Corea del Sur, una cinematografía transgresora

Sincretismo. El cine surcoreano ha logrado amalgamar las técnicas occidentales con sus propias tradiciones

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A finales de la década de los noventa, la industria cinematográfica de Corea del Sur empezó a crecer, tanto por el sistema de cuotas que obligaba a las exhibidoras a presentar un porcentaje elevado de cine nacional, como por el financiamiento de los chaebols (multinacionales).

Este nuevo modelo permitió la aparición de una generación de realizadores jóvenes que no tuvo miedo de experimentar con temas tabúes. Sus películas mezclaban técnicas occidentales o japonesas, pero conservaban los temas tradicionales.

La transgresión del nuevo cine surcoreano y la estética de las propuestas sedujeron tanto al público como a la crítica, en especial la francesa.

Para 1996, dos directores debutan tras la cámara: Hong Sang-soo y Kim Ki-duk. El primero se caracteriza por la exploración que hace de las relaciones humanas en ambientes cotidianos y la profundidad emocional de sus historias. El segundo, por su transgresión vanguardista y el trabajo con personajes socialmente discriminados.

La explosión creativa trata diferentes géneros. Park Ki-hyeong filma la angustiante Whispering corridors (1998), filme de terror que nada envidia a la japonesa El aro (Hideo Nakata, 1998). Con ella se inicia la oleada de cine de terror coreano.

El éxito comercial llega con Shiri (1999), de Kang Je-kyu, que rompió los récords de taquilla, filme de acción al estilo hollywoodense que explota la paranoia terrorista en el contexto de las dos Coreas. Luego realizaría La hermandad de la guerra (2004), filme bélico ambientado en la guerra de Corea.

Las historias sobre criminales también se volvieron muy populares: Oasis (Lee Chang-dong, 2002) y Crónica de un asesino en serie (Boog Joon-ho, 2003) son claros ejemplos. Joon-ho también probaría con la ciencia ficción con The Hos t (2006).

Directores como Im Sang-soo y Jang Sun-woo se enfocan en el sexo y el erotismo; mientras que el cine de animación ofrece obras sobresalientes: El rey de los cerdos (2011) o The Fake (2013), ambas de Yeon Sang-ho.

La renovación del cine surcoreano también dio nuevos bríos a directores consagrados como Im Kwon-taek, quien ha dirigido ocho películas tras cumplir 60 años, entre ellas los melodramas de época Chunhyang (2000) y Ebrio de mujeres y pintura (2002).

Con el tratado de libre comercio entre Corea del Sur y Estados Unidos del 2007, el sistema de cuotas se vio afectado, reduciéndose la cantidad de películas coreanas en salas comerciales. Aun así, la producción nacional ha seguido estable.

El cine de Park Chan-wook

Debutó a los 29 años con Moon is the sun’s dream (1992), película de gánsteres en la tradición de Scorsese. Se trata de una historia de amor entre un gánster y la novia de su jefe que deviene en problemas para todos. Le continuó Saminjo (1997), comedia rebuscada sobre un saxofonista suicida que descubre que su mujer le es infiel y decide realizar un robo junto a otras dos personas.

Con JSA: Zona de riesgo (2000) alcanzaría el reconocimiento nacional e internacional. La adaptación de la novela DMZ de Park Sang-yeon se convirtió en su momento en la película más taquillera de su país. En la zona desmilitarizada de Corea aparecen dos cadáveres y la investigación se da bajo la tensa relación entre el Norte y el Sur. Lejos de ser un filme nacionalista, Park adopta una postura humanista para mostrar la relación de amistad entre cuatro soldados.

La trilogía de la venganza

Tras el éxito, Park se enfocó en la trilogía de la venganza, que es su proyecto más ambicioso: Symphathy for Mr. Vengeance (2002), Oldboy (2003) y Symphathy for Lady Vengeance (2005). Con ella puso el thriller surcoreano de moda e inició una vorágine de filmes de ese género que se siguen produciendo hasta hoy.

La trilogía ahonda en dos temas frecuentes en el nuevo cine surcoreano: las relaciones familiares o afectivas y el sentimiento de división, herencia desde la guerra que terminó con la división del territorio.

En cada filme hay familias separadas por algún motivo, lo cual conlleva el intento de reunificación; la situación límite a la que se ven sometidos los personajes hace que opten por vías violentas para cumplir su cometido.

Con un gran cuidado de lo estético, Park mezcla la impronta visual del manga, que traduce en escenas a modo de viñetas, con el ritmo del cine de acción hollywoodense. Cada historia es separada, con tramas y personajes diferentes, pero permanecen unidas por lo temático: la violencia como método de resolución de conflictos en una sociedad que no brinda soluciones.

La belleza de la fotografía en la segunda y tercera entregas refuerza lo chocante que resultan ciertas escenas, salpicadas de sangre y brutalidad.

El sentido histórico se encuentra en la secuencia en Oldboy en la que el protagonista ve pasar los años a través de un televisor, para confirmar su separación frente a la sociedad, su “horror vacuo” según Gérard Imbert ( Cine e imaginarios sociales , 2010).

El encierro y la tortura son manifestaciones de la angustia personal y social, producto de la separación: se agrede para separar y por venganza ante ello; tanto verdugos como víctimas acusan el miedo y el dolor de sus acciones, pero caen en las mismas fórmulas.

Expandiendo los géneros

Su siguiente filme, Soy un cyborg (2006), es un melodrama de ciencia ficción. Una joven que se cree un cíborg está confinada en un psiquiátrico con otras personas igual de excéntricas. Esta idea de mostrar la enfermedad mental, la ambigüedad entre realidad y ficción, juegos visuales y el uso de flashback no es novedosa. Robert Wiene ya lo había hecho en El gabinete del Doctor Caligari (1919) y Teinosuke Kinugasa en Una página de locura (1926).

En Thirst (2009), Park adapta la novela Thérèse Raquin (1867), de Émile Zola, en la que una mujer hastiada por la monótona vida conyugal inicia un amorío. La adaptación sigue la trama central, pero le suma varias ideas posmodernas: el amante infiel es un sacerdote que tras una transfusión de sangre se ha convertido en vampiro.

Esta visión fetichista expone las contradicciones morales de los personajes: la sed del título hace referencia tanto a la necesidad de sangre como de sexo, y la mitología cristiana le da un tono más mórbido que blasfemo a la historia. Un mundo sanguinario de desbordada pasión y lucha moral.

Stoker (2013), primer filme en Hollywood de Park, relata el despertar sexual de una joven envuelta en una serie de homicidios que revelan aspectos ocultos de su familia. Filmada con tradición gótica: grandes jardines, estatuas y un misterio central; Stoker resulta un ejercicio hitchcockiano de temas como lo incestuoso mezclado con la muerte y de diversas técnicas de montaje.