Victoria Abril, un encanto que sobrepasa la ficción

Tarde soñada En un ameno y revelador café, la protagonista de Tacones lejanos enamoró a un grupo de suscriptores del Club La Nación

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Si hubiera sido otra mujer, la habrían dejado plantada. Pero no, a quien esperaron por unos 35 minutos era a Victoria Abril, una chica Almodóvar, aquella que se come el público en las películas y también en la vida real.

Ayer, los suscriptores de Club La Nación , se tomaron un cafecito con la diva, un gusto que, si hubiera sido por ellos, habría llegado hasta la cena. A la cita, aquella mujer llegó impecablemente vestida, con mirada imponente, una sonrisa seductora y dispuesta a conversar de lo que fuera.

Todos boquiabiertos, y en un silencio casi romántico, la escucharon hablar acerca de sus aventuras en la pantalla grande, desde el secreto para satisfacer los gustos de Almodóvar hasta la forma de encarnar tan dulces, complejos y violentos personajes.

“Voy por la calle y voy pillando de la gente la voz, le pillo sus gestos. Esa es mi forma de hacer mis personajes. De hecho, casi no veo películas; no voy al cine porque soy como una esponja y se me pega”, explicó la diva.

“Luego viene el director y te pide cosas, pero yo parto de la realidad”, agregó.

Refiriéndose entre risas a los papeles en que ha representado a damas vulnerables, Abril dijo que no era actriz, “sino abogada de las mujeres”. En otros temas, confesó que se hizo intérprete porque no quería quedarse como una simple oficinista.

“No quería quedarme como secretaria. Un abril apareció el cine, por eso me llamó así (su apellido real es Mérida); fue cuando decidí que esto de ser actriz era genial”, contó emocionada.

Cambio de sexo (1977) fue la cinta que terminó de convencerla de que el cine era lo suyo.

“El director Vicente Aranda (de Cambio de sexo ), a quien yo considero mi gran maestro, me hizo darme cuenta del poder terapéutico de la actuación”.

Además, Abril recordó las locuras para filmar las recordadas tomas de Amantes (1991), por la cual ganó el Oso de Plata en Berlín, y se jactó de descubrir al director Agustín Díaz Yanes, de Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (1995).

“Generalmente, los directores escogen a las actrices, yo lo descubrí a él. Le dije, si tú no diriges este texto, no hago la película. El se vio obligado, la dirigió y resultó siendo una maravilla”, narró.

De Almodóvar, quien la reclutó en varias cintas, fue muy reveladora: “Si quieres sorprenderlo, debes hacer lo que él quiere, pero no lo que él diga. Si haces todo lo que él dice, se aburre”, explicó.

Como es una adorable señora y ladrona descarada de escena, Abril no pudo despedirse de otra forma. Sin previo aviso, se puso de pie, mostró su elegante figura y se robó cada mirada del auditorio. Para terminar, como modelando, mostró un bolso hecho de tapas de cerveza, por manos costarricenses.

“Miren esta monada”, dijo con coqueteo y, después, presentó unos aretes para completar el juego. No dijo más, ¿para qué?; al instante tenía al auditorio a sus pies, una vez más.