestra edad con genuinas ambiciones futbolísticas. Algunos, poco dotados, preferían dedicarse a estudiar, y a otros no los dejaban juntarse con nosotros por pura envidia. El asunto es que el sábado sería la final contra el equipo de Sacachispas y la cosa pintaba mal.

A la noche tuvimos una reunión de emergencia al frente de la casa de Toto y nada se nos ocurrió. Ya era tarde, y los vecinos empezaron a molestarse con nuestras maldiciones. Patricia, la hermana de Toto, salió con su piyamita azul, muy enojada, a pedirnos que nos calláramos. Es tan linda que a todos nos inspira respeto, o algo más. Nos quedamos un rato en silencio, acatando la orden hasta que Mechas, mirando a Toto, le preguntó: “¿Tu hermana juega?”.

El problema fue convertirla en un futbolista porque es muy linda. Mechas, el autor de la idea, pensó que podíamos hacerla pasar como el hijo del coreano del Mini Súper aprovechando que tenía hermosos ojos rasgados.

Lo difícil fue convencerla de que se cortara el pelo como Franklin Chang y se dejara una larga pava sobre la frente. Llevaría los pantalones no muy cortitos y la camiseta grande para que no se notaran sus encantos. Todo sea por apoyar al barrio. Ya teníamos los once, aunque Fatiga opinó, desde su lecho, que más bien éramos diez y medio.

El mismo sábado del partido anotamos al coreano Kim Park como el nuevo integrante del equipo y, a continuación, nos alineamos con los desagradables jugadores del Sacachispas para cantar el himno nacional.

A nadie le sorprendió que el recién llegado de Corea balbuceara algunas estrofas de la canción patria porque es bien sabido que los chinitos aprenden rápido.

El partido fue duro. Fue duro para nosotros, que no sabíamos cómo parar los embates del adversario, que recurría a las buenas y a las malas artes para atropellarnos; pero por algo somos un país de porteros. En el primer tiempo, Araña atajó dos pelotas de manera milagrosa, y así conseguimos irnos al descanso con un sufrido cero a cero.

En un rincón de la cancha nos reunimos para darnos ánimo, aunque dábamos la impresión de consolarnos. A mí me pareció que Patri, que no había entrado mucho en juego, contenía las lágrimas.

Cuando volvimos a la cancha, ya los del Sacachispas nos estaban esperando con cara de pocos amigos. Uno, malencarado, el nueve, se enfrentó a Patricia y le dedicó un insulto racista que ella escuchó sin sentirse aludida.

La cosa se puso fea para nosotros. Yo creo que, por sus imprecisiones y por las geniales atajadas de Araña, los del Sacachispas no supieron aprovechar nuestras debilidades en todos los aspectos del juego. El tiempo pasaba y no lograban hilvanar la jugada final. Los del público, casi todos de ellos, nos gritaban improperios tratando de que perdiéramos la calma sin saber que nunca la habíamos tenido.

Me di cuenta de que el nueve seguía molestando a Patricia sin razón aparente porque la pobre, como delantero solitario, casi no había tocado una pelota esperando un imposible contragolpe.

Faltaban cinco minutos para la pitada final y el milagro del cero a cero estaba por producirse, aunque después perdiéramos por goleada en los tiempo extras.

Yo no supe bien lo que pasó porque los roces entre el nueve y Patri eran muy de a callado. La cosa es que la pelota llegó a la zona donde estaban los dos, y el nueve algo le dijo a ella, que a ella no le gustó.

La pelota venía de aire, y Patricia, con un salto increíble, la cabeceó cortito por encima del rival que la perdió de vista y no sabía dónde buscarla. Patri la recogió antes de que tocara el suelo y se enfiló sola hacia el arco, donde la esperaba el portero.

El nueve se recuperó y salió soplado en busca del coreano, que se le escapaba. Le tiró varias patadas por detrás hasta que él perdió el equilibrio y cayó al piso sin que Patricia se enterara. El duelo era ahora entre ella y el portero. Los demás jugadores, ya sin piernas, nos quedamos parados, como espectadores.

Patricia se dio cuenta de que nadie la perseguía y frenó su carrera. El portero se adelantó hacia ella con la intención de achicarle el ángulo del disparo y, en ese momento, Patri le dedicó la sonrisa que todos amamos. Él la miró a los ojos, y allí descubrió una laguna azul que lo invitaba a sumergirse en ella para toda la vida. Esta desconcentración le resultó fatal. Patri amagó patear hacia la izquierda y el arquero instintivamente se volcó hacia ese lado. Entonces, ella desvió la bola a la derecha y, con el arco a su disposición, marcó el primer gol de su vida.

El portero trató de evitar el tanto. En su vano empeño hizo trastabillar a Patricia y cayó sobre ella apoyando su mano sobre el pecho tierno y suave del adversario. En ese momento se dio cuenta de que era una adversaria.

En los últimos cinco minutos, los del Sacachispas fueron una tromba que se volcó sobre el arco defendido por Araña junto a los diez jugadores, quienes formamos una barrera que lo hacía inexpugnable.

Salimos campeones y nadie podía creerlo porque habrían podido descalificarnos si hubiesen denunciado la antirreglamentaria participación de Patricia.

Alguien lo explicó de esta manera: los del Sacachispas consideraron denigrante que una mujer los pusiera en ridículo. Preferían aceptar la derrota antes que reconocer que una futbolista les había hecho ese gol de lujo. Sin embargo, la verdad es otra. El portero del Sacachispas nunca contó que había sentido bajo su mano las formas firmes y erguidas de Patri. Como caballero, jamás podía traicionarla con esa confesión. Seguramente todavía disfruta ese momento.

Esa tarde, el hijo del coreano del Mini Súper se fue del barrio y, desde ese día, a Patricia la amamos todos. El portero del Sacachispas también.