Any Pérez destaca la contribución de Alberto Cañas al periodismo

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El invento con el que Gutenberg otorgó primacía a la Biblia urgía en la Costa Rica de 1830 para divulgar otros fines: las ideas de la ilustración en el nuevo Estado independiente. Waterlow&Sons fue la marca de la primera imprenta que importó el empresario Miguel Carranza y el primer texto impreso fueron las Breves lecciones de arismética, del bachiller Rafael Fco. Osejo, profesor de la Casa de Enseñanza de Santo Tomás.

Política, educación y opinión pública, hasta entonces divulgados en forma oral y manuscrita, empezaron a converger en letra de molde entre acuerdos de gobierno, cuadernos educativos, folletos artísticos y, desde 1833, con informaciones y opiniones sobre la realidad local e internacional, en el Noticioso Universal.

Como en el resto del mundo, acá también fueron los intelectuales quienes primero hicieron de propietarios de periódicos, de periodistas y de analistas expertos al mismo tiempo; todo desde la trinchera político-ideológica desde la que mirara cada cual.

El periodismo de opinión y el informativo fueron casi indiferenciables hasta la segunda mitad del siglo XX. Durante los años 40, un país partido en dos produjo una generación de jóvenes intelectuales decididos a atrincherarse editorialmente.

A ese grupo pertenecía el abogado Alberto Francisco Cañas Escalante. Cuando se enteró de un proyecto periodístico gestado desde la oposición gubernamental, participó con gusto en la primera junta directiva, en 1946. El diario se llamaría La Nación .

Tras la guerra civil de 1948, los choques políticos e ideológicos entre el grupo vencedor, encabezado por José Figueres Ferrer, y La Nación , llevaron a Cañas y un grupo de accionistas a idear una estrategia para hacerse con la mayoría de la empresa. Como el operativo fracasó, vendieron sus títulos para ayudar a Figueres a montar un nuevo diario afín al gobierno.

Cañas se convirtió en el director fundador del diario La República en noviembre de 1950. Lo suyo fue político y estratégico y, en lo periodístico, creó una sección con columnistas permanentes, la práctica de buscar más la entrevista que el boletín, e incluir más arte y literatura, pero todo bajo la lente de apoyo a los gobiernos liberacionistas. La aventura editorial fue un fracaso comercial y José Figueres vendió el diario en 1966.

Como periodista por derecho propio, Cañas y otros intelectuales dedicaron los años siguientes a promover la promulgación de la ley del Colegio de Periodistas – fue vicepresidente de la segunda junta – y la creación de la Escuela de Periodismo, de la cual fue su primer director, en 1968.

En 1970, con $ 2,4 millones financiados por su amigo Robert Vesco, José Figueres inició una nueva y más arriesgada apuesta editorial. Alberto Cañas, Enrique Obregón y José María Penabad fueron los editores de un equipo de reporteros veteranos y jóvenes estudiantes de periodismo convocados a cambiar la prensa escrita con la última tecnología disponible.

Así fue en varios sentidos, pero la mala administración, así como la defensa de Vesco y de los actos gubernamentales, dieron al traste con la credibilidad del proyecto entre los lectores costarricenses.

Desde 1960, y hasta una semana antes de su fallecimiento, Cañas publicó su columna de realidad nacional Chisporroteos . Durante años, creó, junto a Álvaro Fernández y Roberto Fernández, la sección de humor político La Piapia . Como profesor, generaciones de periodistas pasamos por su clase anual de Periodismo Escrito. Conocimos a un Beto Cañas ya maduro, conocedor del periodismo estadounidense y europeo en materia de balance informativo, investigación y, ya para esa época, consciente de los efectos del periodismo político y partidista.

El eje de sus clases no eran las técnicas, sino charlas que terminaban en la soda de Ciencias Sociales, con café en mano, sobre quién era quién en la historia política, sobre gramática, geografía, arte, organización del Estado, y recuerdo que hasta de flora y fauna de Costa Rica en alguna ocasión. Insistía en que un periodista debía saberlo todo sobre su país si quería entender el contexto de la noticia para no ser simple correveidile.

Su entrañable asistente, Manuelita Sáenz, nos sistematizaba luego con textos técnicos aquella avalancha intertextual de don Beto que nos dejaba con chisporroteos neuronales a los hijos de la universalización educativa de la Segunda República.

Del maestro, aprendí que el periodismo es contextual, que debemos esforzarnos por conocerlo todo sobre el terreno, y que cualquiera podía ser entrenado en manejar “aparatos”, como nos decía, pero que se necesitaba mucho estudio para ejercer con dignidad la principal tarea de un periodista: saber pensar.

Cañas ejerció un periodismo de opinión muy político. Nunca fue gacetillero, pero su labor como columnista, editorialista, editor y director de periódicos marcó la historia del periodismo nacional; su generosidad de maestro, la historia personal de quienes tuvimos el honor de ser sus alumnos.