Crítica de cine: ‘Tierra y sal’

Un filme es capaz de hablarnos cara a cara mientras cuenta la vida de un quijote de la fotografía

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El ser humano está llamado a dominar la Naturaleza, a dirigirla; con ello, procurar el bien a la humanidad. Esa frase contundente llegó a ser parte del cosmismo ruso, sistema filosófico desarrollado por Nicolái F. Fiódorov (1829-1903) con otros pensadores de su época.

Cuando el cosmismo ruso expuso ese concepto –hoy ecologista– aún no se conocía el carácter depredador y devastador propio del capitalismo más duro, capaz de convertir la Naturaleza en mercancía, de expoliarla, usurparla o desfalcarla para satisfacer el instinto del vano enriquecimiento económico.

En exclusiva y casi en silencio, ahora llega a la pantalla del cine Magaly un documental extraordinario que nos da en el rostro con esa temática. Se trata del filme La sal de la Tierra (2014), producción francesa dirigida por el gran realizador Wim Wenders, con la colaboración de Juliano Ribeiro Salgado.

El documental nos lleva más allá. Con valentía y arte, arte y valentía, nos señala que esos instintos destructores y llenos de avaricia de la humanidad ante la Naturaleza, especie de tánatos, se extienden –como si nada– a una relación prácticamente criminal entre el género humano: el hombre contra el hombre.

Ambas situaciones son parte nociva del juego humano por enriquecerse y por hacer gala de poder, esto es, el poder como forma sistemática de explotación indiscriminada de aquello que, precisamente, no forma parte del poder mismo.

Para convencernos de su tesis y mediante emotivo ensayo visual, La sal de la Tierra estructura sus conceptos y los verifica a partir de una situación que no deja de ser narrativa (juego interesante de ideas más relato). Así, se nos describe la vida de un hombre puro compromiso: el conocido e indomable fotógrafo brasileño Sebastião Salgado.

Desde hace cuarenta años, Salgado recorre tierras y gentes, paisajes y aprietos, captando con sus cámaras fotográficas la mutación negativa de la humanidad. Sus daguerrotipos no son almanaqueros, no verifican paisajismos turísticos ni son simples instantes o fotos de lo efímero. No es fotógrafo de “lo lindo”.

Sebastião Salgado ha convertido su cámara en arma de lucha mientras registra trances que degradan la condición humana. A veces lo hace con dolor. A veces con mucho escepticismo. De pronto le da lugar a la esperanza. Salgado es fotógrafo lleno de los dilemas que él mismo retrata con arte genial (la huella de su ojo).

El director del documental, Wim Wenders, es también fotógrafo y comparte su mirada con nosotros acerca de la vida y obra de un sujeto a quien, evidentemente, él admira.

¿Cómo no admirar a Sebastião Salgado?, él es profeta con sus cámaras y clama desde los rostros humanos y desde los paisajes esclavizados que, mediante sus fotos, resultan viscerales.

No hay manera de quedarnos en blanco mientras corre ante nuestra mirada este gran documental, registro fílmico que debiera sernos obligatorio, no solo por la validez de sus conceptos, sino porque también es cine genialmente entendido desde su propio lenguaje. No se lo pierdan.