Carlos Cortés y la soledad del citarista náufrago

El escritor costarricense publica su poesía completa

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Cuando, en 1998, apareció El que duda no ama, una selección de sus primeros quince años como poeta, Carlos Cortés afirmó: “Ya no tengo nada que decir en poesía”. Se encontraba a la postre metido de lleno en un proyecto narrativo que hoy, diecisiete años después, es uno de los hitos centrales de la literatura costarricense contemporánea, con novelas como Cruz de olvido , Tanda de cuatro con Laura y, más recientemente, la celineana e infrarroja Larga noche hacia mi madre.

En el ínterin, sin embargo, apareció el poemario Autorretratos y cruci/ficciones (2004), y ahora descubrimos un nuevo proyecto en marcha, La casa vacía , dos libros que prueban no sólo que Carlos Cortés tiene aún mucho que decir en poesía, sino que la poesía de Carlos Cortés tiene aún mucho que decirnos.

Por lo demás, no es antojadizo dividir la poesía de Cortés en un antes y un después de El que duda no ama . Los poemarios anteriores, como Erratas advertidas (1986), Los pasos cantados (1987) y Cantos sumergidos (1993) estaban perfectamente sincronizados con la experimentación y el deseo de ruptura de los otros dos libros que Cortés publicó en esos años: Encendiendo un cigarrillo con la punta del otro (1986) y Mujeres divinas (1994).

Hay en esos poemarios iniciales un intento de romper con la estrecha dicotomía trascendentalismo/realismo arrastrada desde nuestros inicios literarios y profundizada en los años setenta. Ahí, Cortés se da el lujo de unir a José Lezama Lima con Julio Cortázar en un despliegue de psicodelia barroca.

No es, para aclarar, el barroco monumental de las luchas infinitas entre la luz y la oscuridad (eso sería La guerra prodigiosa , de Rafael Ángel Herra, también de esos años), sino lo barroco de vivir en el trópico, usar bermuda o corbata y manga corta, leer a Kafka y bailar con Los Hicsos.

De ese barroco surge en Cortés una vena iconoclasta para hablar especialmente del pasado literario local y ponerlo a funcionar bajo nueva administración.

Muchos años antes de que Luis Chaves escribiera su “Arte poética II” (“–Murió el Gran Poeta de la Patria / en fatal accidente de tránsito. / –¿Y qué le pasó a la moto?”), ya Carlos Cortés había soltado balas similares que, sin embargo, nunca lograron la celebridad incendiaria de las de Chaves: “El poeta del pueblo se estrelló contra la realidad / en motocicleta”.

Lo que separa los versos de Chaves de los de Cortés no es la intención, sino el hecho de que el primero ya no pide permiso ni disculpas (el poema de Cortés lleva por título la ceremoniosa frase “Oratorio para un poeta muerto”). La razón por la que Luis Chaves no pide permiso es porque ya Carlos Cortés se lo había dado.

A nadie debería sorprender, entonces, que los más recientes libros Autorretratos y cruci/ficciones y La casa vacía puedan ser leídos como carátula y reverso de las más personales e indagadoras novelas últimas de Cortés, en especial Cruz de olvido (1999) y Larga noche hacia mi madre (2013).

En esos últimos libros –lo mismo en verso que en prosa–, Carlos Cortés registra el mito personal, la orfandad, el aparato represivo del Estado que a veces llamamos familia, y el casi inaudible derribo de una casa y una sociedad corroídas desde sus cimientos. Para Carlos Cortés, Costa Rica ha dejado de ser un tema y se ha convertido en problema.

En medio de todo esto, o quizá por encima, ronda su poesía amorosa, dispersa en varios de sus libros pero concentrada en ¡El amor es esa bestia platónica! (1991) y luego recogida en El que duda no ama . Como indica este título, lo amoroso en Carlos Cortés es bestial, carnal y agresivo, pero también ideal, sublimado y pensante. No es de lo mejor de Cortés, y aun así es de lo mejor que se ha escrito aquí en muchos años.

De este modo el libro , Vestigios de un naufragio (Poesía reunida, 1980-2015) , recientemente publicado por la Editorial Germinal, da cuenta de una de las voces más solitarias e indispensables de la poesía actual. Treinta años de poesía –se dice rápido– que le han permitido a nuestra literatura salir de la modorra ideológica y echar a andar con inteligencia y gracia.

Pocos poetas pueden todavía recurrir a la confesión sin sonar lastimeros. Pocos pueden ponernos en contacto con el pasado de la poesía y ser al mismo tiempo conducto hacia su futuro. Carlos Cortés es de esos pocos.