Álvaro Rojas, autor de ‘Greytown’: ‘En el río San Juan no hay una novela, sino muchas’

Álvaro Rojas Salazar. En su libro Greytown, su primera novela, el autor hurga en las ilusiones perdidas en torno al río

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Una tarde, Daniel Luján se topa a una figura de su pasado. Alejandra ahora es otra: ya no es la mujer por la que fue a parar al río San Juan, movido por la pasión y cargado de expectativa por el futuro. Le cuenta todo a un amigo en el bar Morazán, en el corazón de San José. Conforme habla, nos cuenta historia tras historia de huidas, evasiones, retornos y conflictos, todas afluentes de ese río que no es una novela, sino muchas.

En Greytown (Uruk Editores), Álvaro Rojas Salazar indaga en lo que fue del soñado puerto para el canal interocéanico que nunca fue. Como las ilusiones románticas y las utopías políticas, el tiempo las lava; de la corriente revuelta, Rojas extrae su primera novela, presentada en Centroamérica Cuenta, en Managua, y en San José.

–¿Cuál fue el origen del libro?

–Hay dos momentos importantes, digamos que extraliterarios. El único personaje “real”, porque fui fiel a su testimonio, es el de doña Nina (obviamente le cambié el nombre). La conocí y me contó una historia terrible de violencia machista, violencia sexual, cuando su madre se casa con un hombre que no es su padre. Él abusa de ella cuando era adolescente. Ella me dijo: ‘Huí en el año de la ceniza’. Le pregunté: ‘¿Cómo, en el año de la ceniza?’. ‘Sí, sí, cuando hizo erupción el volcán Irazú’. Me empezó a interesar la historia y cómo se vivía una cosa así en el 63, cuando se da la erupción, el día que en San José están reunidos todos los presidentes de Centroamérica con Kennedy, además el día de San José… Me dije: ‘Aquí hay una historia’.

”Empecé a escribir la novela por ese capítulo, cerca del 2006. En el 2007 hice un viaje al río San Juan con un periodista, Manuel Bermúdez, porque debía hacer una investigación sobre la población a ambas orillas del río, la costarricense y la nicaragüense. Es una relación muy buena; siempre se dice que los pleitos son entre Nicaragua y San José, pero entre pobladores del río no. Estuvimos como 15 días viajando entre San Carlos y Greytown, San Juan del Norte, y a mí me impresionó la zona, no solo por la belleza natural, sino por lo que iba leyendo sobre la historia del lugar de los distintos viajeros. Hay dos intertextos muy importantes en este proyecto: Ernesto Cardenal y José Coronel Urtecho. Hay un libro de Cardenal que se llama El estrecho dudoso, una antología de relatos de distintos momentos históricos del río, desde los conquistadores españoles, Machuca y Calero, hasta exploradores, aventureros ingleses, naturalistas alemanes y demás, igual que los muchachos que se formaron con Cardenal en la isla de Solentiname.

”Esos relatos me hicieron ver que ahí en el río no hay una novela, sino muchas. Había muchas historias y la estructura que elegí para amarrarlas fue la conversación en un lugar, la cantina Morazán, en San José. ese recurso me permitió unir distintas historias”.

–¿Por qué te interesaba como recurso literario? Es complejo de manejar, tiene antecedentes en novelas de aventuras… ¿Por qué te llamaba la atención?

–Por la posibilidad que le da a la narración de saltar y oscilar entre los distintos tiempos y personajes de la narración. A partir de las conversación podía introducir esos afluentes de historias que van llegando al curso principal. Ese recurso me permitió estructurar los distintos tiempos de la historia.

”Entre los antecedentes hay uno que creo evidente, que es Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa, pero también de Joseph Conrad: una extraordinaria, para mí la mejor de él, El corazón de las tinieblas. El libro empieza en un barco una noche anclado en el Támesis. Es un marinero contando una historia fascinante a sus compañeros. La otra es una novela quizá poco conocida de Conrad, un libro pequeño de aventuras marinas que se llama Línea de sombra. El personaje está el mar por un tiempo prolongado y cuando regresa a casa, le preguntan cómo le va y responde ‘Bien. un poco más viejo’”.

–Algo interesante de esta forma de la conversación, sobre todo en una novela larga, es jugar con la inverosimilitud que tiene el recurso, pero que nos recuerda, desde mi punto de vista, el carácter narrativo de estos espacios geográficos. Es decir, al leer una conversación inverosímil, cuando uno sabe que le están contando un cuento, le recuerda mucho que todo lo que sabemos en torno al San Juan es conversación, narración, palabra pasada a lo largo de los años. ¿Era eso algo que tenías en mente?

–Creo que tanto los referentes históricos como los geográficos están contados para expresar emociones. Es una novela que tiene muchísimos referentes geográficos de distintas zonas, de San José, del San Juan, Sixaola, el Irazú, pero están puestos allí para mostrar estados emocionales. Creo que la novela sobre todo trata de eso, de conflictos y migraciones emocionales.

