Crítica de Cine: Happy Feet 2

Secuela fallida Es un relato frío

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe
La secuela de Happy Feet queda debiendo montones como propuesta narrativa más que en su expresión visual. DISCINE PARA LA NACIÓNBailes en hielo.

La película Happy Feet, la primera, la del 2006, aún vale la pena por la fina entrega de su argumento y por su expresión visual (la sabia mezcla de relato con imágenes). Hoy se nos repite aquella lamentable historia, donde las segundas partes vienen a menos en cine, aunque ellas tengan el mismo director, en este caso el vibrante realizador australiano George Miller.

Sí, tal es el sumario de Happy Feet 2, película que nos deja con las ganas de vivir con más intensidad su relato, porque prácticamente no sucede nada importante y, con esa debilidad, he aquí que se le antoja presentarse con más personajes secundarios de la cuenta, quienes aportan poco o nada al trazo narrativo del filme.

George Miller es coguionista, así que no podemos eximirlo de culpa; pero lo más grave con el director de la trilogía de Mad Max es el poco entusiasmo o la menor audacia que le mete, en pantalla, a su desfallecido argumento.

Uno desea agarrar a los personajes y sacudirlos a ver si vibra algo en la cinta, donde lo fino se enreda con lo grueso y nos va quedando solo un largometraje mediocre.

Nuevamente, vemos al conocido pinguino bailarín, aquel que nos hizo delicias con su onda del tap, con su vocación para el claqué y con su sensibilidad ecológica.

Ahora es padre de familia y es él quien tiene problemas con su hijo, el pequeño Érik. Como ocurre casi siempre con estos asuntos generacionales, Érik le tiene fobia al baile, o sea, aquí el hijo pinguino no sale pintado al padre.

Por eso es que Érik busca nuevos rumbos, convencido de que los cambios geográficos acompañan a los de personalidad.

Un día Érik se escapa de su hogar y se encuentra con el poderoso Sven, ¡un pinguino que puede volar! El pequeñín Érik descubre su utopía: él también quiere volar.

Lo que sucede es que la animación y la historia, ambas, se muestran distanciadas de los anhelos del chacalín pinguino.

Se supone que esta es la matriz significativa o conceptual del texto, pero el filme va y viene sin adentrarse en susodicha condición. Todo es superficial. Entonces, el guion recurre a subtramas con el consabido corolario: quien mucho abarca, poco aprieta. En este caso, se aprieta bien poco. Hasta el perfil de los héroes se disipa.

Por un lado, los personajes pierden entereza y definición como figuras animadas. Por otro, la película se llena de diálogos y de cantables que están ahí solo por estar, de melodías prestadas, incluso de la ópera, como el aria central de Érik, tomada de la célebre composición de Puccini, para su ópera Tosca, titulada E lucevan le stelle (Y brillaban las estrellas).

En apariencia, se trata de un drama, pero le faltan fuerzas a sus protagónicos y se atenúa el dinamismo dramático de la historia.

Si el relato busca comicidad, no la encuentra y, entonces, se excede con su parloteo. Esto va en detrimento de lo más importante en el cine animado, como es la presencia de secuencias intensas expresadas desde la propia imagen.

Ni siquiera la aparición de nuevos personajes logra darle fogosidad a Happy Feet 2, y la cinta se nos torna tan fría como la temperatura del ambiente donde sucede.

Igual, la trama se alarga con sensación de filme plúmbeo. Sin alardes narrativos, esta película podrá ser gustada por los niños, pero solo porque la generosidad infantil es igualmente dadivosa.