Dos pantallas parpadean como una sola para parejas separadas por la distancia

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New York Times News

Alguna vez, los amantes alejados se consolaban con compartir el mismo cielo enorme. Ahora, lo hacen compartiendo una pantallita. Hacen el conteo descendente – 3, 2, 1 – para empezar a ver “Breaking Bad” en el mismo segundo. Mientras que se envían mensajes por Facebook en otra parte de la pantalla de la computadora portátil. Mientras echan miradas al videochat del teléfono celular.

Es el consumo de medios obsesivamente sincronizados en esta época en la que se supone que cada espectador es una isla: yo lo llamo ver en sincronía.

Nunca había sido tan fácil ver televisión y películas solo: en el tiempo que uno quiere, en los términos que uno quiere, en aparatos que no es necesario compartir. Y muchas personas lo hacen. Sin embargo, mientras hay tecnologías que generan formas nuevas de ignorar a otros, buscando el entretenimiento, la gente parece desear compartir la experiencia de ver algo, a veces, inventando complejos planes tecnológicos para arreglárselas. Una extensión de estos esfuerzos es el uso, del que se informa poco, de Skype, FaceTime y otros servicios parecidos, con los que se envían contenidos atravesando fronteras e, incluso, censura en lugares como China.

“Es la versión del siglo XXI de los amantes alejados que se escribían cartas, en las que decían que al mirar las estrellas, sabían que el otro las veía también”, comentó Adam Robbins, un estudiante en la Universidad de Boston, quien vio en sincronía “Doctor Who” con su novia Sarah Palmer el año pasado, porque las vacaciones de invierno los separaron brevemente cuando apenas llevaban meses de relación.

Quizá como yo, han leído los obituarios periódicos para ponerse de acuerdo en ver algo. Ya no vemos a Walter Cronkite al mismo tiempo. Sin embargo, últimamente, se me ocurrió que el anhelo por ver cosas juntos ha sobrevivido a la época Cronkite, aunque con una mutación considerable. Entre amigos, sigo oyendo hablar del gran esfuerzo que hace la gente para ver cosas en pareja.

Es posible que los países ya no vean juntos, pero la gente coordina sus propias republiquitas de dos o unos cuantos, manteniendo a raya a la soledad, compartiendo el tiempo libre en la misma habitación – virtualmente – con los seres queridos o los amigos.

Cuando The New York Times utilizó a Facebook para invitar al público mundial a compartir historias sobre ver en sincronía para este artículo, surgieron los testimonios, y cada espectador describió un complicado método personal, aparentemente sin percatarse de que muchos otros emplean formas similares.

Julianna Aucoin, de 19 años, dijo que su familia y ella usaron una combinación de Netflix y Skype para ver en sincronía “Lost”, cuando ella se fue a Harvard, para distraerse de las realidades de la añoranza (por parte suya) y un hogar reducido (por parte de ellos). Para que la experiencia fuera principalmente vinculante, cada parte usó su propia conexión a Netflix para la parte visual, pero a Skype para pasar la conexión de audio de una a la otra parte. Así, podían escuchar el programa, reírse y hablar, sin que chocaran ambas bandas sonoras por estar unos milisegundos fuera de sincronía.

Lilia Hadjiivanova, de 24 años, en Gran Bretaña, dijo que veá en sincronía “Lip Service” de la BBC vía Skype, acompañada por vino y su mejor amiga de la infancia en Bulgaria, cuando terminaron en diferentes ciudades británica como estudiantes extranjeras y sin amistades locales para salir los viernes por la noche. “Esas veladas con Daisey fueron la cosa más real que tuve”, contó Hadjiivanova.

Pablo Córdoba, de Barcelona, España, dijo que los sábados son sus “días de cine” con su novia en la Ciudad de México. Utilizan más potencia tecnológica de la que se requirió para el primer alunizaje: dos computadoras portátiles, dos iPhones, iTunes, Skype y FaceTime. “Ahora solo extrañamos no poder tomarnos de las manos”, dijo Córdoba.

