Crítica de teatro: Las virtuosas imágenes de Josef K.

La mítica novela de Kafka resuena con fuerza en la Aduana

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El escenario –a oscuras– es barrido por una delgada franja de luz. Uno a uno, vamos descubriendo a los febriles hombres que teclean en sus máquinas de escribir. El inicio de esta versión escénica de El proceso sintetiza algunas de las características recurrentes del montaje: imágenes de gran plasticidad, sonoridades disonantes y una sensación de espectros anclados a un mundo de pesadilla.

La puesta traduce con eficacia el tono sombrío de la novela homónima de Franz Kafka (1883 - 1924). Al mismo tiempo, nos obliga a ejercer como testigos de las peripecias de Josef K., empleado bancario sometido a un proceso judicial que lo va degradando hasta aplastarlo. Lo terrible de la trama es que K. nunca sabrá de qué lo acusa el omnipotente tribunal.

El enorme dispositivo escenográfico se impone en el espacio como una masa rígida y amenazante. Las gradas van y vienen trazando rutas que, en algunos casos, topan con puertas cerradas o, en otros, no parecen conducir a ningún sitio. El diseño pone en juego el concepto del laberinto por el cual transita K. y remite –salvando las distancias– a las construcciones imposibles del neerlandés M. C. Escher.

En el apartado del vestuario, las prendas esconden los cuerpos de modo que los rostros terminan siendo –salvo poquísimas excepciones– las únicas partes visibles. Faldas, sobretodos y sombreros se convierten en metafóricas corazas. La excesiva rigidez corporal de los personajes burocráticos se ampara en la indumentaria, y se acentúa por los patrones geométricos de sus desplazamientos y por el carácter mecánico de sus movimientos.

Un acierto del espectáculo es su capacidad para construir imágenes memorables. Destaco las escenas en donde K. es perseguido –en medio del gentío– por dos esbirros del tribunal. Los paseantes permanecen estáticos, mientras que los tres primeros desarrollan la acción. Luego de un instante, los paseantes se reacomodan de manera apenas perceptible. El efecto resultante es el de un cuadro que cobra vida.

En el pasaje del juzgado de instrucción, el elenco funciona como una asamblea bulliciosa que, a partir de gestos y sonidos muy bien sincronizados, plantea contrapuntos a la defensa que hace K. de sí mismo. Cada acento de la asamblea subraya un aspecto relevante del debate. Además, le confiere dinamismo visual y sonoro a una composición –en apariencia– estática.

Lamento la resolución de la escena entre K. y el capellán. En la novela, la parábola de la Ley es una excusa para insinuar, no solo el destino de K., sino las paradojas y recovecos del enigmático tribunal que lo ha juzgado. En la versión escénica, estos matices se pierden. La hermosa parábola –¡leída de forma atropellada!– no logra entroncar con el inminente desenlace del protagonista.

Sin duda, esta adaptación de El proceso es un despliegue de imágenes cuyos valores plásticos y procedimientos actorales estimularán –en dosis generosas– la sensibilidad de las audiencias. En el plano ideológico, la puesta rescata la esencia del texto de origen al señalar las numerosas fuerzas que se confabulan para subyugar a las personas.

Más allá de su alegato contra los excesos de la burocracia, la novela retrata la fragilidad de la existencia humana ante un universo cimentado en un poder incuestionable. El montaje también lo consigue y, de paso, evidencia la necesidad de colaboraciones más cercanas y reiteradas entre los segmentos estatal y académico del teatro costarricense.

Ficha artística

Dirección, escenografía y sonido: Luis Thenon

Dramaturgia: Adaptación de Daniel Finzi

Elenco: Pablo Morales, Amadeo Cordero, Pablo González, Ana Ulate, Natalia Regidor, Juan Carlos Calderón, Jean Martén, Carlos Miranda, María Orozco, Manuel Ruíz, Alex Molina, Álvaro Marenco, Vinicio Rojas, José Castro, José Montero, Rubén González, Pablo Molina

Vestuario: Rolando Trejos

Iluminación: Gabrio Zappelli

Espacio: Teatro de la Aduana

Función: 23 de agosto de 2015