Centenario de Luis Zamenhof, creador del esperanto

Figura notable. Se explora la lucha del creador del esperanto: Luis Zamenhof (1859-1917)

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El 14 de abril de 1917 moría en Varsovia, en medio del caos generado por la feroz y criminal guerra mundial (1914-1918), Lázaro Luis Zamenhof. Tenía 57 años y había dedicado plenamente su vida a la causa de la paz. Posiblemente, algunos lo recordarán como el creador del esperanto, pero poco más, y hasta con información errada sobre el ser de esta lengua planificada. Sin embargo, de su faceta como luchador de toda la vida por la causa de la paz mundial, seguramente muy poco o nada. Por lo mismo, vale la pena honrar su memoria evocando, siquiera rápidamente, lo que fue su vida.

Sus objetivos

Desde niño, hubo dos propósitos en su vida: por un lado, crear un medio de comunicación, una lengua escrita y oral, que sirviera como puente para la comunicación entre hablantes con idiomas diferentes y posiciones ideológicas opuestas; y, por otro, algo que él intuía como una religión universal, sin dogmas ni jerarquías intolerantes, lo más parecido a lo que hoy tenemos como la ética de los derechos humanos para todo el mundo.

Lo primero lo llevó a la creación del esperanto, esa lengua neutra (no pertenece a un pueblo determinado), planificada (construida intencionalmente), y con una gramática sencilla y regular, capaz de servir como lengua auxiliar en la comunicación internacional; lo segundo, relativo al aspecto ético, lo llevó a esa especie de nueva ética laica que llamó homaranismo, de la palabra “homaro”, que en esperanto significa humanidad.

A esta faceta ética debe el esperanto la “idea interna”, un conjunto de actitudes basadas en el respeto, la tolerancia, el humanitarismo, la igualdad y la paz entre pueblos e individuos.

Génesis

Ambos proyectos se fijaron en su mente muy pronto. Y con razón. Si el hombre –como decía Ortega y Gasset– es él y su circunstancia, no podría haber sido de otra manera. Nacido en 1859 en Bialystok, Polonia (en la parte ocupada por Rusia), desde pequeño, este niño judío probó las injusticias y humillaciones a las que su pueblo era sometido diariamente. En esa ciudad, los judíos eran mayoría, lo cual no les daba ninguna ventaja, toda la cual estaba en favor de los polacos, rusos, bielorrusos y alemanes en sus respectivas minorías.

El origen étnico y la lengua no eran las únicas diferencias para separar: los polacos eran católicos, rusos y bielorrusos cristianos ortodoxos y los alemanes, luteranos; y todos, enemigos entre sí y, sobre todo, contra los judíos, que hablaban el yidis en casa, el hebreo en la sinagoga y –lo imperdonable para algunos en ese momento histórico – adoraban al dios de Israel. Contra ellos, valía todo, con la tolerancia y hasta el apoyo de los gobernantes rusos: estigmatizados por los cristianos de todos los tiempos como los “los hijos del diablo” (Juan: 8-44, Nácar Colunga), era frecuente que la gente escupiera al paso de un judío, o que una autoridad, riendo entre dientes, empujara a un anciano judío hasta hacerlo caer.

Asaltos a sus tiendas, incendios en sus sinagogas, violaciones a sus mujeres, asesinatos impunes, etc., eran el pan de cada día ante los ojos de este niño observador y sensible. En su mente afloró la idea de que lo que se necesitaba allí, además de justicia, era una lengua común para que la gente pudiera hablarse, conocerse y llegar amistosamente a acuerdos. No que ingenuamente pensara que bastaría con eso, dadas las muchas variables (culturales, psicológicas, económicas, etc.) que hacen enfrentarse a personas y comunidades con antecedentes diferentes. Aquel era un primer paso, si es cierto aquello de que “hablando se entiende la gente”.

Zamenhof era el hijo mayor de una familia judía muy honorable y culta. Su padre era profesor de idiomas y líder de su comunidad. Con el tiempo, el niño llegó a dominar no solo el ruso, el polaco, el yidis y el hebreo, sino también el alemán, el francés y el inglés, además de rudimentos de latín, griego y alguna otra lengua occidental. Aunque las lenguas eran su pasión, debió estudiar medicina ante el mandato de su padre, que deseaba para su hijo una profesión segura y respetable.

Entre tanto, a escondidas, siguió con su proyecto lingüístico, fruto del cual fue el esperanto el 26 de julio de 1887, fecha en que apareció públicamente su librito en ruso.

Lo que siguió es historia que puede consultarse abundantemente en Internet , incluso en otras dos publicaciones del autor en este mismo suplemento: Babel, el otro muro por abatir y En los 125 años del esperanto .

Celebración

Al cumplirse en estos días el centenario de su defunción, la organización especializada en educación, ciencia y cultura de la ONU, la Unesco, decidió desde el 2015 dedicar este año a la memoria de Zamenhof como creador del esperanto. Importante como es el homenaje, peca de incompleto al no mencionar su papel destacadísimo como luchador por la paz. Debe aclararse también que esta misma institución, ya en dos oportunidades anteriores (1954 y 1985), por medio de sendas asambleas generales, había expresado su apoyo a esta lengua internacional por la coincidencia de objetivos mundiales entre ella y los propios del esperanto.

Sin embargo, tales declaraciones han sido meramente protocolarias.

Lenguas internacionales

En la historia de la humanidad occidental hay ciertas culturas que, gracias al crecimiento de su poderío militar, político, económico, cultural, etc., han logrado imponer su lengua en otros países vecinos o lejanos. Ha sido el caso del griego koiné, del latín, del español, del francés y, en los últimos tiempos del inglés.

La realidad es que, por importante que sea el aprendizaje de lenguas extranjeras, ninguna lengua nacional per se , está legitimada para cumplir tal papel. Por un lado, da todas las ventajas a sus hablantes, quienes pueden dedicar tiempo, esfuerzo y dinero a adentrarse en nuevos conocimientos y experiencias en todos los campos del saber. En tanto, los otros sí que dedican tiempo, esfuerzo y dinero a intentos de éxito relativo por aprender una lengua extranjera que solo en circunstancias extraordinarias podrían dominar al mismo nivel de los hablantes nativos. Y sin reciprocidad: porque los hablantes de la lengua dominante, en general, no sienten la necesidad de aprender otras lenguas, si la suya es ya “la de todo el mundo”.

La solución racional, a estas alturas, ya existe desde hace 130 años: el esperanto, una lengua –no un simple proyecto– ya probada, viva y hasta evolucionada, con una comunidad hablante en casi todo el planeta. Una segunda lengua para toda la humanidad, aprendida desde la niñez, y desligada de todo intento de suplantar a las lenguas existentes como lenguas locales. Derechos lingüísticos iguales para todos: otro derecho que no se respeta hoy.

Ensayista, profesor ad honorem de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura de la Universidad de Costa Rica.