Página negra Katharine Hepburn: La leona en invierno

Fue un bicho raro entre la pompa de Hollywood; tenía un aire hombruno pero derrochaba feminidad. El suicidio de su hermano menor, sus amores torcidos y sus aires de independencia le hicieron fama de soberbia y autócrata.

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Vestía como hombre, hablaba como hombre y en su presencia un hombre no estaba seguro de ser hombre. Usaba pantalones pero derrochaba feminidad.

Tenía aristas en vez de curvas; no tanto por lo flaca, huesuda o cadavérica, sino por su espíritu duro, libérrimo y moderno.

De niña trepaba a los árboles, peleaba con otros chiquillos, se cortó el pelo y parecía un marimacho; hasta le dio por llamarse Jimmy, en lugar del aristocrático Katharine Houghton Hepburn con el que la bautizaron sus padres, Thomas Norval Hepburn y Katharine Martha Houghton, el 12 de mayo de 1907, en Connecticut.

Nació y creció en un hogar sui generis, fue hija de un ginecólogo empeñado en combatir las enfermedades sexuales, y de una mujer que defendió el derecho al sufragio femenino y fomentó en Katharine los aires de independencia.

Jamás vivió bajo el zapato de otros, menos de un hombre, a pesar de que se enamoró como una colegiala de uno casado, católico, aferrado a su familia y bien feo.

Aunque se casó, se divorció y buscó consuelo en otros amores furtivos, le endilgaron utilizar a Spencer Tracy, su amante durante 27 años, como una pantalla para ocultar su lesbianismo.

Como fuera, se pasó por la rabadilla la opinión de los demás y confesaba “no lamento nada de lo que he hecho. Lo disfruté en cada momento”, según reza el libro Recordando a Kate , la biografía póstuma que escribió A. Scott Berg.

En vida tuvo fama de ácida, distante e incómoda y se brincó a la torera todas las normas de Hollywood. Nunca acudió a ninguna de las entregas de sus cuatro premios Óscar –la mayor cantidad ganada por una intérprete hasta la fecha–; ni a sus 12 nominaciones como mejor actriz; tampoco concedía entrevistas, ni se aprovechó de su vida personal para hacer carrera artística.

Sentía orgullo por descender de una de las familias puritanas que llegaron –en el Mayflower en 1620– a la costa este americana y fundaron la primera colonia del actual Estados Unidos; incluso iba más allá y aseguraba descender de James Hepburn, IV conde Bothwell, consorte de la Reina María Estuardo de Escocia, cuya historia está salpicada de amantes, crímenes, estafas y latrocinios.

El tufo a realeza le salía a Katharine y sin pecar de snob los Hepburn pasaban por “estirados” y basaban su alcurnia en el conocimiento, más que en el dinero.

Ella y sus hermanos: Tom, Dick, Bob, Marion y Peggy fueron criados en un ambiente refinado con amistades como los literatos George Bernard Shaw y Sinclair Lewis; en lugar de lánguidas partidas de bridge leían en alta voz a Shakespeare o Ibsen y discutían temas poco ortodoxos como el control de la natalidad.

El castillo de naipes familiar se vino al piso en 1921, cuando Katharine encontró a su adorado hermanito Tom –de 14 años– guindando de una viga en el desván, con una sábana arrollada al cuello. Lo mismo hicieron su abuelo y un tío.

Katharine nunca se repuso.

Recibió tratamiento médico, se recluyó en sí misma, se volvió taciturna y “creó una persona que daría la cara al mundo mientras escondía otra que mantendría privada a toda costa” aseguró Scott Berg.

Tal vez por eso tampoco tuvo hijos: “Habría sido una madre terrible, porque básicamente soy un ser humano muy egoísta” relató en su biografía Yo.

La mujer del año

Desde niña Katharine mostró un espíritu tenaz; forjado al calor de las campañas políticas de la madre y de las sufragistas Emmeline Pankhurst y Rebeca West, con las que iba a repartir coloridos globos con la frase “Voto para la mujer”.

Para suavizar el puñetazo del suicidio de Tom, sus padres la enviaron a pasar unas vacaciones en una propiedad campestre; de ahí regresó más madura y con el carácter que haría estremecer los tinglados de Hollywood.

Estudió en el Bryn Mawr College, un exclusivo colegio de Filadelfia, donde se graduó en filosofía e historia y tuvo su primer contacto teatral en pequeñas obras estudiantiles.

Con el título todavía húmedo, en 1928, se fue a Baltimore y convenció a Edwin H. Knopf para que le diera un pequeño papel en La Zarina , pero la crítica la demolió porque su voz chillaba y parecía una calavera. Volvió a intentarlo en The Big Pond , pero llegó tarde a la obra, confundió los diálogos, tartamudeó, cayó de bruces en medio escenario y…por supuesto ¡le patearon su augusto trasero!

