En la era de Facebook y Twitter se pone de moda conocerse a la antigua: ¡en persona!

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Nueva York

El escritor sobre comida M.F.K. Fisher dijo alguna vez: “Primero comemos y luego hacemos todo lo demás”. Ese fue el caso un sábado reciente, cuando 60 personas se reunieron a almorzar en torno a dos largas mesas cubiertas con tela blanca, en mitad de un espacio para oficinas vacío, cerca de Times Square. Borlas blancas y anaranjadas estaban encordadas a dos vigas metálicas, lo que daba un aire festivo a la reunión.

Grace Ban estaba sentada junto a Georgina McDonald, quien elogiaba la salsa de cordero y la berenjena asada, servidas al estilo casero. McDonald presentó a Ban con un amigo que recién había renunciado a su empleo en finanzas para viajar por el mundo. Ambas le lanzaron una mirada admirativa.

Ban, una subgerente de medios sociales en Bergdorf Goodman, dijo que espera explorar culturas diferentes, quizá visitar Nueva Zelanda. McDonald, quien trabaja en márquetin digital, quería hacer un viaje por carretera por todo Estados Unidos. “No en línea recta”, agregó. “Sino por todas partes”.

Ambas parecían buenas amigas. Sin embargo, se acababan de conocer. Eran huéspedes de Spring Street Social Society, que organiza cenas y espectáculos de variedades para sus miembros y otros, como algunos que pagaron hasta 200 dólares para el primer almuerzo fiesta.

“La gente quiere verse en persona y tener distintas experiencias”, expresó McDonald, quien intercambió números con su nueva amiga. “Lo mejor de estas actividades es que sabes que va a ser una experiencia real”.

En una era en la que la gente va en manada a Facebook para encontrar amistades o comunicarse solo mediante textos, un creciente nicho de emprendedores están construyendo negocios que ayudan a las personas a conocerse a la vieja usanza: en persona. A medida que han prosperado las conexiones digitales, también lo ha hecho un sentido de soledad entre algunos usuarios.Patrick Janelle, un fundador de Spring Street, es uno de ellos. Dijo que, la comenzó porque su vida digital, que incluye una cuenta de Instagram con alrededor de 276,000 seguidores, carecía del contacto humano que anhelaba.

Los huéspedes dependen ahora de él, no de un algoritmo informático, para que haga la clasificación social en su lugar, seguros de que sus fiestas crearán una atmósfera que fomente las relaciones significativas.

“Quiero que me recuerden por haber reunido a estas personas”, comentó Janelle sobre las tertulias que planea con su socia en Spring Street, Amy Virginia Buchanan. Agregó: “Resuenan en este momento porque hay misterio y sorpresa, y descubres cosas nuevas”.

Los negocios como el de Janelle atienden a personas que necesitan a personas. No se trata de clubes de citas, ni de grupos para reunirse o seminarios de exageradas redes de contactos. Algunos generan ingresos mediante patrocinios y a otros los contratan compañías que buscan llenar un salón o una mesa con huéspedes interesantes. Pareciera que todo está conectado por el carisma de los emprendedores que los operan.

“Todos quieren que esté allí, y yo quiero estar allí”, comentó Emily Gannett, quien es una fundadora de IRL Productions, que realiza fiestas para influyentes y marcas de lujo. (IRL son las iniciales en inglés, en lenguaje de internet, para “En la vida real”) Los huéspedes que pagan para asistir a esas cenas confían en la reputación de sus anfitriones. “Sé que Patrick organiza buenas fiestas”, señaló Ban.

En otra actividad de Spring Street, alguien que reconoció a Ban por Instagram, se acercó a ella. Forjaron una amistad que es tan “IRL” que, desde entonces, ya hicieron un viaje a Dia:Beacon en el valle del río Hudson. Ban tiene muchos amigos en Instagram, cerca de 65.000 personas la siguen. Sin embargo, ser popular en una aplicación es satisfactorio hasta cierto punto.

“Después de interactuar con alguien virtualmente durante tanto tiempo”, dijo Ban, “es bueno conocerlo en persona y darte cuenta de que pueden ser amigos”.

“Hay un mercado porque la gente ha perdido el arte de conversar”, notó Bevy Smith, el creador de Dinner With Bevy. “Las personas están tan ocupadas tratando de establecer contactos que se les olvida como conectarse”.

Smith sonríe cuando conoce a alguien nuevo.“¡Pero qué tal!”, ronroneó dirigiéndose al mesero en el Red Rooster Harlem un viernes reciente.

El sonrió, cautivado por su cliente. Smith destila un encanto natural, que hace que sea la reina en las cenas solo por invitación que organiza para una clientela sofisticada. Sus 86.300 seguidores en Twitter (y seguidores de “Fashion Queens”, un programa en Bravo que ella conduce) gozan con su buen humor. Nacida en Harlem, Smith conoce a muchas personas empleadas en industrias glamorosas porque trabajó en publicidad de modas en Rolling Stone y Vibe.

Ella insiste en comidas a la mesa para sus actividades. “Muchas veces los clientes me hacían retroceder al decir: 'Es mucho dinero. ¿Por qué no hacemos un coctel?'”, contó. “Yo les decía: 'No, porque un coctel significa conversaciones transitorias’”.

En una cena, los invitados tienen tres horas para relacionarse. “Solo tienes una hora en un coctel”, notó. Fue la anfitriona de una cena patrocinada por Target para el cantante Pharrell Williams en el Chateau Marmont, en los Oscar de 2012. Ese año, Belvedere Vodka patrocinó fiestas en Tiny’s y en el Bar Upstairs en Tribeca. Smith sentó a Misty Copeland, una bailarina del Teatro Estadounidense de Ballet, junto al cineasta y crítico cultural, Nelson George. Ahora él está haciendo un documental sobre la vida de ella.

Smith tiene reglas estrictas de participación: nada de medios sociales ni teléfonos celulares a la mesa. Y no pone apellidos en las tarjetas de identificación.“No quiero que la gente se escabulla para buscarte en Google”, dijo. Añadió otra comida a su repertorio. “Cenar con Bevy. La vida con visión” es una serie de comidas en las que, por 125 dólares, Smith dijo que ayuda a los asistentes a conocer personas nuevas e identificar objetivos de vida.

Una fiesta es tan interesante como las personas a las que invita el anfitrión. A las siete de una noche de septiembre, 12 desconocidos estaban alrededor de una mesa en Bacaro, un restaurante italiano en el Lower East Side. Un día antes, recibieron un correo electrónico de Michelle Welsch, la fundadora de Project Exponential, quien se afana por reunir a personas con ideas afines en cenas mensuales. Welsch les dijo a sus huéspedes, a quienes selecciona de una base de datos de personas que expresaron su interés en asistir, dónde reunirse. En el correo electrónico incluyó el diagrama de lugares y un tema que los huéspedes deberían estar preparados para abordar.

Esa noche, el centro de atención estuvo en la creatividad y la inspiración, así como en encontrarle significado al trabajo. El costo: 120 dólares por persona. “A final de cuentas, brindo un servicio y quiero que la gente se vaya con buenas relaciones”, explicó Welsch en entrevista telefónica. “No vendo un producto. Es una experiencia”.