Temple de acero

¿Es o no es un refrito?Oeste a cuatro manos

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El género de vaqueros en cine, igual llamado del Oeste o western, se resiste a morir y hay títulos que logran aún acertada calidad. El asunto es que Clint Eastwood hizo –de Los imperdonables (en 1992)– una obra maestra del género y, por ello, otros nuevos y buenos filmes de vaqueros han sido relegados.

Hoy se trata de los hermanos Joel y Ethan Coen, quienes se colocan al margen de su acostumbrado cinismo, sin perder su agudo humor negro, y nos dan un buen filme dentro del llamado Oeste crepuscular, con el sostén de un actor en excelente condición. El actor es Jeff Bridges y la película se titula Temple de acero (2010).

Los propios hermanos Coen insisten en que se trata de una “lectura” que ellos hacen de la novela escrita por Charles Portis. Uno no queda tan convencido de dicha afirmación y más parece que se trata de un refrito de la película homónima que le dio su Óscar a John Wayne, dirigida por Henry Hathaway, en 1969.

Por supuesto que los Coen logran darle su propia textura al filme e, incluso, lo ponen al borde de alejarse de las características más privativas de un Oeste, al centrarlo como un drama cargado de ironía subversiva y pasado por el exceso de diálogos, sin recurrir tanto a la imagen propia del Oeste clásico.

Por esa ruta, los Coen estructuran su propia manera de narrar. Ya se sabe que son muy buenos narradores, por más morosos que sean con el ritmo. Sin embargo, esta morosidad provoca la ausencia de una sentida emoción en Temple de acero; eso sí, el filme goza de un final inolvidable: ¡qué final!

Tampoco es que los Coen renuncian del todo a las localizaciones paisajísticas. Que esto quede claro. Hay unas muy bien logradas e insertadas dentro del concepto de la trama, mas no sucede con todas las panorámicas. Las que están muy bien estructuradas son aquellas cuando el paisaje se mira desde el ojo de algún personaje, con dicho ojo puesto en la mirilla de un rifle. Aquí el paisaje deja de ser elemento colateral y está en la esencia de lo narrado.

Los Coen tratan de evitar lo escenográfico sin peso dramático: de la mano de ellos y de la fotografía de Roger Deakins, tenemos imágenes realmente exquisitas sobre la dureza natural del Oeste. Si se quiere, podemos hablar de una poética visual sobre la rudeza vaquera, enfatizada con la eximia actuación de Jeff Bridges y por su voz guturalmente alcoholizada. Hay que mencionar, además, el valor importante que tiene la buena música de Carter Burwell.

Bridges nos hace recordar a los inolvidables actores del cine de vaqueros, como John Wayne, James Stewart, Alan Ladd, Randolph Scott, Gary Cooper, Henry Fonda, Richard Widmark, Burt Lancaster o Clint Eastwood. Y aunque los Coen son notables cineastas, ellos no logran estar a la altura de directores como John Ford, Anthony Mann, Henry Hathaway o Robert Aldrich, quienes sí se ensuciaban las manos al hacer sus películas de vaqueros. ¿Por qué? Curioso: por su propio celo creativo.

El exceso discursivo y alguna presencia unidimensional de los personajes en Temple de acero, le recuerdan a uno aquellas secuencias fallidas de Kevin Costner como director de un Oeste premiado por Hollywood: Danza con Lobos (1990). Por ello, un buen actor –como Matt Damon– ni siquiera se siente. También es esquemático el trabajo de la novel actriz Hailee Steinfeld, convertida en “fenómeno” por la prensa farandulera y por una reacción precipitada de algunos críticos estadounidenses.

Temple de acero es una buena película, pero pudo ser mil veces mejor. El filme se les escapó a los Coen de entre sus uñas. Igual, especie de paradoja, si no hubiera sido por los hermanos Coen, no habría razones para recomendar este filme, y lo recomendamos sin duda alguna.