Ese mismo año se casó con Ludlow Ogden Smith y usó su nombre de soltera porque le parecía vulgar llamarse Sra. Smith. Este compromiso de camaradas duró cinco años.

Al fin, en 1932, un cazatalentos del cine la vio en A Warrior´s Husband ; la recomendó para una prueba y de camino George Cukor, el cineasta, la contrató para su primer filme Doble Sacrificio . Katharine exigió un salario de $1.500 semanales, cuando en el teatro solo ganaba $100; firmó por tres semanas y al final hizo diez películas con el notable director.

Frank Capra llegó a decir: “Hay mujeres, y además está Kate. Hay actrices, y además está Hepburn”.

Su espíritu indomable la enfrentó a los corifeos de la prensa y estos inventaron toda suerte de infundios. Uno de ellos que era bisexual, otro que fue la amante de Phyllis Wilbourn, su secretaria personal por 40 años. Hasta el gigoló Scotty Bowers juró haberle conseguido más de 150 mujeres para encuentros sexuales. Como bien dijo ella misma: “Los enemigos son estimulantes”.

Chismes aparte, Katharine fue un coloso de la actuación cuya luz hizo brillar otros satélites; tanto así que James Stewart, Humphrey Bogart y Henry Fonda ganaron sus únicos Óscar junto a ella, respectivamente, en: Historias de Filadelfia ; La Reina de África y El estanque dorado . Katharine no los ocupó para sus otras tres estatuillas por Gloria de un día ; Adivina quién viene esta noche y El león en invierno .

Sangre gitana

La lengua de Katharine destilaba veneno y no admitía preguntas personales. A un reportero –-escribió Charlote Chandler– le ladró: “Tengo cinco hijos: dos blancos y tres negros”. Cuando Barbara Walters la entrevistó y le preguntó si tenía algún vestido, le respondió: “Uno, que usaré en tu funeral”.

Después de su fallido matrimonio con Smith, con el cual mantuvo una deuda de gratitud por el apoyo económico que le dio al inicio de su carrera, tuvo un romance de cuatro años con su agente Leland Howard. Este le propuso pasar por la vicaría pero ella quiso ser la única dueña de su vida y lo abandonó.

En la ciudad de los sueños rotos mariposeó con Cary Grant, Douglas Fairbanks, James Stewart, George Cukor, Lawrence Olivier, por citar las cabelleras más apetecidas.

Fue la amante del lunático de Howard Hughes que la conquistó con sus excentricidades y piruetas aeronáuticas. A Chandler le contó: “nuestra relación estuvo cargada de electricidad sexual. No teníamos inhibiciones y nos desató la pasión”. El millonario le rogó que se casaran, pero Katharine sabía que Hughes era obsesivo compulsivo; dilapidó una fortuna en prostitutas y en sus últimos días solo comía leche y galletas por miedo a los microbios.

La mujer inquebrantable por fuera era un pan dulce por dentro. Se enamoró de John Ford y quedó tan deprimida que ni siquiera lo mencionó en sus memorias. La esposa de Ford lo humillaba, le gritaba y lo amenazaba con quitarle la custodia de la hija si rompía el matrimonio. John nunca tuvo valor para divorciarse y se consumió en el licor.

Parecía que Hepburn prefería desnudar borrachos que vestir santos. Uno de esos fue Spencer Tracy, su amor imposible porque “nunca me dijo que me quería, y si lo dijo no lo recuerdo”, comentó a Chandler.

Ambos se conocieron en el set de La mujer del año , en 1942, y harían nueve películas juntos; el público captó la química que los dos sentían y fueron la pareja romántica del celuloide.

En la realidad Spencer vivía oprimido por sus creencias religiosas, tenía un hijo sordomudo y su esposa lo chantajeaba con él para que no la abandonara.

Katharine lo veía a escondidas, nunca demostró su afecto en público y se convirtió en su amante, enfermera, agente y confidente. Intentó sacarlo del alcoholismo y cuando le daba el delirium tremens dormía en la puerta del cuarto, para cuidarlo.

Cuando Tracy murió –en 1967–, pocas semanas después del estreno de Adivina quién viene esta noche , ella llamó a la viuda; por respeto a la familia no asistió al funeral ni visitó la tumba del hombre con el que vivió un romance de 27 años.

La vida siguió; hizo más películas, más teatro; luchó contra un cáncer de piel, un doloroso mal de Parkinson y finalmente la venció un tumor en el cuello. A los 96 años, el 29 de junio del 2003, la muerte le llegó como un largo sueño.

La Gran Kate ; Kate la Soberbia ; La diosa o La Zarina ; como fuera que la llamaran se dio el taco de vivir libre; devoró todos los monstruos que halló a su paso y nadie llevó los pantalones como ella.