¡Ya van seis!

Mucha violencia De zapato a caite

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Fueron necesarias cinco películas para que la saga de Rápidos y furiosos tuviese un filme aceptable en su guion, aunque con el mismo rezo visual. Ahora nos llega la sexta cinta de la serie y nuevamente la calidad se pone cuesta abajo y sin frenos.

Tan intensas como exageradas, las bien filmadas escenas de acción son tan irreales que resultan cómicas (adrede o no). Implican un buen trabajo en la sala de montaje, cierto, pero, aparte de eso, tenemos un argumento absolutamente forzado e incoherente, se le mire por donde se le mire.

Su director, Justin Lin, no está muy interesado en hacer algo distinto. ¿Para qué? Los productores encontraron con esta saga el éxito comercial y sería muy tonto que se la jugaran a “crear” algo diferente. Precisamente, la continuidad de la franquicia ha sido la continuidad del joven director Lin.

Este director estadounidense, de origen taiwanés, ha estado tras las cámaras en los cuatro últimos filmes de Rápidos y furiosos (2006, 2009, 2011 y 2013). En este sexto capítulo, el conocido equipo de amigos y automóviles, repartidos por el mundo, luego del millonario atraco que le hicieron a la mafia en la película anterior, se reúne de nuevo.

Ellos siguen sin poder volver a sus países y continúan como prófugos de la justicia. Sin embargo, ahora encuentran la oportunidad de ser perdonados si colaboran con la policía especial para atrapar a una banda peligrosa y resbaladiza, dedicada al robo de secretos militares, de un chip millonario, por ejemplo, y demás asuntos fuera de la ley, nunca bien especificados.

Así, el agente Hobbs (Dwayne Johnson) le pide a Toretto (Vin Diesel) que reúna a los suyos y lo ayuden a atrapar a los maleantes a cambio de un indulto. La acción nos lleva por distintos países, incluso por Estados Unidos, a donde regresa de manera clandestina el propio Brian O’Conner (Paul Walker).

Esa parte es la más tonta, inútil y aburrida de toda la película, no tiene sentido alguno dentro de la aventura planteada. El resto del filme consta de momentos del todo predecibles: persecuciones con autos, volconazos, mucho meco, más bombazos, balaceras con pésimas punterías y muertos que reaparecen. En fin, todo lo que sirva para estimular emociones fáciles en el espectador.

Con tanta efervescencia visual y música ruidosa (¿música?), lo cierto es que esta cinta, como calabazo en remolino, ni se hunde ni hace camino. Si con miel se atrapa a las moscas, a los espectadores fieles de esta serie de filmes automovilísticos le dan lo que quiere ver. Punto.

De ahí el paradigma completo: “chuzos” (autos), héroes, mujeres muy guapas (algunas sin miedo a resfríos al andar desarropadas), lujos, violencia, mucha violencia gratuita, más violencia, otra vez violencia y una advertencia final para que a nadie se le ocurra hacer lo que ve en pantalla (como si el cartelito bastara).

Finalmente, aquí no hay intérprete que quiera actuar bien. Con histriones sin convicción más fácilmente se cae la película y volvemos a lo mismo: solo quedan la sorpresa visual y el buen montaje (edición) como posibles razones para ir a ver este filme. Total: con Rápidos y furiosos 6 , la serie pasa de zapato a caite.