Cristian Solera, creador de ‘Epitafios inútiles’

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La poesía de Cristian Alfredo Solera (1975) surge en los años 90 con el libro Traficante de auroras (1998). Luego continúa con títulos como Itinerario nocturno de tu voz (2000), La piel imaginada (2008) y otros. Pertenece a la llamada “generación de transvanguardia”, a ese grupo de poetas nacidos entre 1965 y 1980.

El concepto de “transvanguardia” en Costa Rica supone un complejo de movimientos estético-ideológicos que atraviesa la vanguardia y la postvanguardia, reutilizando las estrategias retóricas y discursivas de los sistemas estéticos anteriores.

El término “transvanguardia” deviene de las artes a la poesía, marcando un sentimiento común por parte de un grupo de poetas, de clasificar un espacio de producción en el cual la literatura encuentra un nuevo punto de fuga o quiebre con la tradición inmediatamente anterior.

La poesía de Cristian Alfredo Solera en Epitafios inútiles es una buena representante de la transvanguardia. El libro está dividido en dos partes. En la inicial, “Epitafios”, Solera lamenta la ausencia de la figura paterna, la pérdida de la amada, el extravío de los actos cotidianos, de las costumbres y de las tradiciones familiares.

El poeta nos muestra esa herida que lleva a cuestas, esos demonios que lo persiguen desde la infancia –paraíso perdido o infierno detestable–. El padre es un vacío que no logran llenar las palabras del poema. La madre es una figura difusa o colérica. Ella es el alter ego del poeta, quien lo comprende y no lo comprende.

Por eso, el abandono, la separación, la huida, la desaparición, la privación, la carencia, la soledad, son temas constantes de una realidad fracturada. En Cristian Alfredo Solera hay una necesidad de comunicación, de “comunicación amorosa”, como diría Vicente Aleixandre.

La poesía es una profunda verdad comunicada. El poeta se comunica y esta comunicación es una verdad que nace de un corazón hacia otros corazones fraternos. El libro es ese vehículo-símbolo que contiene la realidad como un frasco de esencias, ideas y materias transformadas. En él construye la vida, la infancia, el amor, la muerte.

En la segunda parte, “Caer”, es interesante el significado del infinitivo pues equivale a moverse de arriba abajo por la acción de su propio peso; perder el equilibrio hasta dar en tierra o cosa firme que lo detenga; desprenderse o separarse del lugar u objeto a que estaba adherido; venir impensadamente a encontrarse en alguna desgracia o peligro; dejar de ser, desaparecer; incurrir en algún error o ignorancia o en algún daño o peligro; desconsolarse, afligirse.

En su forma de participio, el símbolo de la caída figura como metáfora de la culpa, del fracaso, o de la ruina, o incluso puede configurarse como presagio de males que van a acontecer.

La caída tiene un sentido mítico en Epitafios inútiles ; por ejemplo, el poema “Lilith” apela a esa figura femenina, que, según el Talmud y las leyendas rabínicas, es la madre de los gigantes o demonios, la primera mujer de Adán, la cual no quiso someterse a este y prefirió vivir en la región del aire; es un espectro nocturno o una madre terrible.

Según la Cábala, Lilith es el demonio del viernes, opuesto a Venus y representado por la figura de una mujer desnuda cuyo cuerpo termina en cola de serpiente. Por esto, no es paradójico que en este apartado aparezca el poema “Respuesta de Adán ante los jueces”.

Ese Adán es el hombre por antonomasia y el padre común del género humano. Al crearlo, Dios lo sitúa en la cima de la más perfecta especie animada, tanto como prototipo terrestre como celeste. Adán es hecho a imagen y semejanza de Dios, quien lo adornó de la gracia santificante y de la integridad, como cabeza de la humanidad, pero perdió esta cualidad por culpa de su pecado.

En este libro, la poesía es un acto comunicativo entre dos o más seres humanos; es un acto terriblemente humano. Cristian Alfredo Solera nos revela su humanidad, una humanidad que se desplaza de lo celeste a lo terrestre, de lo terrestre a lo infernal.

El poeta es un hombre que desnuda sus sueños, sus ambiciones, sus fracasos, sus heridas, sus recuerdos; nos deja penetrar en su mundo, que constantemente destruye, aunque, al final, muy en el fondo, la esperanza es un fantasma que no lo deja caer en el vacío.

Cristian Marcelo es poeta y autor de los libros “Entre dos oscuridades” y “Todo es lo mismo y no es lo mismo”.