Contestar a una llamada telefónica

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El étimo u origen del nombre de ese maravilloso invento que Graham Bell donó a la civilización, es el siguiente: de tele (lejos) más phonos (sonido) surgió teléfono, junto con su numerosa familia de compuestos y derivados: telefonía, telefonema, telefónico, telefonista, telefonazo, radioteléfono, etc. Casi simultáneamente con el fenómeno telefónico surgió en nuestro idioma el problema de la variedad de expresiones (dependiendo de lugares y costumbres) utilizadas para iniciar la respuesta a una llamada.

En España, por ejemplo, suele emplearse la forma verbal ¡diga! o (con pronombre enclítico) ¡dígame! Algunos piensan que estas expresiones suenan como demasiado imperiosas, lejos del trato cortés y afable que demandan las circunstancias. Y no dejan de tener razón. Diga es una forma imperativa del verbo, que precisamente se emplea para mandar u ordenar.

Hablando siempre de la madre patria, hoy está en pleno desuso la expresión ¡al habla!, que en otros tiempos estuvo muy en boga. Muy similar es la modalidad que utilizan, entre otros, los cubanos: ¡oigo!

La interjección inglesa hello!, convertida por el hispanohablante en ¡haló! (debería escribirse así, con hache, al igual que su inspiradora inglesa, pero suele más bien verse ¡aló!), es la expresión favorita de la mayoría de la gente de habla castellana en América.

Hello!, en realidad, es una interjección de saludo equivalente (y posiblemente con el mismo origen) a nuestro ¡hola! Pero el empleo que hacemos de ¡haló! (o ¡aló!), se orienta exclusivamente a la respuesta telefónica.

El DRAE (2001) no registra haló ni aló, ni siquiera como americanismo. Aun cuando debemos reconocer que, técnicamente, haló o aló es un extranjerismo, nos parece que su uso bien merece legitimarse por su empleo generalizado, su sentido práctico, basado en la brevedad, y su carácter de partícula. Esto último quiere decir que carece de contenido semántico (para la gramática es una interjección propia) y su origen y formación son puramente expresivos.