Antonio Muñoz Molina, maestro en las letras y en las aulas

Muchas voces. El escritor español ha demostrado su maestría en narraciones, crónicas y ensayos

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Pedro Plaza Salvati pedroplazas@gmail.com

E l maestro llega en bicicleta a sus clases de escritura creativa de la New York University. Su ruta transcurre a lo largo del río Hudson. Se quita el casco, asegura la bicicleta y sube a su oficina. Luego aparece en clase con su inseparable carpeta.

Al entrar al teatro donde recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, hace poco más de un año, era el único entre los galardonados que llevaba una carpeta en la mano. Mientras que al Príncipe de Asturias le falló el telepromter durante incómodos minutos ahogados en silencio, Muñoz Molina había antes navegado firme sobre las hojas de su discurso:

“Escribir empieza siendo casi siempre un sueño o un capricho o una vocación imaginaria. Pero el sueño, el deseo, el capricho, no llegan a cuajar en nada si no se convierte en un oficio”.

Al oírse sus palabras mediante la televisión, parecía dirigirse a sus alumnos en el aula 223 de 19 University Place.

“Tener un cuaderno es como tener una habitación”, soltaba siempre frases para atraparlas sobre el papel aquel hijo de campesinos que se labró su destino al abandonar los limitados confines de Úbeda, en la que nació un 10 de enero de 1956.

El escritor se marchó de Magina –el nombre ficticio de su ciudad natal, escenario de varias de sus obras– para desterrarse él mismo, largarse a Madrid y luego caer bajo el hechizo del anonimato neoyorquino, como uno de los personajes de Sefarad.

Novela de novelas, Sefarad es la obra que más peso tuvo para obtener, en el 2013, el prestigioso Premio Jerusalén –ello y su trayectoria de preocupación por las libertades y el destino del hombre–. Fragmentos entramados por el destierro conforman una compleja red de conexiones subterráneas; la vida normal que de pronto deja de serlo. Con el uso de un lenguaje melancólico acorde al marco de lo narrado hace que al lector se le arme un nudo en la garganta o suelte lágrimas de compasión:

“Y tú qué harías si supieras que en cualquier momento pueden venir a buscarte, que tal vez ya figura tu nombre en una lista mecanografiada de presos o de muertos futuros, de sospechosos, de traidores […]”.

El jinete polaco es la más literaria de las obras maestras de Muñoz Molina: un rompecabezas de 600 páginas donde calzan todas las piezas, el reino de las voces, cambios de puntos de vista, ausencia de diálogos, saltos en tiempo y espacio.

Provisto de una prosa casi sobrehumana, se aferra al tema de la memoria, la imaginación o la invención del pasado:

“Empiezo a entender que en casi todos los recuerdos comunes hay escondida una estrategia de mentira, que no eran más que arbitrarios despojos lo que yo tomé por trofeos o reliquias: que casi nada ha sido como yo creía que fue, como si alguien, dentro de mí, un archivero deshonesto, un narrador paciente y oculto, embustero, asiduo, me contaba que era”.

El mundo de Magina repercute en su obra: veinte años más tarde, una frase de El jinete polaco se convertiría en un cuento magistral de 52 páginas: El miedo de los niños. Quince años más tarde, el cambio que trae la televisión en la vida de un pueblo es uno de los temas de El viento de la Luna.

Una pizca de ficción. Han transcurrido veintisiete años –que corresponden casi al mismo número de títulos publicados– desde Beatus ille (1986), su primera novela, hasta Todo lo que era sólido (2013), una contundente crítica al despilfarro económico y a la pérdida de la memoria inmediata en España.

A esa vasta obra se agrega la publicación de Seix Barral que salió a la venta en España el 25 de noviembre de este año, Como la sombra que se va .

Esa novela está basada en la reconstrucción del asesinato de Martin Luther King, lo que fue posible gracias a la reciente apertura de los archivos del FBI en torno a la vida de James Earl Ray, el asesino de Luther King, y que permitió al autor realizar una exhaustiva investigación.

