Antígona en los callejones de París

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En 1944, Antígona pasó de la reverencia del viejo teatro a la furiosa excitación de los callejones del París ocupado. El dramaturgo francés Jean Anouilh (1910-1987) adaptó la potente obra de Sófocles y confundió: para los oficiales nazis era una inocua adaptación de teatro antiguo; para las filas de la Resistencia fue una metáfora y un grito rebelde de patriotismo.

El teatro de Anouilh no es tan recordado como los de Samuel Beckett o Jean-Paul Sartre, quizás porque sus obras se sienten como un producto de su tiempo. La fuerte carga de existencialismo y un diálogo elaborado no resultan tan explosivos como entonces.

Sin embargo, Antígona mantiene su esencia. Antígona es una heroína que se rehúsa a comprometer sus creencias espirituales y morales, aun a pesar de una desviada conducción del Estado. No en vano los resistentes la tomaron como una protesta contra el complaciente régimen pronazi de Vichy.

En líneas generales, Antígona sigue de cerca la trama de la obra griega original. Antígona defiende la tradición familiar y religiosa, y rechaza la prohibición de sepultar a su hermano, Polinices, considerado un traidor a los principios de la ciudad. Creonte, por su parte, prefiere obedecer al Estado.

En la obra de Anouilh, ese antagonismo se explora en una larga escena de discusión que desentierra el núcleo de la obra de Sófocles: ambos personajes tienen la razón. Creonte sabe que, como gobernante, debe guiarse por las leyes del Estado, a la vez que compromete los principios éticos. Antígona aparece más vehemente en su “locura”.

Creonte presiona al límite a Antígona: denigra a su hermano, le recuerda sus fallas, altera sus ideas de heroísmo e intenta persuadirla de renunciar a su muerte.

Empero, Antígona se mantiene fuerte. Cerca del final, admite que ya no sabe bien por qué está muriendo, pero su firmeza de convicciones le gana a los argumentos. Por esa fortaleza espiritual apeló a los militantes de la Resistencia.

Anouilh siempre fue ambivalente en la política. El hecho de que dejaran representar Antígona muestra la doble lectura de la pieza. Con su renovación, Antígona no era una figura más de la literatura: vivía en las calles del París ocupado, deslizando su rebeldía entre las grietas del enceguecido nazismo.