Crítica de cine: ‘Un monstruo viene a verme’

El español Bayona evidencia su habilidad para narrar, pero algo le falta a su monstruo en cine

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Aunque hablada en inglés, la película Un monstruo viene a verme es más cine español que coproducción. Su director es Juan Antonio Bayona, de quien recordamos sus filmes anteriores: El orfanato (2007) y Lo imposible (2012). Bayona es catalán y nació en 1975.

Como en su primer filme, dicho realizador incursiona de nuevo en el género fantástico, aunque no para crear sensación alguna de terror, sino para entremezclarlo con el drama y lograr una película hábilmente comercial que, por secuencias, pasa por buen cine. Lo logra a ratos.

La verdad es que, tras la aparente sencillez del filme, se esconde un melodrama hecho para punzar los ojos de los espectadores, a ver cuál llora más pronto. La trama nos narra la dura “suerte” de un niño casi adolescente, Connor, cuya madre se le muere poco a poco por culpa de una enfermedad terminal.

Por supuesto que Connor O’Malley, con sus 12 años, no quiere la muerte de su mamá y se opone a “dejarla irse”, lo que causa serios problemas emocionales en él mientras esa espada de Damocles le frota la nuca. Amén de sufrir agresiones en la escuela (que la película nunca las explica bien), para Connor solo hay un sitio que le da seguridad: está en él mismo.

Hasta ahí el asunto del drama lacrimógeno. No se trata de un niño huérfano (tiene padre y madre), sino de alguien que no quiere entrar a la orfandad ante la posible muerte de la madre y ante el abandono del padre, quien se ha ido a vivir a otro país. Con esa trama, cualquier mirada dulce se convierte en amarga.

Ante el dolor propio, cuando el niño Connor se adentra en ese su universo tan limitado, la imaginación lo asalta o le llega de manera salvadora. Es cuando tenemos la presencia de un enorme árbol que asume la forma de un monstruo viviente, pero buena persona, como si fuera el abuelo ausente.

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La relación entre el niño y el árbol es una historia que podría ir aparte del drama de la muerte; sin embargo, desde su encanto como expresión visual (sobre todo con las historias que el árbol le narra a Connor), poco a poco, esa relación se integra al drama y salva al filme de una caída muy brusca en calidad.

Es por ahí donde uno alaba la capacidad narrativa del director Bayona: su volumen para relatar con imágenes en movimiento. Son imágenes que se ligan no solo como géneros (drama y fantástico), sino también en el tratamiento de las partes componentes de la película.

De alguna manera, pese a la poca originalidad de la parte dramática (lo de Connor y la madre), el filme resulta creíble en todas sus partes: mérito del director. Eso sucede aunque el árbol del caso peca por parecerse a Groot, uno de los guardianes del espacio de las historietas.

No más. Las actuaciones en general pecan por falta de convicción, la música anda como suelta y la fotografía aporta solo lo básico a la película. La dirección artística, en general, queda en deuda. Pese a su precisión narrativa, lo peor del filme es lo obvio, que se le sale por todos los poros y que, de ahí, sea película tan manipuladora de emociones. Lástima.