Eso no debe sorprendernos en un escritor que basa casi toda su obra en hechos reales. Un narrador tan prolijo como versátil, que acude a la ficción de manera dosificada, uno de los más importantes de nuestros tiempos, que nos sorprende con Ventanas de Manhattan (“soy un ciudadano invisible de un país inexistente”), un híbrido entre diario, memoria, ensayo, novela y crónica.

La obra de Muñoz Molina parece, además, dejar al lector el trabajo de la imaginación física de los personajes, siendo el caso más notable el de Santiago Biralbo, pianista de jazz en El invierno en Lisboa .

Por otra parte, en Plenilunio, un “policial” de 500 páginas a lo Muñoz Molina, nunca llegamos a conocer el nombre del personaje principal, el inspector.

Otra característica de su obra es que da pocas referencias de fechas; a través de señales deja la deducción del tiempo en que suceden los acontecimientos. Por lo general, su narrativa no ocurre en orden lineal: parte de la realidad y de episodios autobiográficos utilizando técnicas propias de una ficción contenida, empleando una prosa en la que todas las palabras parecen estar en el lugar que les corresponde.

Deslumbramientos. El maestro comenta haber tenido dos momentos que marcaron su carrera como escritor. Uno ocurrió durante su primer periplo neoyorquino, cuando se encontró con la literatura norteamericana de no ficción: Joseph Mitchell, Oliver Sacks, Joan Didion y Norman Mailer, entre otros.

Sin embargo, el primer deslumbramiento se produjo cuando se encontró con la literatura sudamericana. El Aleph, de Borges, marcó su carrera como escritor naciente. Luego, al ver a Onetti en una entrevista de televisión, el joven aspirante se dijo a sí mismo: “¡Yo quiero ser como él!”, cautivado por la sencillez y la sobriedad del escritor uruguayo y tomando un poco de distancia del exotismo de los autores del boom –a los que también admiraba–.

En 1992 conoció a Adolfo Bioy Casares, y a un Onetti en su lecho de enfermo en Madrid: “Los dos, cada uno a su manera, venían siendo, junto a Borges, mis maestros más queridos”. Sudamérica y Norteamérica: sus territorios de asombro y descubrimiento.

Su novela corta Carlota Fainberg conjuga los dos mundos al incorporar frases en inglés con la mayor naturalidad, sin utilizar cursivas, para reflejar la realidad bicultural de Claudio, personaje central que se ve atrapado en una tormenta de nieve en un aeropuerto de Pittsburg cuando se dispone a viajar a Buenos Aires para asistir a un congreso sobre un poema de Borges, Blind Pew.

Esa novela, precisa y preciosa, es un aliciente para los riesgos narrativos: Antonio Muñoz Molina, miembro de la Real Academia de la Lengua Española desde los 39 años, con el sillón “u” vitalicio (¿“u” de Úbeda?), se atreve a narrar de esta manera:

“Con una inconsecuencia muy norteamericana, una chica gorda, con pantalón de chándal y t-shirt de manga corta, lamía un ice-cream casi tan montañoso como ella apoyándose en el muro de cristal, de espaldas al panorama ártico de la snowstorm”.

Es invierno. El maestro llega en bicicleta. Tiene las medias puestas encima del pantalón, vestido de color negro, sus gafas, su aspecto amable, su andar siempre pausado, como si observase el mundo real con la mirada de un científico, con una ambición por aprender que no tiene tregua.

Encadena la bicicleta. Cuenta una anécdota y propone, como es lunes, ir a escuchar música en Arthur’s Tavern luego de clases, uno de sus sitios preferidos de jazz . Entra al aula, de manera imperceptible, con su carpeta en la mano y una mirada como la que titula su libro de ensayo sobre literatura: Pura alegría . Coloca la carpeta sobre la mesa y abre la puerta de su habitación.

El autor es magíster en Escritura Creativa por la Universidad de Nueva York. Es autor de Decepción de altura (Editorial Equinoccio, 2013); participó en la antología Escribir en Nueva York (Editorial Caja Negra, 2014); también es colaborador regular de Prodavinci.