Crítica de teatro: ‘Memoria de Pichón’, cuando el enemigo es el padre

Andy Gamboa representa la conflictiva relación con su progenitor

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Andy Gamboa entra al espacio sin mayor protocolo. Saluda al público –a varios los llama por su nombre–, conversa y repasa algunos detalles administrativos de la velada. De forma súbita, la espontaneidad del momento se interrumpe por el leve ajuste de su postura y tono de voz. La iluminación cambia casi al unísono y crea una atmósfera íntima en la que el actor compartirá anécdotas de su dura historia familiar.

Además de ser un unipersonal de alta factura, Memoria de Pichón es catarsis, confesión pública y seguidilla de golpes a las vísceras de quienes observamos. En el meollo de todo está Pichón, el padre alcohólico y agresor con esporádicos gestos de dulzura. Gamboa se encarga de presentarlo y representarlo a fin de materializar un espejo en el cual mirarse como un adulto en busca de autoafirmación.

El uso de elementos biográficos transforma el cuerpo de Andy en un archivo viviente del que también emergen la madre, los hermanos y él mismo en sus distintas edades. A este álbum de carne y hueso, el padre le rompió las páginas y, sin embargo, queda margen para los buenos recuerdos. Por ejemplo, los hermosos faroles que Pichón le fabricaba a su hijo cada setiembre constituyen vivencias que Andy narra y actúa para reivindicar las amables acciones de su progenitor.

La obra se mueve en un territorio fronterizo donde los contrarios están obligados a convivir. A nivel temático, destacan la enorme presencia del padre ausente o el amor que intenta sobrevivir alimentándose de desamor. En el plano formal, el encuentro de lo biográfico y la teatralidad –en tanto mecanismo productor de ficción– diluye los límites de Andy como persona y personaje.

Lo anterior aparece tan bien equilibrado que el público puede experimentar, al mismo tiempo, el goce estético de un trabajo actoral resuelto de manera brillante y la angustia de un ser concreto e identificable que exhibe sus sentimientos más dolorosos. A estas operaciones escénicas subyace la crítica a una sociedad con sobreoferta de hombres cuya capacidad de agresión es proporcionalmente inversa a sus destrezas emocionales.

Son muchos los pasajes de alta intensidad presentes en la obra. Subrayo los dos momentos en los que Gamboa corporiza a su padre. Hacerlo es una faena llena de rituales como vestirse con prendas del verdadero Pichón, acicalarse en silencio y permitir que la energía paterna ingrese, se expanda y tome el control. El proceso es impecable en su técnica y resultado.

De hecho, el hombre que ahora comparece ante nosotros es, a la vez, Andy y ese Otro. Ambos están allí, encerrados en el mismo cuerpo; amarrados por la sangre y un apellido impuesto. Los lapsos en los que Pichón se apodera de la sala nos aclaran por qué el actor debió recurrir al teatro para sacarse de adentro a ese padre tiránico capaz de dar y robar vida. Fuera de la libertad otorgada por el arte, sería difícil procesar tanto dolor.

Memoria de Pichón es un ejercicio de una honestidad brutal que valdría la pena visitar. Andy Gamboa purga su alma en público para que aprendamos un poco más sobre la condición humana. Este fue, es y será el mayor aporte de los actores y actrices de todas las épocas. Quienes sostengan que la práctica teatral es sinónimo de simple artificio o mentira tendrán aquí una buena oportunidad de reconsiderar su comprensión de estos asuntos.

FICHA ARTÍSTICA

Intérprete y creador: Andy Gamboa

Diseño de iluminación y sonido: Andy Gamboa, Fabio Pérez

Fotografía: Hellen Hernández

Teatrino y figuras de papel: Andrea Fernández

Jefatura de escena: Sandra Arguedas

Producción general: FabioPerez&AndyGamboa Arte escénico

Espacio: Matisse Cine Espacio-Temporal

Función: 15 de febrero del 2020