Crítica de cine: Drogas y abogados

Filme sin razones Aburrir es un yerro

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He aquí una película cuyo título se sustenta sobre el prestigio de su director: el inglés Ridley Scott. Se trata de El abogado del crimen (2013), filme que, además, cuenta con una espléndida “carrocería” histriónica. Pongan atención: Javier Bardem, Michael Fassbender, Brad Pitt, Penélope Cruz y Cameron Díaz. De lujo.

T’tulo original: The Counselor

EE. UU. 2013

GÉnero: Acción

DirecciÓn: Ridley Scott

Elenco: Michael Fassbender, Brad Pitt, Javier Bardem, Penélope Cruz, Cameron Diaz

DuraciÓn: 117 minutos

Cines: Cinépolis, Cinemark, Nova Cinemas

A ellos podemos agregar la breve presencia del gran actor Bruno Ganz, conocido en Costa Rica por el uso cáustico que se le da en las redes sociales a su papel como Hitler en la película homónima. También podemos citar a figuras como Rossie Pérez, John Leguizamo y Rubén Blades.

En dos platos, faltan luces para una marquesina con tantos nombres consagrados. Lo único es que en El abogado del crimen , como en el fútbol, no son los nombres los que dan triunfos seguros. Peor aún. Ni siquiera era imaginable que con Ridley Scott al frente habríamos de tener una película tan realmente desbarajustada.

El guion viene firmado por el escritor Cormac McCarthy, quien con un personaje clave busca estructurar un relato que –a la vez– sea retrato del mundo violento de las mafias de la droga, de sus enfrentamientos con la ley y, sobre todo, de los retos sangrientos entre ellos mismos.

Al ver El abogado del crimen , da la impresión que a Ridley Scott no le ha interesado subsanar las incoherencias del guion ni la poca claridad de los acontecimientos; Scott se limita a filmar. A ratos lo hace con el talento que le conocemos, pero son pocos ratos, porque prefiere llenar la pantalla de primeros planos y de contraplanos que aportan poco o nada.

Así, más bien se echa a perder lo bueno. Con una trama abigarrada, o sea, sin orden ni conexión y con secuencias mal combinadas, para el argumento lo mismo da cola que pecho o espinazo que cadera. El tedio se apodera del filme, enrevesado con diálogos de escasa virtud conceptual.

Incluso, los personajes transitan por la pantalla sin consistencia alguna, por más que se hable del dilema de la avaricia, esa que lleva a sujetos a mezclarse en el juego sucio del tráfico de drogas entre México y Estados Unidos, para tener más dinero como sinónimo de poder, de vana ostentación y para tener sexo con mujeres hermosas.

Con tales personajes, es difícil para el elenco dar en la diana con sus actuaciones, menos si el director no se preocupa –por lo visto– del asunto. Debemos salvar a Cameron Díaz, nada más. El resto del elenco no entiende que es mejor tener un paso duradero que un trote cansino. Eso sucede: ¡cansan!

Tres secuencias podemos medio salvar. Dos son eróticas. Una con el desliz de la cámara bajo las sábanas del sexo y las palabras de los amantes. La otra, con una mujer que le hace el amor a un automóvil. Sí, leyeron bien. La tercera es hacia el final, con la muerte de un mafioso de manera sangrienta ante transeúntes que miran curiosos y pasivos, en la calle, esa tortura.

Lo demás, ni suma ni resta. Lo demás es monótono. Lo demás deja mucho que desear. Lo demás es poco creíble. Lo demás es lo de menos. ¿Será que Ridley Scott quiso parecerse a Quentin Tarantino con este filme? Falló, y no hay razón para recomendar esta mala película.