Crítica de cine: ‘Londres fuego fuego’

Con mucho ruido violento y sin valor narrativo, llega secuela para perder el tiempo

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He aquí una película hecha como si fuesen palomitas azucaradas de maíz, solo que en lugar de dulce le han puesto balazos a montones, persecuciones a montones, puñetazos a montones, muertos a montones (los “malos” solo mueren por chambones) y conductas paranoicas a montones.

El filme llega con el título de Londres bajo fuego (2016), dirigido por el cineasta iraní, llegado a Suecia a los 11 años, Babak Najafi. Estamos ante su primera película en inglés (filme angloestadounidense).

Sin duda, el señor Najafi sirve para rodar películas de acción comunes y silvestres, donde no importa lo narrativo. Incluso, lo visual se limita a amontonar planos, a confiar del todo en el montaje posterior y a mostrar determinada neurosis por el ritmo fogoso de los acontecimientos.

En dos platos, Londres bajo fuego es otra película de acción propia de la subcultura de lo mediocre en cine, o sea, de la subcultura de la medianía, signo de la desaparición del genio, donde la película entera se resiente de su artificiosa construcción.

Esto queda más claro si recordamos que Londres bajo fuego es secuela de otra película igualmente mala. La primera llegó con el título de Operación Código Olimpo (2013), dirigida por Antoine Fuqua. Este filme en inglés se titula Olympus Has Fallen y el de hoy London Has Fallen . ¿Ven por dónde va la procesión?

Ambos filmes tienen un discurso político maniqueo, donde lo ideológico repercute de manera negativa en la entraña del filme, hasta el punto de afectar su posible interés dramático. Los personajes héroes son los mismos: el presidente de Estados Unidos, su guardaespaldas y el vicepresidente del mismo país (con los mismos actores).

En la primera, son norcoreanos en ilógicas grandes cantidades que se meten a la Casa Blanca para apoderarse del presidente estadounidense (la Casa Blanca es el Olimpo, de ahí el título). Ahora son ilógicas enormes cantidades de terroristas que se apoderan de Londres por la misma razón. ¿Cómo?

Los gobernantes más importantes, líderes del mundo, asisten a un entierro en Londres y son asesinados todos. Es increíble. Sin embargo, el de Estados Unidos debe ser tomado prisionero. Por si acaso, en la película no se menciona al de Costa Rica, así que nada le sucede.

De nuevo, el aludido presidente de Estados Unidos y su guardaespaldas son capaces de vencer al montón de terroristas, los que se muestran con conducta de manada. Por ahí, otra vez hay una banalización de personajes y también de situaciones. Los actores están de mal en peor (otra vez). Queda nada más una descuidada fascinación por la aparatosa juguetería desplegada.

En conclusión, no hay ninguna sensibilidad fílmica ni virtud narrativa, pero sí mucha bulla con la banda sonora y demasiados triquitraques no tan bien fotografiados. Con su babilónica y violenta espiral de eventos –análogos entre sí–, esta secuela termina por ser del todo prescindible. Nada que recomendar.