Cómo cayó la casa de Braulio Carrillo

Braulio Carrillo. Poco antes de los terremotos de 1924, se demolió la vieja vivienda del prócer

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Andrés Fernández andfer@gmail.com

El 4 de marzo de 1924, apenas pasadas las 10 de la mañana, gran parte del Pacífico Central y del Valle Intermontano de Costa Rica se estremecieron con inusual fuerza telúrica: era el terremoto que luego se llamaría “de San Casimiro” por celebrarse ese día al santo patrón de Polonia.

Especialmente afectada, San José se llenó entonces de las carpas y los ranchos de quienes no querían morir aplastados por la noche, y de matutinas rogativas de clemencia a Dios; mientras, las misas de la Catedral se realizaban en el parque Central, al seguro amparo de su quiosco.

Entre las pérdidas materiales, calculadas luego en unos 7 millones de colones, estaban los daños que en distintas proporciones sufrieron el 40 % de las casas capitalinas: entre ellas, algunas que por su antigüedad invadían la acera delimitada solo después de haber sido construidas.

Fuera de línea. Así, el 25 de abril, una nota del diario La Nueva Prensa apuntaba: “Los temblores tienen sus ventajas para ciudades que, como San José, sólo adelantan de cuando en cuando en lo que a ornato se refiere. Y esto lo decimos en vista de que ahora todo el mundo tiene por fuerza que demoler y reparar las habitaciones que por cierto, infinidad de ellas, ya daban asco y pena”.

“Entre las casas que figuran como inhabitables están todas las esquineras que se hallan salidas de línea [...]. Esta dichosa casualidad ha de traernos mucho bien, pues si las autoridades proceden como debe hacerse y de acuerdo con la ley, muy pronto las aceras de la ciudad quedarán expeditas, además de que para entonces las calles se verán mejor”.

A pesar de no ser esquinera, ya un mes atrás se había demolido una de aquellas casas dañadas y fuera de línea: la que había pertenecido a Braulio Carrillo Colina (1800-1845), dos veces jefe de Estado (1835-1837 y 1838-1842) y a quien, por su obra administrativa, se ha denominado Arquitecto del Estado Costarricense.

De paso por la ciudad, en 1839, el diplomático norteamericano John Lloyd Stephens describió así al mandatario y a su vivienda: “Era pequeño de cuerpo y grueso; sencillo pero cuidadoso en su modo de vestir. En su rostro se pintaba una resolución inquebrantable. Su casa era lo bastante republicana y nada había en ella que la distinguiese de la de cualquier otro ciudadano. [Ahí] tenía él su oficina para despachar los asuntos del Gobierno, [que] no era más grande que la de un mercader de tercer orden”.

Ambas descripciones se correspondían con la que de nuestra capital había hecho el viajero norteamericano: “San José es la única ciudad de Centroamérica que ha crecido o siquiera progresado desde la Independencia. [...]. Todos [sus] edificios son republicanos; no hay ninguno que tenga alguna grandeza o belleza arquitectónica, y las iglesias son inferiores a muchas de las que los españoles edificaron en las más ínfimas aldeas. Sin embargo, la ciudad mostraba un desarrollo de recursos y un movimiento comercial insólitos en aquel país letárgico”.

Casa para sentar cabeza. Mucho de aquel dinamismo se debía a la tan férrea cuan juiciosa gestión de Carrillo, sobre todo en materia hacendaria y de fomento del comercio, la agricultura y las comunicaciones en general. Empero, apenas una década atrás, sus preocupaciones eran las de cualquier joven ciudadano.

Como lo consigna el historiador José Hilario Villalobos, después de un viaje que lo había llevado por el resto de Centroamérica, México y los Estados Unidos, en febrero de 1830, regresaba Carrillo al país con la perspectiva de su matrimonio con la joven josefina Froilana Carranza Ramírez.

Con tal fin, en mayo de ese año adquiriría, por 600 pesos, una casa de habitación en la capital, y, en junio, se casaría en el Oratorio del Carmen.

Para entonces, Carrillo era ya una figura pública destacada y de una posición económica regular, lo cual se vería consolidado por su parentesco político con la influyente familia Carranza.

La proyección urbana de aquello se daría menos de dos años después con la edificación de su nueva casa –la descrita por Stephens– en pleno centro josefino.

El predio en el que se construiría la casa, tenía 22 varas de frente por 50 de fondo (1.100 varas cuadradas) y estaba ubicado en la entonces llamada calle de la Puebla, hoy calle 4 sur, entre las avenidas 2 y 4, a media cuadra con frente al oeste.

Las obras se iniciaron el 1.º de enero de 1832 y concluyeron el 14 de octubre de ese año, según datos del mismo propietario de que nos informa Villalobos.

Según ese autor, aunque era una casa relativamente modesta, su costo total fue de 2.667 pesos y tres reales. De sólida construcción, era de un solo nivel, con cimientos de piedra que soportaban la fábrica de adobes y la estructura de madera de guachipelín; los pisos eran de piedra y de ladrillo; el techo, de tejas de barro cocido.

Además, según escribió el guatemalteco Máximo Soto Hall con ocasión de su demolición: “En [ella] se colocaron las primeras cerraduras metálicas llegadas al país y, después de varios años de construida, los primeros vidrios en las ventanas” (Diario del Comercio, 30 de marzo de 1924).

Una casa republicana. Luego de pasar un frente empedrado, a la casa se entraba por un portón ubicado a la derecha de su sencilla fachada.

Este daba a un corredor interno que comunicaba todas las dependencias, entre ellas, cuatro dormitorios con vista al jardín, la cocina y un área de higiene, así como un comedor que dividía el jardín del patio interior.

Respecto a las dos habitaciones del frente, coinciden las fuentes en señalar su particularidad pues, según la historiadora Clotilde Obregón , correspondían “al despacho del Jefe de Estado y a la tiendita de su esposa; por lo [que] a la casa podría llegar tanto aquel que iba a consultarle un alto problema administrativo, económico o cultural, como la señora que iba por cinta y adornos para el traje que se estaba confeccionando” ( Carrillo: una época y un hombre ).

En el patio, empedrado y con pretiles de calicanto, había árboles y plantas ornamentales así como un pozo que suministraba el agua potable. Por el conocimiento que tenía el propietario de la medicina tradicional y la cura con yerbas, de particular importancia era la variedad de arbustos y plantas medicinales que allí se encontraban, muy útiles en una ciudad falta de médicos.

Villalobos escribió: “El mobiliario era el adecuado [...], pero sin ostentación: algunas sillas, un taburete, una butaca, dos sofás, armarios, una alacena, cómoda con tocador, mesas de diverso tamaño, camas, la infaltable hamaca [...], una alfombra, un lavatorio, una sombrerera, cofres, reloj de mesa, quinqués y espejos, entre otros bienes”.

Desde esa republicana vivienda, con mano de hierro, pero sin costo de alquiler alguno para el erario, atendió Carrillo los asuntos del Estado durante casi seis años. De ahí también partió al exilio, el 13 de abril de 1842, después de la traición que elevó al poder a Francisco Morazán y su camarilla.

A la muerte del prócer, en 1845, la casa pasó a manos de su esposa. A su fallecimiento, fue vendida por sus hijas, en 1891, al señor Joaquín Aguilar, quien conservó su construcción y su forma originales. Así, llena de recuerdos de una época vital para la naciente Costa Rica, debió ser demolida, en marzo de 1924, aquella reliquia urbana.