Arturo Toscanini contra los tiranos

El más importante director de orquesta del siglo XX se enfrentó al fascismo

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Poco después de haber reafirmado, a través de la gloriosa música del Nabucco verdiano, nuestra firme convicción de promover una libertad permanente y completa en nuestra patria y para el orbe, conviene repasar algunos episodios históricos en los que se manifiesta esa curiosa capacidad de la ópera de potenciar la lucha contra las tiranías.

Esa particular tendencia de rechazar todo aquello que implique conculcación de las libertades, ha sido transmitida a través de las acciones de grandes individualidades de la lírica, entre cuyos ejemplos podemos citar al gran Titta Ruffo, al singular y estudioso Otto Klemperer y al histriónico e irascible Arturo Toscanini. Los tres personajes –de tesitura baritonal el primero y directores de orquesta los restantes– fueron mortales adversarios del fascio y de la esvástica.

En comentarios anteriores hemos visto el efecto contrario –algunos lo llaman rebote o resaca– en un Pietro Mascagni, cuya complacencia y colaboracionismo hacia el régimen de Benito Mussolini devino en una progresiva desautorización del público y de sus colegas.

Dicho proceso de pérdida de confianza concluyó en una muerte oscura y silente, a despecho de la gloria de su Cavalleria rusticana. Su servilismo hacia la causa fascista alcanzó la cúspide –saturada de fútiles alabanzas al poderoso Duce – a través de la composición de su Nerone .

Un noble “tirano” del podio. Sin embargo, Arturo Toscanini, el mítico director de orquesta nacido en Parma en 1867, fue siempre el epítome en la lucha contra las tiranías. El autocrático director mantenía una especial amistad con el poeta Gabriele D’Annunzio y admiraba profundamente su patriotismo. Cuando, al mando de un importante grupo de militares italianos de segundo rango, D’Annunzio tomó la ciudad croata de Fiume en 1919, Toscanini demostró su admiración hacia la gesta, dirigiendo varios conciertos en dicho territorio.

La amistad con el poeta, unida a su natural tendencia nacionalista, tendieron a aproximar a Toscanini a un incipiente partido fascista, si bien el músico comprendió prontamente el carácter megalómano y expansionista de Benito Mussolini.

A partir de ese momento, se alejó definitivamente del fascio y sujetó la batuta de los intelectuales italianos que adversaron al futuro Duce . Su tendencia socialista y particularmente su filiación masónica lo erigieron en símbolo permanente de la lucha contra la dictadura.

Giovinezza, himno polémico. A partir de la agonía del mes de octubre de 1922, con ocasión de la célebre Marcia su Roma (Marcha sobre Roma), en todas las ocasiones artísticas, deportivas y diplomáticas se hizo costumbre ejecutar el himno fascista Giovinezza (Juventud).

Hacia finales del mismo año, en el Teatro alla Scala, un grupo de agitadores de extrema derecha trató de forzar al maestro Toscanini a ejecutar públicamente el referido tema, pero el inquebrantable director rompió su batuta en inequívoco gesto de protesta, y abandonó la sala.

La función de Aida fue reanudada ante la promesa de las autoridades del teatro de interpretar Giovinezza al final de la obra. No obstante, pese a que la Dirección Artística del teatro solicitó a los cantantes permanecer en escena al concluir la función, un impertérrito Toscanini les dio órdenes de recluirse en sus camerinos.

Contra lo que Italia hubiese esperado, pudo más la casta del soberbio artista que todas las presiones políticas: al final de cuentas, obedeciendo la consigna de Toscanini, los músicos y los cantantes se abstuvieron de participar en la ejecución del polémico cántico. Este fue ejecutado con acompañamiento de piano y sin el concurso de los artistas.

