Crítica teatral de 'La máquina de abrazar': La más eficaz de las terapias

Obra La máquina de abrazar explora el autismo a fondo.

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El autismo en un trastorno neurológico que limita la capacidad de las personas para comunicarse y relacionarse con los demás. Así lo resume la psicoterapeuta Miriam Salinas, personaje ficcional a cargo de una disertación cuyo público somos los espectadores. Ofendida por la ausencia de sus colegas, Miriam se resigna a exponernos el caso de Iris de Silva, su paciente autista.

La charla transcurre en un espacio de paredes blancas y mínimos elementos: una mesa, una planta y un reloj apenas rompen la pulcritud de este lugar tan séptico como la sala de un hospital. El diseño anticipa un tema clave, a saber, la crítica a la normativa que determina quién es o no mentalmente sano.

Este cuestionamiento se profundiza cuando Iris entra a escena. Ella es una compleja suma de signos gestuales, frases –en apariencia– desarticuladas, caminatas en patrones geométricos y enigmáticos silencios. Llena de sabiduría, es amiga de las plantas, fanática de los rompecabezas, precisa en el cálculo del tiempo y dueña de una máquina de abrazar capaz de brindarle la ración de afecto que necesita.

El amplio patrimonio expresivo del personaje contrasta con la actitud dura y racional de Miriam. Los desgastantes afanes de ambas para comunicarse escenifican los desencuentros entre la aproximación lógica del pensamiento científico y el supuesto caos del autismo. En su objetivo de “normalizar” a Iris, Miriam muestra sus propios límites y los de la disciplina profesional que ejerce.

La comunicación aparece como un esfuerzo fallido y friccionado. A Iris, las palabras le fallan para nombrar situaciones que no pueden desvincularse de sus experiencias más íntimas y, por lo tanto, intransferibles. Esa angustia está bien sugerida en las interacciones de Sylvia Sossa (Miriam) y Jennifer Barrantes (Iris). Las actrices no se guardan nada de su repertorio, pero dejan abierta una clara oportunidad de mejora.

Sossa resuelve, con el recurso del enojo, las contradicciones de un personaje que atraviesa una frustración creciente. La falta de otros matices emocionales no le permite llegar al desenlace con la vulnerabilidad requerida para darle pleno sentido a ese momento. En el caso de Barrantes, las pifias de texto, al imitar el discurso de su terapeuta, le restan peso a un personaje –en general– consistente.

La plástica escénica juega con el concepto de la razón áurea (número irracional que establece una relación armoniosa entre las partes de un todo). La ubicación de la mesa y la planta en los tercios del escenario y el diseño de proyecciones en forma de espiral áurea le dan unidad de estilo al montaje. De paso, nos sugieren que existe coherencia y armonía entre las partes de ese todo que es la persona autista.

La máquina de abrazar bien vale una visita al teatro. La riqueza formal y temática del libreto, una puesta que lo potencia y las esforzadas actuaciones fundamentan un espectáculo para sentir y pensar. Me guardo los instantes de cercanía corporal entre Miriam e Iris, cuando se susurran al oído y casi se abrazan. En esas imágenes, la obra me enseña que, a la larga, el afecto sigue siendo la más eficaz de las terapias.

FICHA ARTÍSTICA

Dirección: Ana Ulate

Libreto: José Sanchis Sinisterra

Actuación: Jennifer Barboza, Sylvia Sossa

Diseño del espacio y vestuario: Ana Ulate, Jennifer Barboza, Sylvia Sossa

Iluminación: Carlos Miranda, Alejandro Flores

Edición sonora y locución: Javier Sossa

Realización de video: Miguel Campos

Diseño gráfico: Jennifer Barboza

Asistencia de producción: Jose Martínez, Priscilla McGuinness

Producción General: Sylvia Sossa (Teatro ABC-O)

Espacio: Gráfica Génesis

Fecha: 27 de enero del 2017