‘Killers of the Flower Moon’: El último clásico de Hollywood

Aunque su legado en el imaginario popular se evoca con mayor fuerza en el cine de gánsteres, la obra de Martin Scorsese posee, en lo más profundo de sí, un marcado sentido humanista que excede cualquier género cinematográfico

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I

En la 62a edición de los premios Óscar, tras recibir su estatuilla honorífica, el legendario director Akira Kurosawa se preguntaba a sí mismo si era digno de recibir tal galardón. Con una sonrisa humilde en el rostro, decía a su público que él aún no era capaz de comprender el sétimo arte y que, a su edad, se esforzaría en dedicar sus últimos años de vida por acercarse al carácter esencial y las posibilidades que el cine podía ofrecer.

Martin Scorsese, quien se encontraba entre el público esa noche, recordaba con nostalgia las palabras del cineasta japonés en una entrevista para Deadline a inicios de este 2023. A sus 80 años (la misma edad que tenía Kurosawa cuando recibió el Óscar), el director neoyorquino comentaba con apertura que ahora por fin entiende el trasfondo de ese discurso de aceptación.

Ahora más que nunca, Scorsese desea contar historias a través de sus largometrajes, pero es consciente de que la vejez le impedirá seguir explorando ese horizonte artístico y narrativo del cine.

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Ahora más que nunca, Scorsese desea contar historias a través de sus largometrajes, pero es consciente de que la vejez le impedirá seguir explorando ese horizonte artístico y narrativo del cine. Su nueva película, Killers of the Flower Moon (Asesinos de la luna), es un intento más en esa carrera contra el tiempo y la finitud de la vida.

Por ello, al salir de la sala tras haber visto el largometraje, mi mente solo era capaz de pensar en Scorsese como un testimonio. El cineasta de ascendencia italiana nos recuerda un período de la historia del cine estadounidense que se ha esfumado por completo. Su debut en 1967 con Who’s That Knocking at My Door se enmarcaba ya en un período cinematográfico contracultural. El llamado «Nuevo Hollywood», librado de las cadenas del Código Hays, estaba comandado por cineastas independientes que no temían representar en pantalla historias cargadas de violencia, sexualidad y entornos marginalizados. En la filmografía de Scorsese, obras tempranas como Mean Streets (1973) y Taxi Driver (1976) son un reflejo de ese Zeitgeist.

A través de protagonistas derrotados, hombres de actitudes violentas, al margen de la sociedad y olvidados por ella, inmersos en el crimen y víctimas del abyecto sueño americano, el director demostraba una atenta mirada autoral para retratar el oscuro y complejo rostro de la vida estadounidense. Sin embargo, aunque su legado en el imaginario popular se evoca con mayor fuerza en el cine de gánsteres, la obra de Scorsese posee, en lo más profundo de sí, un marcado sentido humanista que excede cualquier género cinematográfico.

A través de protagonistas derrotados, hombres de actitudes violentas, al margen de la sociedad y olvidados por ella, inmersos en el crimen y víctimas del abyecto sueño americano, el director demostraba una atenta mirada autoral para retratar el oscuro y complejo rostro de la vida estadounidense.

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Detrás de sus 26 largometrajes de ficción brotan temas universales como la identidad, la culpa y el valor de los principios. El interés por parte del director en estos aspectos de la vida humana proviene de su propia condición como un italoamericano criado en el seno del catolicismo y en el corazón de una ciudad caracterizada por la diversidad étnico-cultural. La necesidad de sus personajes por reafirmar su carácter identitario se hace patente en esos esfuerzos por formar parte del crimen organizado y sus pandillas, como en el caso de Goodfellas (1990) o Gangs of New York (2002), pero también yace en el resguardo que ofrece la religión y la fe, tal como vimos en Silence (2016) o The Last Temptation of Christ (1988).

El interés por parte del director en estos aspectos de la vida humana proviene de su propia condición como un italoamericano criado en el seno del catolicismo y en el corazón de una ciudad caracterizada por la diversidad étnico-cultural.