La crítica contra la televisión ha sido de tiempo atrás que “aísla de su entorno a las personas, a unas de otras, y de sus propios sentidos”, como es famoso que dijo Jerry Mander en su libro de 1978, “Four Arguments for the Elimination of Television”. Sin embargo, lo que indican estos arduos esfuerzos para ver en sincronía

es que el medio no es intrínsecamente aislante ni intrínsecamente social. Solo es un medio y la forma en la que lo usa la gente – y otras tecnologías con ella – es lo que decide si se parece más a una cabina telefónica hermética o a una divertida cafetería con parlanchines.

Lo que está claro hoy es que los espectadores en todo el mundo están determinados a empujar la visión de cafetería: ver en sincronía se junta a otro fenómeno, como el tuiteo en vivo de programas y espectáculos, y la creación de un contenido de seguidores en plataformas como Tumblr.

“Hay algo en hacer juntos esa zambullida emocional, que es más reconfortante para el espectador”, señaló Sylvia Tonska, alguien más que respondió en Facebook. “La gente necesita a la gente, y la televisión lleva, a veces, nuestras emociones a un nivel que nunca experimentaríamos en toda la vida; es lindo tener a tu pareja, junto a ti en el sofá, durante esa miniaventura”.

Sin embargo, el mundo de hoy – y sus derechos de autor y problemas de conectividad en particular – puede conspirar contra quienes anhelan ver juntos algo a pesar de la distancia. Lo que es gratis y se emite en directo en un país es ilegal o solo asequible en DVD en otro. Alguien con internet a la velocidad del rayo en una región batalla para ver en sincronía con la persona amada, la cual tiene un acceso irregular.

Así es que los espectadores en sincronía se han pirateado un conjunto de soluciones provisionales para seguir conectados. Comparten episodios usando Dropbox. Ponen un programa con iTunes en una computadora portátil, luego usan la característica para compartir pantallas que tiene Skype para emitirlo hacia, por decir, China, a un amigo que está detrás de la Gran Firewall. Colocan las iPads en la cama y encienden FaceTime para que otros puedan ver las reacciones en el rostro cuando hay giros más alocados en la trama. Envían mensajes de texto por teléfono y Facebook durante el programa para compartir el asombro y los comentarios críticos. A veces hay que volver a sincronizar después de los anuncios, ya que las distintas franjas de la Tierra lanzan promocione diferentes.

A la gente que sostiene relaciones a larga distancia le encanta ver en sincronía porque, han confesado algunos en un susurro, puede volverse agotador, noche tras noche, mirar a los ojos del otro en Skype y revisar los acontecimientos del día, que son muy parecidos a los de ayer. Tener algo que ver juntos que no sea al otro puede fomentar una conexión agradable, con una presión más baja.

Claro que donde se comparten experiencias de espectador, existen compromisos y donde hay compromisos hay, inevitablemente, trampas. Cuando Sam Burke empezó a salir con Samantha Stanfield, y ella se fue a estudiar a Bélgica, acordaron ver en sincronía para mantenerse cerca.

“Pensé que ver las mejores películas de bajo presupuesto me permitiría desconectarme por un par de horas y pasar tiempo con mi vieja”, comentó Burke, quien maneja el camión de comida Cha Cha Chow en San Luis, Misuri. Si tan solo fuera así de fácil.

“Deberás tomar precauciones extras cuando navegas en la red y ves películas con alguien más, con tu otra significativa, en una habitación oscura”, dijo Burke. “El segundo en que la luminiscencia de tu piel cambia visiblemente a un ritmo distinto del de la película que están viendo, entonces, estás acabado”.

Los adúlteros más determinados que ven en sincronía – ya estén a miles de kilómetros de distancia o comparten el mismo sofá en la casa – pueden aprender a fingirlo. Peg Keller, de 46 años, una escritora de Cedar Falls, Iowa, adquirió el hábito de ver “Breaking Bad” con su esposo David Keller, de 50 años, el día después de que se transmitía. Sin embargo, durante la quinta temporada, él empezó a trabajar tiempo extra en la planta John Deere donde es maquinista y, a veces, les llevaba semanas poder ver el siguiente episodio.

Ella se desvió del compromiso. Hasta tuvo el descaro de aceptar algunas ganancias mal habidas. “Cuando transmitían el programa, decía: 'Si yo escribiera este programa, esto es lo que haría .'”, dijo. “Apostábamos sobre lo que pasaría, y el perdedor lavaba los platos. Casi nunca 'perdí’”.