”En el nivel narrativo, en cuanto a la verosimilitud, el problema es cómo hacer creíble que dos personas estén hablando en un bar y vayan a tantos lugares. Hay momentos en los que tuve que trabajar mucho los recursos técnicos para que la historia fluyera. Si uno ve la historia en el tiempo lineal, lo único que pasa es que dos personas se cuentan cosas”.

–Esas cosas que se cuentan giran en torno a una historia de amor. ¿Por qué?

–De tanto que me han dicho que es una historia de amor, me lo voy a creer, pero, desde mi punto de vista, no es tanto una historia de amor sino de desilusiones. Por eso el nombre de la novela también: Greytown es un puerto que se pensó construir en la boca del río San Juan cuando por ahí se quería abrir el canal interoceánico de Nicaragua. En ese puerto había consulados, embajadas, logias masónicas, bancos, colegio de señorita, residencias de las familias principales de Nicaragua… En fin, era toda una ilusión enorme de poderío, de riqueza, de todo lo que estaba creciendo con la idea del canal que terminó devorado por la selva y terminó en nada. Tras el huracán Otto, ya ni quedó el cementerio masón: eso era ruinas en la selva.

”Cuando lo visité solo estaba eso y una sospechosa pista de aterrizaje de avionetas. En algún momento Daniel Luján dice de Alejandra: ‘Ella fue mi Greytown’. Ella fue la ilusión de él, una ilusión que tiene que ver poco con ella, tiene que ver más con lo que él construye sobre ella, y la propia vida termina despedazando esos sueños”.

–El trasfondo justamente es una historia de ilusiones y desilusiones políticas, históricas… En ese sentido, lo interesante de una historia de amor es conectar lo privado con lo público, lo pequeño con lo grande.

–Sí, porque la familia de este personaje estuvo vinculada con la utopía socialista, con un proyecto que como sabemos terminó desplomándose. Por el tiempo en que ocurre la historia esa es otra de las ilusiones que termina siendo nada; otro escenario son las ruinas de esa utopía. Es una indagación subjetiva y afectiva de un personaje que empieza a conectarse con momentos políticos e históricos.

–Daniel Luján es muy ingenuo...

–Sí, sin duda, pero es ingenuo por sentimental, por romántico. Él se deja llevar por una ilusión terrible...

–¿Qué fue lo más complejo para usted, como autor, de elaborar esta novela?

–Estructurarlo, dar forma a las historias. Está la historia de Daniel; la de la huida del Irazú; y la de Matías Salazar, quien es cronista y vive en Nicaragua.

–En la novela, algo interesante es el choque de las narraciones que cada uno hace acerca de su entorno y su vida, chocan formas de contar vidas. Greytown es una posibilidad o una selva, esta mujer es perfecta o humana…

–Hay un juego de perspectivas y eso se ve mucho en lo que concierne a la ciudad de San José. Para algunos es una zona de libertad, como para doña Nina, que viene de un campo que en el imaginario costarricense tradicional es pacífico, lleno de virtudes, pero ella más bien vive de la zona rural, del infierno que vive allí, y es en la capital donde encuentra libertad. En el caso de Matías, es al revés: él huye harto de la ciudad y de sus amigos y familia. Para Daniel y para Esteban es el lugar donde viven y ya; no es que sea Berlín, pero tampoco la pasan mal.

”Lo mismo pasa con el San Juan: para Daniel es una utopía, donde están sus ilusiones puestas, para finalmente llegar allí y no tener nada más que lo que aprendió. Él se siente de alguna manera satisfecho con ese viaje y con lo que encontró de sí mismo ahí. En el caso de Matías, él sí encontró su mundo en San Carlos. La novela es el reino de la subjetividad: cómo estén contados los lugares va a depender de las personas que estén percibiéndolos. Cada descripción habla más del sujeto que está hablando que del lugar”.

–En cierto modo es una novela que pone en discusión qué es el San Juan, cómo es la relación Costa Rica-Nicaragua, cuáles unen una parte con la otra. ¿Cree que es una historia que nos debemos como sociedad?

–Creo que sí. He hecho el viaje completo por el San Juan dos veces, son. Ahí hay muchísimas historias. Ya existen novelas sobre esta misma zona: la de Lisandro Chávez, Trágame tierra, y otra, En el San Juan hay tiburón. Ese río tiene una infinidad de historias tremenda. Parte por la mitad todo el contenido y geopolíticamente es importantísimo. A tres horas de San José, yéndose por Sarapiquí, llegamos al San Juan. a diferencia del encierro que podemos vivir aquí en el Valle Central, esa zona es todo lo contrario, es una zona de apertura al mundo. Había portugueses, húngaros, ingleses, estadounidenses, gente de todas partes precisamente por su posición geográfica.