Crítica de cine: la niña y el principito

De manera quijotesca , un viejo aviador enseña a ver por encima de la realidad

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He aquí una película animada con jugadita de pared: se titula El principito (2015) y la publicidad recurre a imágenes de esa homónima y popular obra escrita por Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), escritor y aviador francés.

Sin embargo, la historia básica e inherente de la película va por otra ruta.

Es cierto que este filme recurre a personajes y conceptos de la obra escrita por Saint-Exupéry, desaparecido en la lucha contra el nazismo en julio de 1944, tres semanas antes de la liberación de París. No obstante, no es una versión fílmica de El principito.

Este filme, dirigido por Mark Osborne, el mismo de Bob Esponja (2004) y de Kung Fu Panda (2008) narra la historia de una niña educada por su madre dentro de la más férrea disciplina.

Ambas organizan sus vidas y sus estudios científicos sobre la base de líneas y conductas estrictamente organizadas.

Un día, de manera picaresca, aparece en la vida de la niña un viejo aviador con espíritu muy libre. Él defiende un estilo de vida espontáneo, creativo y donde todo es posible, muy distinto a lo que se propone la madre de la niña. Estos dos sujetos parecen rostros actuales de Sancho (la madre) y don Quijote (el aviador).

Dicho aviador conoció una vez al principito; por eso, introduce a la niña en ese universo de la vida como magia.

Las distintas maneras de ver el mundo asoman y le dan sustento a la trama del filme, que se sostiene sobre una idea planteada en el relato escrito por Saint-Exupéry: lo esencial es invisible a los ojos.

La película cuenta con magnífico diseño de personajes, bien plasmados en la animación, que sabe combinar –con criterio oportuno– dos artes diferentes. Por un lado, la historia de la niña se narra por ordenador.

En tanto, la presencia del principito venido desde otro planeta se presenta en estilo más tradicional.

Así, el mundo literario de El principito se pauta en el filme con el conocido oficio del stop-motion ; o sea, se produce la idea de movimiento continuo con figuras estáticas y sucesivas, que cambian de pose cuadro a cuadro. Solo se muestran ciertas partes del conocido libro, pero se hace con delicadeza, esmero y fino concepto estético, por lo que el filme se revitaliza con estas secuencias.

El stop-motion y el trabajo por ordenador se corresponden muy bien dentro de la narrativa de la película. Hay quienes afirman que se trata de una historia dentro de otra, pero más bien tenemos dos artes que conforman una sola unidad superior a cada historia por separado (sinergia).

Es cierto que el cuido formal lleva a El principito a una sentida debilidad temática: es un filme más bien superficial. Alguien señaló que la película no profundiza en sus propios razonamientos, y tiene razón.

Este filme, con su tono fabulador, nos lleva a la moraleja de que sí es posible romper con los cánones de una sociedad conservadora y utilitarista, que obliga a los niños a comportarse como adultos. Si se rompe con esa tradición, es posible soñar y creer en nuevos mundos o utopías.

Con tal afán, esta película peca por subrayar su fábula y su moraleja, por insistir en ellas y harto explicar el argumento. Aun así: ¿es película para recomendar? ¿Es buena? Sí, claro, porque está por encima de sus debilidades. Es su mérito.