Crítica de cine de ‘El cliente’: Gran densidad emotiva

Cuando la vida está acomodada, un solo hecho cambia su desarrollo: ¿azar o causalidad?

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Aunque también puede ser otras cosas, el cine es sobre todo narración y representación, ambas a un solo efecto (sinergia), y uno encuentra en la película El cliente (2016) el mejor ejemplo de dicha afirmación. Es la prueba.

En este comentario, hablamos de El cliente , filme iraní, con guion y dirección de Asghar Farhadi, el realizador iraní de quien recordamos aquella gran película que sigue siendo gran película, titulada Una separación (2011).

Sucede que con el título de El cliente hay otros filmes por ahí. Así, a pura memoria, recordemos El cliente , filme con buenos resultados, de 1994, con la dirección de Joel Schumacher, cuyo éxito se basó en estar alimentado por una novela del popular John Grisham.

¡Bueno! Sin tardarnos una letra más, digamos que El cliente (iraní) es una gran película, con una historia de calado profundo, sobre todo por sus cavilaciones sobre la dialéctica de la conducta humana, relato que encontró un elenco genial para ser llevado a la pantalla grande.

Dentro de ese elenco, sin duda, sobresalen Shahab Hosseini, como Emad, y Taraneh Alidoosti, como Rana, quienes encarnan a una pareja que vive feliz con lo suyo, esto es, amándose y amando lo que hacen: son actores de teatro. Él también es profesor y ella permanece en la casa cuando no están en el teatro.

La vida de dicha pareja comenzará a cambiar cuando el deprimido y viejo apartamento en Teherán, donde viven, se derrumba parcialmente por desperfectos en la estructura. El director de la obra de teatro les encuentra otro apartamento, donde antes vivía una mujer que ejercía de manera oculta la prostitución.

Este simple hecho trae consecuencias que más parecen del azar que de una relación causa y efecto. Ese corolario afecta la vida de Emad y de Rana en todos los estados y sitios donde ellos comparten su amor. Es como si la tragedia fuese necia con sus delirios para agrandarse a cada secuencia.

El filme se llena de rigor dramático a la vez que los personajes se ven obligados a discutir entre ellos y a discutirse a sí mismos sobre las consecuencias morales de lo que hacen o de lo que quieren hacer. De alguna manera, la vida de la pareja se asemeja en asuntos éticos a la obra que representan en el escenario: La muerte de un viajante , del autor estadounidense Arthur Miller.

La semejanza se da en los cuestionamientos que hace Arthur Miller, con su obra, sobre la actitud humana de ignorar muchas veces los principios éticos. Miller lo plantea como un ataque al “sueño americano”; esta película lo plantea –lo ético– en la dilucidación del conflicto planteado, de gran carga dramática.

La babilónica espiral de sucesos afecta de manera directa a la mujer en una sociedad patriarcal y al esposo de manera colateral, pero no menos intensa.

La puesta del filme es inquietante y admirable, de gran densidad y emocional a la vez: aliento narrativo que nunca se disipa gracias al virtuoso manejo del lenguaje fílmico. Por favor, no se pierdan esta película.