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El crimen y la religión en la obra del neoyorquino, además de brindar un sentido de vida, son ámbitos en los cuales se encuentran figuras paternas, quienes guían y dictan los pasos de los protagonistas, ya sea para su crecimiento personal o su inevitable corrupción. De este modo, también se hace patente el asunto de la culpa y la redención, tópicos propios de la cristiandad. Sin recurrir a la trivial moralina, el director muestra especial interés en relatos de éxitos efervescentes que fracasan por su propia imprudencia, y en los que el alma del antihéroe se salva tras reconocer sus actos y cargar con sus consecuencias; The Wolf of Wall Street (2013) sigue siendo el ejemplo predilecto de este tipo de historia.

II

En Killers of the Flower Moon, Scorsese colabora una vez más con dos actores recurrentes en su filmografía: Leonardo DiCaprio, quien participa con el cineasta por sexta ocasión, y Robert De Niro, quien suma ya su décima aparición en el cine del director. El reparto principal lo completa Lily Gladstone, a quien recordamos por su emotivo rol en Certain Women (2016) de Kelly Reichardt. Scorsese retorna a la gran pantalla de la mano de su inseparable montajista Thelma Schoonmaker, tres veces ganadora del Oscar y, nuevamente, encomienda la dirección de fotografía al mexicano Rodrigo Prieto. En esta ocasión, el cineasta comparte créditos como guionista junto con Eric Roth, responsable de adaptar obras como Forrest Gump (1994) o The Curious Case of Benjamin Button (2008).

Producido por Apple TV+ y distribuido por Paramount Pictures, el filme aborda una misteriosa serie de asesinatos en Oklahoma a inicios de 1920. Las víctimas de estos atentados son los miembros de la Nación Osage, una tribu nativa americana que, para la época, contaba con una riqueza exorbitante proveniente de los yacimientos de petróleo en sus tierras.

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Producido por Apple TV+ y distribuido por Paramount Pictures, el filme aborda una misteriosa serie de asesinatos en Oklahoma a inicios de 1920. Las víctimas de estos atentados son los miembros de la Nación Osage, una tribu nativa americana que, para la época, contaba con una riqueza exorbitante proveniente de los yacimientos de petróleo en sus tierras. En medio de estos crímenes esperando a ser resueltos, el veterano de guerra Ernest Burkhart (DiCaprio) busca un trabajo estable bajo el amparo de su tío William King Hale (De Niro), sin saber que, pronto a su llegada, caerá rendido ante la belleza y el encanto de Mollie (Gladstone), una mujer de la tribu Osage y heredera de una gran fortuna.

Así, nos introducimos en un turbulento período de la historia de Estados Unidos, visto desde la mirada de una pareja que busca mantenerse en pie ante los infortunios, pero no puede evitar el sufrimiento que conlleva presenciar la caída de todo un pueblo originario. Scorsese nos entrega un relato vasto, necesario, desolador y violento, que toca todas las fibras humanas. Sin embargo, el mayor impacto de este doloroso drama que colinda con el western, yace en que se trata de una historia basada en hechos reales.

Scorsese nos entrega un relato vasto, necesario, desolador y violento, que toca todas las fibras humanas. Sin embargo, el mayor impacto de este doloroso drama que colinda con el western, yace en que se trata de una historia basada en hechos reales.

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El director traduce a la ficción el libro homónimo del periodista David Grann, publicado tan sólo en 2017. En este, la muerte de los miembros de la tribu amerindia se examina desde una mirada casi forense, analizando con detalle el proceso de investigación que llevó a identificar las causas y responsables de los sucesos. Sin embargo, un acierto indiscutible que consigue Scorsese es evitar contar la historia a partir de la mirada de un detective. Su más reciente filme no se narra desde la figura de un agente impersonal que busca cumplir con su deber. En contraposición, es un relato contado desde el punto de vista de las víctimas y sus victimarios y que, dicho sea de paso, contó con la asesoría de la actual Nación Osage.

Todo ello funciona con total maestría puesto que dota a la película de esos temas universales presentes en la obra del director. Además, sin ánimos de revelar detalles cruciales del argumento, acá encontramos un cuidadoso estudio sobre los lazos identitarios que unen y separan a los pueblos: la Nación Osage, consciente de que lo primordial es la preservación de sus raíces culturales, no ve en el dinero nada más que un bien ordinario. Los estadounidenses, negándose a convivir sin desplazar lo que es diferente a ellos, son incapaces de generar relaciones que no sean de abuso y explotación.

