El futbol de Centroamérica brilla en la pantalla

Centroamérica. Varias películas han tomado el futbol como historia, crítica o exaltación

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Cine y futbol tienen muchas cosas en común. Han sido los dos grandes espectáculos de masas del siglo XX: 90 minutos de juego y, por lo general, el mismo tiempo de imágenes. Desde Italia 90, la “Sele” ha nutrido la imaginación social ofreciéndonos una narrativa y unos héroes cuya mistificación alcanzó el paroxismo con la frase del expresidente Rafael Ángel Calderón, quien consideró que la primera actuación nacional en una Copa del Mundo fue el hecho más importante de nuestra historia. El realizador Miguel Gómez reunió ambos fenómenos sociales y llevó a la pantalla el máximo éxito futbolístico costarricense, al menos hasta el momento.

El cine de la Concacaf. Los países centroamericanos han realizado importantes filmes sobre el tema del futbol. No nos referimos a México, en vista de que es el “enemigo número uno” de los equipos pequeños de la región.

Honduras estrenó Once cipotes , de Tomás Chi. En clave de comedia de costumbres, el filme lleva un mensaje de esperanza y superación, y trata sobre 11 chicos –demasiado inquietos– de un lejano pueblo hondureño. Para motivarlos, los vecinos deciden formar un equipo de futbol. Después de múltiples aventuras, los chicos realizan el sueño de enfrentarse a un club profesional en una gran ciudad. Aparecen personajes célebres de la televisión y la radio, e incluso el exmundialista Jaime Villegas.

Otra historia peculiar es el documental Estrellas de la Línea (Chema Rodríguez , 2006). Un grupo de prostitutas que trabajan al lado de la línea de un tren forman un equipo y se enfrentan a un grupo de niñas ricas provenientes de un colegio exclusivo. Los organizadores del partido expulsan a las Estrellas al enterarse de que son prostitutas, y ellas denuncian muchos de los problemas que sufren.

Estrellas de la Línea une dos de las grandes pasiones masculinas: el sexo y el futbol. El filme suscitó controversias en Guatemala, alcanzó gran éxito internacional y se estrenó en el Festival de Berlín, uno de los más importantes del mundo.

Un gol para la historia. Sin embargo, un documental emblemático y que hoy contrasta con la película de Miguel Gómez es Uno, la historia de un gol ( Gerardo Muyshondt y Carlos Moreno, 2010), sobre la histórica goleada (10-1) que le dio Hungría a El Salvador en la Copa del Mundo de España en 1982.

En Italia 90, nadie creía en Costa Rica, pero logró pasar a octavos de final; en cambio, Uno muestra la cara contraria: la caída del héroe colectivo, que había ilusionado al pueblo en medio de la guerra civil.

El Salvador fue seleccionado para el Mundial por primera vez, y esto produjo un sentimiento de euforia entre la población. En el Estadio Cuscatlán a reventar no importaba si se mezclaban los guerrilleros con los miembros del ejército: la gente festejaba los triunfos de la Selección Nacional.

Sin embargo, el equipo sufrió muchos problemas, y el documental plantea cómo la federación local se aprovechó de los recursos en detrimento de los jugadores. Después de recibir salarios atrasados, y sin bolas, uniformes ni zapatos adecuados, el equipo de El Salvador llegó a España tras un viaje de dos días y medio, muy poco antes del primer partido.

La FIFA esperaba a México, no a El Salvador, y el autobús no tenía su nombre. Así empezó un Mundial en que se sintieron pisoteados.

El primer partido, contra Hungría, no necesariamente era el más duro, pero los jugadores no estaban preparados física ni mentalmente, y en ocho minutos ya llevaban dos goles en contra. Los húngaros les parecían gigantes, y, cuando “Pelé” Zapata logró meter el único gol a favor, se dijeron: “Mejor no celebremos porque estos hijos de puta nos meterán veinte más de la cólera”.

En el documental, los jugadores y el entrenador húngaro aceptan que el resultado no fue justo. En efecto, en los dos siguientes partidos, el equipo salvadoreño tuvo un desempeño decoroso.

