Carlos Rubio, un emblema de la literatura infantil costarricense

Preferencias. La literatura infantil es la que gustan los niños, no siempre la que se escribe para ellos.

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Sócrates sabía leer, pero desconfiaba de la escritura porque –suponía– ella debilitaría la memoria. La ironía de esta anécdota es que, si recordamos a Sócrates, es por la escritura de Platón y Jenofonte. Inmerso en la tradición letrada hebrea, Jesús citaba los libros hoy canónicos, pero no dejó textos? Solamente se lo vio escribir una vez, sobre la tierra, aunque nadie sabe qué escribió, según narra el Evangelio de Juan, 8: 3-8.

La escritura es la palabra ajena que nos conversa en el silencio, y los libros son los palacios o los cafetines de sus diálogos. Precisamente para recordar a los libros, se ha establecido su día, que coincide con el del Idioma, el 23 de abril. Para celebrarlo, conversamos con Carlos Rubio, un héroe de la promoción de la lectura en los niños.

En 1984, siendo alumno del Liceo de Costa Rica, Rubio obtuvo el Premio Joven Creación en Poesía. Estudió Pedagogía en la Universidad Nacional y fue redactor de la revista infantil Tambor. Por su libro Pedro y su teatrino maravilloso recibió el Premio Carmen Lyra y se convirtió en el autor de menor edad que ha ganado ese certamen.

Rubio ha publicado nueve obras literarias, y algunas se han reeditado en Colombia, Nicaragua, Guatemala y México junto a libros de los costarricenses Carmen Lyra, Fernando Luján y Lara Ríos.

Carlos Rubio ha ofrecido conferencias y espectáculos de narración oral en Chile, Perú, Bolivia, Venezuela, Colombia, Panamá, Puerto Rico, México y los cinco países centroamericanos.

Rubio es profesor de literatura infantil en la Universidad Nacional y en la Universidad de Costa Rica. Con el apoyo de la UCR ha desarrollado el proyecto de acción social El Rincón de Cuentos, un lugar para libros, sueños y esperanzas. Así ha contribuido a crear bibliotecas infantiles en diferentes lugares del país. Carlos escribe, pero hoy nos habla.

* * *

–¿Era usted buen lector de niño?

–Lo era en mis primeros años y continúo leyendo con la pasión de entonces. Mi madre, Vera Torres, fue una maestra formada en la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica. Recibió la influencia de profesores de las tallas de Emma Gamboa, José Basileo Acuña, Francisco Amighetti, Hannia Granados, Ondina Peraza y Nora Ramírez de Chacón. Ellos insistían en el goce estético de la niñez por medio del arte.

”Mi mamá me enseñó que un libro no era un objeto de estudio, sino un regalo que gozaba de características similares a las de un juguete. Por este motivo leí los versos de José Martí, Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou con el mismo entusiasmo con el que miraba los programas en la televisión.

”Cuando tenía diez años ya poseía mi biblioteca: era mi lugar secreto, en el que podía dialogar con hadas buenas y reírme de las trastadas del terrible tío Conejo”.

–¿Cuáles eran sus autores favoritos: son los mismos de ahora?

–Son los mismos. Con el paso del tiempo he podido comulgar con ellos gracias a las múltiples lecturas de su obra y a los estudios biográficos y literarios. Por supuesto, trato de mantenerme atento a las novedades que se publican dentro y fuera del país. En el arte de escribir para la niñez debe existir un balance entre los libros clásicos y las tendencias contemporáneas.

”Posiblemente haya sido el francés Charles Perrault quien me deslumbró en la primera infancia. Me parecía natural y me divertía que una niña fuera devorada por un lobo.

”Sin embargo, Hans Christian Andersen es mi escritor fundamental. Él irrumpe en la literatura infantil moderna como un hombre capaz de poetizar su experiencia, su sentir cotidiano. Él es el patito feo que algún día se consideró despreciado y se transformó en el admirable cisne.

”Andersen creó obras que desafían a la niñez y a la adultez pues expresaba que “también los padres debían tener entretenido su pensamiento”.

”Alguna vez canté las canciones de María Elena Walsh, la juglaresa argentina. En aquel entonces, no conocía su nombre, pero amaba a Manuelita –la tortuga– y a la mona Jacinta. Con emoción pude intercambiar correos electrónicos con la escritora, quien falleció en el 2011. En las pocas líneas que me dedicó, me invitó a un café en la avenida Corrientes. Debido a la distancia, nunca pude asistir a la cita”.

–¿Qué es y qué no es literatura infantil, pese a que se escriba para los niños?

–Es literatura infantil la que los niños aman y consideran propia. No importa si ha sido escrita para ellos o no. Me he encontrado con pequeños que se emocionan con creaciones de García Lorca, Julio Cortázar, Pablo Neruda o Mario Benedetti, y que se aburren con textos didácticos que personas, con buenas intenciones, han considerado adecuados para propiciarles alguna enseñanza.

”Existe una fuente ineludible, en esta literatura, que es el folclor. Eso lo anotó la maestra costarricense Adela Ferreto. En la cántiga de esquina, la rima despreocupada, la leyenda que puede provocar risa o terror, se encuentra este discurso que deslumbra a las personas más jóvenes.

”Por eso, los escritores no insistimos en reafirmar nuestra condición de seres con mayor edad: podemos caer en el riesgo de hablar con un tono moralista y de tomar el registro propio de un padre, un educador o un guía espiritual.

”Los escritores somos artistas que convidamos a las jóvenes generaciones al acto lúdico de desentrañar la ambigüedad del lenguaje. Podemos decir que hemos cumplido nuestro propósito si despertamos, entre risa y asombro, algún pensamiento crítico”.

–¿Ha habido una “edad de oro” en la literatura infantil costarricense?

Joaquín García Monge fue el verdadero propulsor de los libros nacionales que se dirigieron a la niñez y la juventud. Él creó la Cátedra de Literatura Infantil en la desaparecida Escuela Normal en 1917 y editó las primeras obras que se dirigieron a los más pequeños.

”Gracias a su apoyo se dieron a conocer libros fundamentales como Cuentos de mi tía Panchita , de Carmen Lyra; Cuentos viejos , de María Leal de Noguera; Mulita Mayor , de Carlos Luis Sáenz, o la antología Poemas para niños , de Fernando Luján. García Monge también impulsó a Joaquín Gutiérrez, quien publicó Cocorí en Chile.

”Lo que resulta sorprendente es que esos autores no subestimaron las capacidades de sus lectores y mantuvieron las cualidades estéticas de sus libros. Aún hoy son leídos con arrobamiento. Esa “edad de oro” existió entre 1920 y 1975.

”Lamento que algunos escritores, guiados por las pretensiones de los adultos, intentan hoy hacer libros moralistas, didácticos y ajustados a las descripciones de los programas oficiales de estudio. Consideran su trabajo como una mercancía. El riesgo es que esas obras pueden desaparecer con el vaivén de los cambios educativos que son cambios políticos”.

–¿Existe diferencias entre escribir un cuento y narrarlo en el escenario?

–En ambos actos se despierta el placer de desarrollar una historia. Sin embargo, por medio del texto escrito, uno puede comunicarse con el lector en un espacio íntimo, puede susurrarle al oído.

”Por su parte, en el escenario se recrea el cuento con la voz y el cuerpo, y se mantiene una comunicación cara a cara con el público. En este caso, el trabajo alcanza proporciones casi teatrales.

”Ambos son hechos provocadores. El de la palabra de tinta puede trascender en el tiempo, y el de la palabra hablada está circunscrito a la brevedad de la memoria”.