Bueyes se pasearon por San José con la testuz muy en alto

Recorrido exhibió a 320 yuntas provenientes de varias regiones

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José Luis Valls, un turista oriundo de Menorca (España), no lo pensó dos veces para brincarse el cordón divisorio, ingresar al área del desfile y tomarse una foto al lado del boyero que llevaba una gallina en la cabeza.

Un poco desconcertada, pero riendo, su amiga Naty Quirós tomó la fotografía, y ambos decidieron hacer una pausa en su caminata exploratoria por el paseo Colón para disfrutar el XVII Desfile de Boyeros.

“Nos parece divertidísimo. En España tenemos desfiles tradicionales con carretas, pero tiradas por caballos, nunca por bueyes. Nos encantó el colorido de las carretas de Costa Rica, y supongo que tendrá algún significado especial”, opinó Quirós.

Minutos antes, doña Dora Emilia Castillo, de 77 años, ya les había explicado a los extranjeros el significado de la popular frase “estar montado en la carreta”.

Esta señora, vecina de Curridabat, no se pierde los desfiles de boyeros y caminó desde la sede de la Caja Costarricense de Seguro Social, en San José centro, hasta el edificio Toyota, en paseo Colón, para encontrar un buen lugar.

“Esta es una tradición bellísima que no debe perderse porque es parte de nuestra Costa Rica. Recuerdo que, cuando era chiquilla, íbamos a coger café, y las carretas iban cargadas de leña”.

A partir de las 10:30 a. m. y hasta bien entrada la tarde, una caravana de 320 yuntas de bueyes recorrió un tramo de 3 kilómetros entre el edificio Toyota y la plaza de la Democracia.

Ni el frío ni el viento ni el cielo gris, que “lloró” un poco, fueron obstáculos para que hombres, mujeres y niños, hijos del campo caminasen, por la avenida segunda como sobre una pasarela.

Chuzo y machete en mano y ataviados con chonetes, delantales y botas, decenas de boyeros de Escazú, Heredia, Aserrí, Cartago, Guanacaste, Pérez Zeledón, San Carlos, Guápiles y otras regiones del país exhibieron, frente a los espectadores, su más preciado tesoro: un par de bueyes.

No importa si son dos bestias grandes y macizas o un par de frágiles novillos: para el boyero, valen oro; pero el precio no está fijado en billetes, sino en sentimientos.

“No tener bueyes es como no tener ropa. Yo soy del campo, y, en mi familia, ser boyero es una tradición. Yo me dedico a esto desde los 7 años y ya tengo 50. Mis hijos, y ahora también mis nietos, quieren seguir el mismo camino, y me siento muy contento”, comentó don Rafael Ángel Solís, de San Antonio de Escazú, mientras chuceaba a sus animales “Pollito” y “Bolita”.

A doña Aída Sandí se le dibuja una sonrisa de orgullo en el rostro cuando afirma que el ‘boyeo’ “es algo que se trae en la sangre”.

A sus 53 años, esta mujer boyera se las arregla para participar en los desfiles pues sigue fiel a la tradición heredada de su padre.

“ Yo en la casa no me puedo quedar y siempre busco cómo ir a los desfiles. Los bueyes son la mano derecha de todas las personas que trabajamos en el campo. Son animales nobles y muy entendidos”, dijo.

La tradición del ‘boyeo’ y la carreta fueron declaradas obras maestras del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad por la Unesco el 25 de noviembre, 2005.