Catalina Murillo: Un amor que hiere e ilumina

Catalina Murillo habla sobre Tiembla, memoria, una penetrante novela que nació de muchas charlas

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Un romance es lo que se escribe sobre él, aunque no siempre manche el papel. Uno se enamora del mismo modo que inventa un cuento, así nace la ficción del amor: hay un fogonazo de inspiración –o algo parecido– y, de ahí en adelante, empieza a enredar más y más hilos de posibilidades, frustraciones, sensaciones y desvaríos.

Tiembla, memoria , nueva novela de Catalina Murillo, empieza con el material inflamable de toda pasión y sigue, paso a paso, su enfriamiento. Cata M. Botellas reside en Madrid; es y no es su autora o lo que ella fue, en otro momento. Cata se enamora hasta el dolor y, en una serie de cartas a una amiga, desgrana los sentimientos que la agitan.

“Me di cuenta de que había un libro cuando ya estaba mucho escrito”, dice. “En la época de la herida, un día me compré un cuadernillo –cosas que uno hace para ayudarse–. Le puse Diario del dolor o algo así. Empecé a tomar notas, y no es que luego lo usara mucho, pero lo que uno ha escrito se queda en la memoria (o se queda lo que vale la pena)”.

Por todas partes. La pregunta central del libro es si se puede contar una herida. Una vez que las lágrimas están secas, se puede escribir, pero ¿cuánto tiempo puede tomar? ¿Cuánto hay que soportar? Y, más importante, ¿de qué nos podemos reír?

Cata Botellas es un álter ego, pero pesa mucho “la idea de convertirse en el personaje al que se está jugando”. “Tal vez la sensación de ser personaje es permanente en la vida de una, no sé los demás”, explica Murillo.

En persona y en la página, Murillo y Botellas, ambas Catalinas, juguetean con el lenguaje con agilidad envidiable. En Tiembla, memoria , el malabarismo de la palabra se ejerce con un ritmo y entrega que emulan las conversaciones en la relación fallida.

Ese uso del lenguaje parece una forma de entender y entenderse, pero podría confundirse con estrategia de evasión. ¿De qué manera ese lenguaje puede ser asunto de terapia? “No sé si, como toda medicina, mucho de eso puede ser un problema también”, dice Murillo.

“Se habla mucho de ‘hablar’, verbalizar, pero, en el patín tibetano, aquí en la garganta está el chakra de la expresión, un chakra superior, está entre los más trascendentes. A veces el lenguaje puede ser lo contrario: un basurero. Los que somos muy diarreicos con el lenguaje hemos visto ese doble filo”, explica entre risas. “No sé si el lenguaje descubre o cubre”.

El lenguaje se convierte así en la única forma de contar la herida y la forma de entenderse; la novela, desde el título, recuerda a alguien como Nabókov, pero tremendamente sincero.

En la relación hay mucho de autoengaño. “La moraleja del libro es: ‘Todo enamoramiento es un espejismo’”, bromea Murillo. ¿Por qué? “Es una proyección de una fantasía”. ¿Y es inevitable? “¿Es inevitable…?”, dice riendo. “Sí, es inevitable, solo que algunas duran más”.

No hay que confundirse: “Lo romántico es fatal”. ¿Por qué es tan fatal y, a la vez, tan presente en la cultura? “Ah, porque vende. Eso sí lo tengo clarísimo. Me he hecho mucho esa pregunta. Para mí es como una enfermedad. Sé que hace un tiempo pesaban más asuntos como el de la boda, pero sigue siendo así”, opina Murillo. Ya no “nos deja el tren”, pensamos, pero, si no pasa, nos quedamos nerviosos en la estación.

“Hay algo que no sé decir si es feminista en este libro. Siento que hablé desde un sitio del que hace diez años no hubiera podido hablar”, asegura Murillo. No obstante, sí hay ecos de textos como Marzo todopoderoso ; la Azul de aquella novela juvenil es, ahora, una mujer que va madurando a tropezones, en sus términos, según sus decisiones, su ritmo.

“Me parece que el libro está lleno de ironía. Cada vez más me parece un libro de humor, pero no sé si la gente se lo va a tomar así”, confiesa la autora. “Tal vez me gusta la visión kármica: algún día todo va a tener sentido. La medicina china que, para estar mejor, hay que estar peor”.

Siempre es así: uno puede limpiar la herida, pero la curación solo llega con el tiempo. Por cierto, al final, Cata, la autora, se casó con otra persona. “En mi vida real, llevo ya 10 años casada y me sigue gustando el chiquillo. Eso no está ni siquiera sugerido en el libro. Tuvo que pasar mucho tiempo para que pudiera ser así”.