Álvaro, un Vargas Brother, se fue como toda una estrella

Emotivo Lágrimas hubo en el funeral del guitarrista, pero también vítores y aplausos envolvieron la despedida al querido guitarrista

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Una multitud. Sí, una multitud se tomó ayer el Cementerio Obrero. Y con tanta gente apretujada, hombro con hombro, alrededor del féretro del guitarrista Álvaro Vargas Quesada, las historias circulaban.

“Esto era lo que quería mi tío, el día que muriera ser enterrado como una estrella”, lo decía una sobrina en voz baja, muy baja.

El sueño se concretó. La despedida matutina para el guitarrista de Los Vargas Brothers fue el adiós que merece una historia de verdadero rock and roll .

Muy rock and roll fue su vida. Más de 50 de sus 63 años dedicados a rodar calles, bares, escenarios, fiestas patronales y turnos si era necesario; cayendo y levantándose para hacerse músico y madurar en la calle, en las dificultades, en la indiferencia de los medios y, ¿por qué no decirlo?, en la indiferencia también de muchos “colegas”.

Y toda esa fuerza de construcción y resistencia, herencia de ejemplo que han dejado los Vargas Brothers a unas cuantas bandas que son guerrilleras por ser callejeras, se manifestó ayer en una mañana particular.

Primero, el cielo estuvo cubierto de un manto gris, cualquiera podía afirmar que iba a llover. Y al filo de de que el cuerpo de Álvaro Vargas ingresara en el nicho 172, al mediodía, empezó a salir un sol que quemaba cualquier coronilla.

La despedida de ayer fue auténtica, como auténtico –sin poses publicitarias ni mercadológica y reconociendo su bravía de barrio y pueblo– era Álvaro y auténticos son el resto de los Vargas Brothers.

El Cementerio Obrero recibió a seguidores de los barrios del Sur, de Cristo Rey, Alajuelita, San Sebastián y hasta Santa Ana, que asistieron para despedirse de Álvaro.

Quienes llegaron no fueron a buscar sus minutos de fama ante la prensa porque, como suele suceder con una persona destacada, en el lugar abundaron los medios. El dolor era sincero y la presencia era una muestra de respeto.

Honestamente. Los amigos, tan rock and roll como los Vargas Brothers, llegaron como fuera, pero llegaron: en bicicleta, vestidos de ciclistas, algunos de negro estricto y ropas propias para un concierto duro, con camisas amarillas o blancas y con flores en las manos. Había niños, adolescentes, adultos y abuelos.

Lirios, rosas, astromelias, hierberas y anturios iban cobijando el féretro donde Álvaro reposaba y la gente se acercaba para despedirse.

Músicos, tan conectados con su raíz de barrio como Álvaro y el resto de los Vargas, fueron los que se aparecieron en el cementerio.

Tapón, que no pertenece a las filas del rock , estuvo en el camposanto. ¿Cómo no estarlo? Él creció en Alajuelita oyendo y viendo a la leyenda de los Vargas Brothers.

Como él, presentó sus respetos la noche anterior al sepelio, en la vela en el Centro Nacional de la Cultura (Cenac), Charlie 20-27, que ve en los Vargas Brothers a una banda ejemplar en términos de resistencia, coraje y andar luchando viento en contra.

Carlos Pardo, bajista, y Fernando Alvarado, baterista, también mostraron su respeto en la vela.

En el camposanto, cientos de personas esperaron casi una hora para acompañar al amigo, al hermano, la padre, al tío y a la figura de escenario y, cuando entró, vitorearon y aplaudieron a Álvaro.

A las 10:55 a. m., el cuerpo de Álvaro Vargas llegó finalmente al Cementerio Obrero tras haber salido, como todo un artista, del Cenac.

Fue recibido con aplausos. Escoltado por un tumulto de gente, entró el féretro al cementerio.

Y hubo lágrimas y ataques de tremendo dolor en la familia, pero, cuando Álvaro ingresó al nicho 172 del Cementerio Obrero, solo se escucharon los vítores.

“¡Eso, Varo! Te queremos” y los aplausos se desataron. Hubo cantos a Dios, plegarias y la idea de que el que muere, duerme, y algún día se encontrará con sus seres queridos. Así, entre aplausos y vítores se recibe y despide a una estrella.