Crítica de cine de "Los amantes pasajeros": El avión del sexo

Amantes en vuelo Ponerse el cinturón

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El director manchego Pedro Almodóvar vuelve por sus primeros pasos, aquellos que, poco a poco, lo hicieron famoso y le dieron lustre artístico en el cine. El problema es que perdió la horma del zapato y su filme de hoy camina sin plantillas cuando le hacen falta.

Este nuevo título almodovariano es sugerente: Los amantes pasajeros (2013) y, para decirlo de una vez, lo menos pasajero es la buena actuación de Javier Cámara, para quien no hay secretos de ningún tipo cuando de actuar se trata. Su versatilidad actoral es envidiable.

Con Los amantes pasajeros , Almodóvar se encuentra con errores iniciales por tratar de verse en el espejo de su cine ochentero, amén de que el paradigma ya no es el mismo y el contexto le falla para darle cuerpo a la trama (al texto).

La película se permite muchas concesiones con su frivolidad. A cada secuencia, el guion cree hacer una gracia y le salen sapos, mientras lo visual resulta poco creativo y abigarrado (sin orden ni conexión), arbitrario y de poco deleite (el peor manejo del mal gusto).

El argumento narra la historia de un grupo de pasajeros en un avión rumbo a México. Por un desperfecto, el avión no puede seguir su vuelo (¡ni la película tampoco!) y debe aterrizar de emergencia en algún aeropuerto. El problema es que no hay pistas libres y se dificulta el aterrizaje (¡también para la película!).

La tripulación duerme a quienes van en primera clase (¡también nos puede suceder a los espectadores!) y el filme se dedica a mostrarnos el barullo que sucede con el resto de los pasajeros y los tripulantes (a la película se le pega ese jaleo y su narrativa es bastante desordenada o peor: confusa).

Con el clímax de la trama, a todos les llega el ardor erótico y se arma el sexo loco en cada asiento del avión (de las peores secuencias que he visto en cine, no por moralina, sino por lo mal lograda que está). Dicho erotismo, el filme lo muestra con brocha gorda, sin estilo.

Demás está decir que la homosexualidad es signo común del erotismo en la película, lo que no le es defecto; sin embargo, Almodóvar lo presenta de manera tan chambona que se queda uno sin entender su propósito: el ejercicio lúdico se le quedó a Almodóvar en algún lugar de La Mancha de cuyo nombre ni él quiere acordarse.

El argumento está mal estructurado y peor interpretado, sin dinamismo alguno y con tan solo chistes vulgarizados. Eso hace que la película (como el avión) dé vueltas y vueltas mientras encuentra su final. Incluso con sus diálogos, este filme es tan repetitivo que da lo mismo montar a pelo que con albarda.

Si Almodóvar quería una travesura, le salió chichota del golpe, y si quería tirarle al cura, se pegó al sacristán. Por otro lado, si quería hacer una exaltación de ciertos placeres, a los espectadores los menosprecia y a los críticos nos aburre.

La ligereza del filme llega al gesto pop de mostrarnos a Penélope Cruz y a Antonio Banderas en una secuencia tan inútil como arbitraria. Demasiado amiguismo.

Es como que uno tenga hambre y le den bicarbonato. Total, así es Los amantes pasajeros : cine precario y pasajero, como calabazo en remolino, que ni se hunde ni hace camino.