El genio supera al Duce. Para el estreno de la Turandot pucciniana, el 25 de abril de 1926, la Dirección Artística del teatro scaligero contaba con la presencia del Duce para celebrar un acontecimiento que asumía ribetes de asunto de Estado. Las expectativas de la magna ocasión fueron tan elevadas, que las autoridades del gobierno comunicaron al célebre teatro que debía preverse la ejecución de Giovinezza a fin de asegurar la presencia del Duce.

Ante la imposición, el prestigioso músico reaccionó conminando a la dirección scaligera a que buscara otro director musical para la obra. La Dirección del ente autónomo no tuvo otro remedio que aceptar la negativa del inflexible Toscanini, y comunicar a las autoridades políticas que el himno no se ejecutaría.

Mussolini se encontraba en Milán, pero se abstuvo prudentemente de ingresar en el recinto pretextando asegurar así la devoción de los ejecutantes a la memoria de Puccini.

Años más tarde, los seguidores del Duce encontraron la forma de tomar revancha de lo ocurrido. A instancias de Walter Damrosch, el maestro había abandonado Italia para asumir la dirección de la New York Philarmonic. Las autoridades del Teatro Comunale di Bologna pretendían una grandiosa reinauguración del recinto lírico y, a pesar de la distancia trasatlántica, consideraron imprescindible la presencia de Toscanini y lo invitaron como huésped de honor.

Nuevamente surgieron los inconvenientes: se quiso convencer al maestro de aceptar la interpretación de Giovinezza a manera de una rama de olivo que promoviese la paz y garantizase un resurgir de la lírica italiana, pero Toscanini fue de nuevo inflexible: jamás aceptaría dirigir una obra que representaba el sumario de todo lo que adversaba.

En los meses finales de 1931, ocurrió un funesto episodio que generó el voluntario destierro del director más importante del siglo XX. Entre el público asistente al teatro boloñés no se encontraba Mussolini, pero sí su yerno, Galeazzo Ciano, quien años más tarde sería erigido ministro del Exterior, y finalmente fusilado por orden de su suegro.

Al descender Toscanini del auto que lo transportaba, fue rodeado por un amenazador grupo de camicie nere (camisas negras) que lo empujaron y amenazaron, amén de conminarlo a empuñar la batuta para la ejecución de Giovinezza.

El exilio. El irascible director, que no tenía nada de cobarde, se enfrentó a la enfurecida turba y se negó rotundamente a traicionar sus principios. Como resultado, fue golpeado y herido en el rostro por la cobarde muchedumbre apostada en una de las entradas laterales del Teatro.

Afortunadamente, la pronta intervención de Ottorino Respighi –célebre compositor, nativo de la ciudad– impidió que el altercado derivase en consecuencias peores.

Toscanini y su esposa decidieron regresar a su casa de Milán. No más llegados a la capital lombarda, la policía estatal les decomisó sus pasaportes y puso la vivienda bajo estricta vigilancia. Siete años más tarde, Franklin D. Roosevelt –presidente norteamericano– requirió personalmente al gobierno italiano la restitución del pasaporte al admirado director.

El maestro Toscanini se impuso el autoexilio. Comprendió que su vida corría peligro en una Italia en la que imperaban el matonismo y la irracionalidad. Dejó que el tiempo realizase lo que era previsible… y regresó a América.

Sic aemper tyrannis! Llegó el año de gracia de 1945, y con él los estertores de una Segunda Guerra Mundial en la que el Duce había involucrado fatalmente a la nación italiana. En abril de dicho año, cuando Mussolini pretendía huir hacia Suiza, fue detenido por un grupo de partisanos y colocado –junto a su compañera Clara Petacci– ante el pelotón de fusilamiento.

Horas más tarde, los cuerpos exánimes de ambos amantes eran colgados de los pies en una gasolinera del milanés Piazzale Loreto, como recordatorio de los jóvenes partisanos muertos en el mismo sitio por el régimen del fascio. Una vez más, el lenguaje universal de la música se imponía sobre los gritos salvajes de la irracionalidad.