Crítica de teatro de 'Caballo en un incendio': La falta de preparación es peligrosa

La obra incursiona en la compleja trama del inconsciente.

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El Surrealismo fue una de las vanguardias artísticas más revolucionarias del siglo XX. El rechazo de la vida burguesa y la exploración del inconsciente –como sistema que alberga deseos e instintos reprimidos– son dos de sus características fundamentales. Antonin Artaud, Federico García Lorca o Peter Weiss fueron dramaturgos que acogieron las premisas de esta vertiente cultural.

Caballo en un incendio es una breve pieza surrealista que nos ubica en la sala de espera de una organización cuyos fines no se especifican. “El lectora” y unos siameses –que después aparecen separados y convertidos en gemelos idénticos– aguardan. En los altoparlantes, vocean los nombres de otras personas, pero nunca los de ellos. Para matar el tiempo, discuten el argumento de una novela, hacen comentarios antojadizos y deambulan.

En el devenir de esta rutina absurda, la idea del caballo emerge en los diálogos. Primero, como el tema de la novela que carga “El lectora”. Luego, en las imágenes de un sueño y, finalmente, como pulsiones de vida y muerte listas para desbocarse contra alguien. Poco a poco, esas energías extrañas e incómodas se van apoderando de “El lectora”. De esa manera, la catástrofe se vuelve una amenaza inevitable.

Las actuaciones ayudan a construir la atmósfera ominosa que permea la obra. Alonso Casasola y Luis D. Jenkins materializan a unos gemelos capaces de accionar al unísono, como si fueran una sola entidad. Su actitud delirante impacta por la precisión en los gestos y movimientos. En algunos pasajes, cuando se desplazan como caballos de paso, percibimos la acertada apuesta de alejarlos de cualquier conducta racional.

Gabriela Alfaro, en el papel de “El lectora”, nos ofrece un personaje de rasgos masculinos y femeninos. “El-ella” materializa la noción surrealista de presentar al sujeto como unidad conformada por elementos contradictorios. En general, el elenco se mueve con fluidez entre la comedia siniestra, el absurdo, lo onírico y cierta dosis de crueldad.

Lo problemático de este espectáculo no radica en su puesta en escena, sino en el criterio de producción que lo ubicó en el cierre de una velada caótica. Un ejercicio de meditación y dos cortometrajes no funcionaron como abrebocas del platillo principal. Fallos técnicos en los filmes y el tono –amable, pero improvisado– de la meditación le bajaron el nivel al evento.

Además, faltó un concepto creativo para vincular –temática y formalmente– los cortometrajes con la propuesta escénica. La brevedad de la obra (30 minutos) justificaba la estrategia de sumar formatos adicionales, pero esto requería, a su vez, de una preparación rigurosa que no se dio. Valdría la pena hacer el esfuerzo de replantearse la totalidad del evento para darle mayor coherencia.

Caballo en un incendio supone un debut positivo para el joven director Gabriel Ballestero. Sin embargo, su visión artística debería estar plasmada desde el momento en el que se abren las puertas del teatro hasta que salga el último espectador. La teatralidad se construye para comunicar ideas y estimular sensaciones. Pocas veces, el azar y, nunca, la falta de rigor terminan por fortalecerla.

Ficha artística:

Dirección: Gabriel Ballestero.

Dramaturgia: Alfredo Rosenbaum (Argentina).

Actuación: Gabriela Alfaro (El Lectora), Alonso Casasola (Gemelo 1), Luis D. Jenkins (Gemelo 2), Nina Miranda (Voz en off).

Asesor de luminotecnia: Randy Gutiérrez Loría.

Asesor de arte: Edgar Blassia.

Técnico de sonido: Silvio Estrada.

Banda sonora: Producciones Gafeto.

Comunicación: Cristhiam Álvarez.

Asistencia de dirección: Charlie Villalobos Franco.

Producción: Caravana Complemento Artístico y Cine Matisse, Barrio Amón.

Espacio: Cine Matisse, Barrio Amón.

Fecha: 3 de febrero de 2018.