‘No quiero ganar plata por asaltar a la gente’

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Rebobinemos un poco. Estamos en un día cualquiera del primer semestre del 2013.

Ismael Estrada tiene 15 años. Está solo, acostado en un trillo, en algún rincón de ciudadela La Carpio, San José.

Han pasado cuatro horas desde la primera vez que probó la cocaína y siente la necesidad de volver a hacerlo. Pero tiene un problema: no hay dinero para comprar más.

Se come las uñas. Se intenta rasgar la ropa. Se siente desubicado. Justo en ese momento de desesperación, aparecen unos amigos y lo invitan a robar.

El grupo de 10 jóvenes, incluido Ismael, se fue a asaltar, por primera vez, en la misma comunidad de La Carpio.

Si bien asaltar a las personas “era un negocio rentable” que le daba para poder drogarse, necesitaba conseguir más dinero.

Como su mamá tenía una pulpería en el barrio, le robaba ¢15.000 diarios, recordó. “Era algo fijo. No me importaba el daño que estaba causando”, dijo.

La ambición siguió, al punto de que le robó el DVD y un anillo a una de sus dos hermanas. “Ya todos estaban cansados de que yo hiciera eso”, añadió.

Seis meses después de que probó por primera vez la cocaína, sus papás decidieron enviarlo a la finca de un amigo de su papá, en León, Nicaragua.

“Ahí trabajé sembrando yuca. Me dispersé mucho, olvidé las drogas porque allá no tenía acceso a ellas. Como que me limpié”, rememora.

Paralelamente, la empresa La Eskina, comenzaba a funcionar en La Carpio. “Yo escuchaba de eso, pero no hacía mucho caso. No me importaba”.

De regreso a casa. Ya tenía año y medio en el país vecino. Su mamá le pidió que se regresara a Costa Rica. “Ya me extrañaban y yo a ellos; muchísimo”.

Eso sí, solo podía regresar si prometía mantenerse alejado tanto de las personas que lo indujeron a drogarse, como de las mismas drogas.

A la semana de haber vuelto, Ismael recordó el proyecto La Eskina y buscó a Eduardo Iraheta para saber si podía ingresar.

“Los de la empresa me pidieron lo mismo que mis papás: nada de cocaína. Así lo hice desde que ingresé acá, hace unos meses”, asegura el adolescente, quien ahora tiene 17 años.

Lo bueno de haber llegado a La Eskina, dijo, es que pudo también llevar a su hermano menor, de 15 años, quien también estaba comenzando a drogarse.

“Siento que pude salvarlo; sacarlo de ese hueco antes de que llegara muy abajo”, expresó.

Hoy, Ismael pretende estudiar una carrera técnica y vivir de un salario honrado. “No quiero tener plata que me gane por asaltar a la gente”, aseveró.