Killers of the Flower Moon, en este sentido, es una dura crítica a los cimientos económicos y políticos que formaron lo que es ahora Estados Unidos. Las dinámicas predatorias que se cometieron contra los nativos americanos con tal de apoderarse de sus riquezas, son el crudo reflejo de que el progreso de todo un país justificó cualquier medio necesario sin mostrar empatía hacia aquellos pueblos que dejó tras de sí. La Nación Osage pudo recibir justicia con el paso del tiempo, pero este hecho no fue la norma, sino una excepción.

Killers of the Flower Moon, en este sentido, es una dura crítica a los cimientos económicos y políticos que formaron lo que es ahora Estados Unidos.

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En su nueva película, Scorsese demuestra una vez más la madurez que posee para introducirse en el oscuro entramado de la naturaleza humana, tan volátil, codiciosa y pasional, capaz de producir historias sobre amores genuinos y perversas traiciones. Y, pese a ello, consigue dar cierre a su monolítico filme con un tono solemne y esperanzador, buscando evocar un destello de fe en nosotros mismos y la bondad que todavía es posible. No es sorpresa que ese momento final de la obra, el más bello que he presenciado en este año, aparente ser un eco de Dreams (1990), el espléndido largometraje del maestro Kurosawa.

III

Decir que Killers of the Flower Moon es el último clásico de Hollywood, implica declarar que Martin Scorsese es el último director capaz de narrar un tipo de historia que ya no tiene cabida en la industria cinematográfica estadounidense. Es cierto que, actualmente, es el director vivo con más nominaciones al Óscar, y que pudo alzar la estatuilla una vez por su trabajo en The Departed (2006), pero ello no significa nada.

Desde los inicios de su carrera, el cineasta ha lidiado con tener que trabajar desde los márgenes de la industria, debido a los recurrentes fracasos en taquilla, y en sus más de dos decenas de producciones, son escasas las que han representado un éxito económico suficiente para las demandas del mercado. El nuevo largometraje del director, a pesar de contar con estrellas de la talla de De Niro y DiCaprio, no es una excepción. El panorama del cine en Occidente, incapaz de pensar en la equidad de voces, responde a un modelo de franquicia y al efímero producto de consumo. Y, por si no fuera suficiente, su proceso de fagocitocis engulle a los llamados «directores indie» y los coloca dentro de ese sistema.

Su visión, más cercana al clasicismo cinematográfico de mediados del siglo XX, pretende pensar las salas de nuestros cines como espacios de crecimiento artístico y no solo como mero entretenimiento. Es notable la intención por inspirar a pensar, a motivar el diálogo y la reflexión y, sobre todo, a tener presente que películas de este tipo merecen su lugar junto a los blockbusters de temporada.

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Podría objetarse lo anterior haciendo énfasis en películas como Barbie de Greta Gerwig y Oppenheimer de Christopher Nolan, ambas producciones originales de este año que lograron dominar la taquilla a nivel mundial. Sin embargo, largometrajes como estos se encuentran lejos de las inquietudes artísticas y humanitarias que busca suscitar el filme de Scorsese. Su visión, más cercana al clasicismo cinematográfico de mediados del siglo XX, pretende pensar las salas de nuestros cines como espacios de crecimiento artístico y no solo como mero entretenimiento. Es notable la intención por inspirar a pensar, a motivar el diálogo y la reflexión y, sobre todo, a tener presente que películas de este tipo merecen su lugar junto a los blockbusters de temporada.

Afirmar que el cine está muriendo, no obstante, es un juicio apresurado. El sétimo arte, además, parece haber estado en crisis continua desde su génesis. También resulta ingenuo pensar que la solución al problema saldrá, de algún modo, de una producción angloparlante. Pero todo ello no debe impedirnos sentir un genuino y profundo respeto por el esfuerzo que Scorsese realiza a sus 80 años, por su ferviente deseo de querer encontrar un sentido a su arte y de lograr hacer llegar a nuestras salas de cine un filme hollywoodense que sea capaz de decir algo de valor. Parece una tarea simple, pero hoy es algo que escasea.

El autor es docente de Historia del cine de la UCR y curador del Museomatógrafo.