¿Alguien le teme aún a Guillermo Brown?

Hace años... Un personaje literario representó el espíritu curioso y libre de la infancia

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Hoy, posiblemente nadie, pero en su tiempo casi todo el mundo: sus padres en primer lugar, y luego una larga lista: su hermano, su hermana, sus tíos, el servicio doméstico, el jardinero, el cartero, los maestros, los vecinos, etc. Curiosamente, no se lo encontraba uno en las calles, sino en alguna de las librerías del San José de tiempos atrás, muy atrás.

No es que él fuera un lector asiduo: ¡todo lo contrario! No era más que un mocoso al que algunos tenían por gángster, proscrito o rebelde; pero no faltaban quienes le adjudicaban otros epítetos, hasta contradictorios: el bueno, el malo, el genial, el incomprendido, el travieso…, por solo citar unos cuantos, ¡y travieso sí que era!

¿Quién era? Vayamos por partes pues no es un personaje real, sino un héroe (¿antihéroe?) juvenil de ficción. Si uno se lo encontraba en una librería era sencillamente porque llegaba en unos libritos muy atractivos de la española Editorial Molino (12 x 17 cm), en pasta gruesa de color rojo.

Cada ejemplar contenía un buen número de episodios independientes entre sí. Se completaba cada historia con ilustraciones testimoniales de cómo era la sociedad rural inglesa en esos tiempos: las costumbres, las modas, las relaciones sociales, las preocupaciones, los entretenimientos habituales, etc., y todo ello rebosante del típico humor inglés, fino, cerebral.

Guillermo (William) no pasa nunca de los once-doce años, aunque la saga comienza en 1922 y concluye a finales de los años 60. Es el jefe indiscutido de una pandilla de chiquillos de la vecindad: Pelirrojo, Douglas, Enrique. Además, tiene un compinche de cuatro patas que le rinde incondicional pleitesía: un zaguatillo que responde al apropiado nombre de Jumble (Revoltijo).

Guillermo es un niño cuya personalidad está siempre en pugna con las convenciones sociales implantadas por los adultos (una de ellas, mantener su ropa impecable a despecho de los juegos propios de su edad); lo mismo contra la hipocresía y la obtusa seriedad del mundo adulto.

Sin embargo, Guillermo es listo y avispado, aunque su inglés oral y escrito es pésimo, producto del poco aprecio en el que tiene al sistema escolar, excepto cuando la maestra es joven y bonita.

El cuadro no se completaría sin la banda rival de Huberto Lane y sus “hubertolanitas”: unos chicos “ejemplares” según el gusto de los adultos, pero que detrás de las apariencias son egoístas, vengativos y taimados.

Sus andanzas. Las aventuras que corre Guillermo –solo o con los suyos– están plagadas de malentendidos y equívocos, aunque lo corriente es que salga bien librado. En una de ellas, por ejemplo, hay un tío lejano, entrado en años, que llega como huésped a la casa de la familia Brown. Este señor ha sido maestro toda la vida y tiene una idea fija: a un niño siempre hay que estar enseñándole, y estar atento a responderle sus preguntas sin importar dónde y cuándo surja el interés.

Guillermo no es un niño paciente y a los pocos días ya no soporta al tío con sus lecciones e incitaciones a preguntar. Al fin, encuentra la solución para deshacerse de él: una noche, cuando todos ya duermen, toca a la puerta de la habitación del visitante, con lo que lo despierta y le formula una pregunta. Sorprendido por la hora, pero satisfecho al poder poner en práctica su filosofía pedagógica, el maestro de toda la vida se extiende en explicaciones hasta que el pilluelo se da por satisfecho y se va.

Vuelve el buen señor a la cama y no pasa media hora cuando se repite la situación; y así sucesivamente durante toda la noche hasta que el pobre dómine, más que enfurruñado y cayéndose del sueño, lo pone, ya de madrugada, de patitas en el pasillo. Al romper el día, un Guillermo somnoliento pero feliz, ve por su ventana cómo el bienintencionada pero inoportuno visitante se marcha con sus chécheres en busca del próximo tren.

Sin embargo, no siempre Guillermo comete ese tipo de “maldades”. En otra ocasión, la tía visitante es una anciana cuyo deseo más secreto es el de divertirse como la niña que nunca pudo ser. ¿Cómo? Yendo a una feria en la que haya toboganes, carritos chocones, caballitos y ruedas de Chicago; y montarse en todos, sin más, diga lo que diga la gente.

Guillermo ha simpatizado con la viejita a primera vista, adivina su deseo y se lo cumple pues la lleva a una feria en la que la señora hace realidad sus sueños, pese a los cuchicheos y las miradas burlonas de otros adultos.

Ahora bien, entendámonos: no es que se lo temiera por antipático, majadero o insolente, nada de lo cual era. Es un niño que vive plenamente su infancia y reacciona con espontaneidad e ingenio ante lo cotidiano, aunque sus buenas intenciones como ayudante usualmente colocan a sus “asistidos” en situaciones incómodas y ridículas.

Sus travesuras resultan muy simpáticas al joven lector porque en ellas este se ve a sí mismo en su lento proceso de adaptación social; y al adulto le gustan pues traen a su mente el recuerdo de tiempos pasados con situaciones jocosas casi olvidadas.

Un “misterio”. ¿Richmal Crompton? ¿Qué puede decirse del autor de estos 38 volúmenes que tienen a Guillermo Brown como protagonista? ¿Un autor? Para nada: ¡autora! Es que el extraño nombre que aparecía junto a cada volumen nos dejaba a los hispanoparlantes a oscuras en ese dato.

Como siempre, las enciclopedias, desactualizadas, solo se ocupaban de la “gran literatura”; y no era como hoy, cuando, con solo consultar Internet, todo se resuelve en instantes. De tal modo, nos encontramos con que Richmal Crompton (1890-1969) fue primero una maestra y, luego, institutriz y escritora.

Sin duda, el trato con los niños la hizo muy conocedora de la psicología infantil, y muy empática con sus gustos y pequeñas aventuras. Su talante humorístico y su don de gentes son admirables, tanto más si se sabe que a los treinta y tres años perdió el uso de una pierna.

No obstante, Crompton parece olvidada, lo mismo que el pequeño Brown y su mundillo. Es ley de la vida: los tiempos cambian y, con ellos, los gustos (aunque debería haber excepciones).

En un interesante artículo publicado por La Nación años atrás ( La dama proscrita , 15/9/2000), nada menos que Fernando Savater se declara admirador de la escritora y de su infantil héroe de ficción. Deberemos creerle cuando afirma que “(ella) sopló sobre mi cuna el hálito irreverente de lo imprevisto, de la rebeldía con humor y sin crueldad. Me convirtió en proscrito… dentro de un orden. Lo siento, pero debo confesar que a Dante y a Goethe les debo mucho menos”. En cambio, celebra a “London, Salgari, Verne…”.

En su momento, Savater buscó el apellido en algún libro especializado en las literaturas anglosajonas: solo encontró otros dos escritores con ese apellido, pero ninguna traza de la escritora, otra “proscrita”, como el mismísimo Guillermo Brown. El mundo es injusto y lapidario: Sic transit gloria mundi

El autor es profesor ad honórem de la Universidad de Costa Rica.