Sin embargo, la peor parte ocurrió al regresar a El Salvador. A los jugadores les rompieron las maletas en el aeropuerto, los despidieron de sus clubes, y el automóvil del portero recibió 22 balazos, que de milagro no mataron al jugador.

El documental está ligado de manera fluida con entrevistas a los seleccionados así como a jugadores húngaros, personajes de la prensa deportiva y entrenadores de la época.

La historia es dramática, pero el tiempo transcurrido les concede una distancia crítica, realizar un balance de lo bueno y lo malo, y hasta reírse de la situación de la que fueron víctimas. Finalmente, como ellos mismos dicen, son los únicos salvadoreños que han ido a una Copa del Mundo, y “Pelé” Zapata logró el gol de la dignidad.

Italia 90. Las primeras secuencias de la película nos dibujan la totalidad de lo que será el relato, más allá de que ya conozcamos el final. De las manos de una mujer que lava una camiseta de la Selección Nacional, pasamos a una bandera de Costa Rica que invade la pantalla, mientras oímos una música que enfatiza la emoción. Poco después, una familia de clase media reza frente al televisor y en la pantalla se ve que los seleccionados interpretan el Himno Nacional.

Más adelante aparece una imagen de la Virgen de los Ángeles, escuchamos el jingle de la “Sele” y músicas populares de la época. El barrio, el campo, el cañaveral…: todo retrata a Tiquicia.

La película cuenta la historia de las peripecias que vivieron los seleccionados en la primera clasificación tica a un Mundial de Futbol; pero, más allá, lo hace desde la emoción. Esta se hace patente en las tomas en cámara lenta de los jugadores recortados en la noche; en la música que acentúa el suspenso o el valor, recordándonos a veces la banda de Vangelis en Carros de fuego , de Hugh Hudson (1981), pero especialmente en los símbolos que nos afianzan como pueblo, que nos hacen sentirnos parte de un todo.

El filme se organiza como una historia colectiva, la del grupo que fue a Italia, pero también la nuestra, haciendo que la emoción se una con el sentimiento de pertenencia, de identidad. Nos vemos en la pantalla y nos reconocemos también como país.

El reparto y las interpretaciones de los actores muchas veces son sorprendentemente parecidos a los personajes reales. Bora, Gabelo, Claudio Jara y el “Chunche” nos convencen de retroceder casi 25 años en la historia. La identificación del espectador es lograda si a eso añadimos la presencia de jugadores reales, como Roger Flores y el mismo “Chunche”, así como las tomas de archivo.

Las historias personales, las anécdotas, las dudas y el miedo, permiten darles mayor relieve a los personajes, a su psicología y, por ende, a la historia misma. La perspectiva del filme es mostrar cómo este grupo de jugadores –que nos representan– lograron un triunfo que nosotros también podríamos obtener.

El filme enfatiza que el éxito colectivo se logró gracias al trabajo duro y al sentimiento de autoestima, a creer que “sí se puede”, a ese “ustedes ya ganaron” que les dice el entrenador a los jugadores antes del primer partido.

La estructura de la película es ascendente: de una casa en Tibás, pasando por la espera a la convocatoria, los juegos amistosos previos al Mundial –todos perdidos– hasta llegar al largo túnel en cuya luz, hasta el fondo, se encuentra una cancha que los llevará a tocar el cielo con los pies…

El filme de Gómez, como otros dedicados al carnaval colectivo que es el futbol, muestra las emociones a flor de piel y propone la exaltación del pasado y un reencuentro con una historia a la que el costarricense quiere volver; y, por ende, volver a ver en la pantalla.

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Palabra y juego. “[Italia 90 es] lo más maravilloso que ha ocurrido en la historia costarricense […], lo más grande que nos ha dado Dios”.

R. Á. Calderón Fournier, presidente de la República (1990-1994).

“Nos pidieron un gol: allí está”.

“Pelé” Zapata.

“Hoy van a ser felices. No tengan miedo: ustedes ya ganaron”.

Bora Milutinovic.