Joven añora visitas de excompañero de celda ante ausencia de su familia

Pobreza, lejanía y desinterés influyen en que allegados se trasladen hasta el Centro de Formación Juvenil Zurquí.

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"A mi me sacaba a visitas un compañero de celda. Legalmente se sentía bonito porque aunque yo sabía que la visita no era para mí, uno se iba de viaje y se sentía bien, ahora ya no salgo porque él está en otro pabellón, eso me agüeva porque es bonito sentir que lo apoyan a uno (...).

"Yo voy para dos años de estar aquí y no recibo ningún apoyo de mi familia (...). Ellos se olvidaron de mí y yo me olvidé de ellos".

Las palabras anteriores reflejan la situación de Pedro, un muchacho de 17 años que está recluido en el Centro de Formación Juvenil Zurquí y quien por dos meses compartió con los parientes de su amigo los jueves y sábados, días de visita en el lugar, ante la ausencia de su propia familia.

Él es uno de los 25 jóvenes que nadie llega a ver al Centro, el cual es el único en Costa Rica para dar contención a menores entre los 12 y 18 años. Además, hay un espacio dedicado a muchachos entre los 18 y 21 años.

A Pedro, cuyo nombre es ficticio, le quedan poco más de ocho meses en el sitio, en el que en total hay 94 personas. Aunque no tiene adonde ir al salir, espera no volver a errar en el futuro y regresar a su natal San Ramón, en Alajuela.

"Me fui de mi casa, me tiré a la calle, por decírselo así, empecé a vender drogas y decidí salir adelante por mi mismo. Caí aquí y estoy echando para adelante. Espero no volver a hacer lo que hacía antes (vender droga) porque sería tonto de mi parte, cuando salga ya voy a ser mayor de edad.

"Estar aquí no se lo deseo a nadie, ni a mi peor enemigo. Sí es más bonito que las cárceles de grandes, pero finalmente es una cárcel", explicó el joven, quien tiene decenas de heridas en sus brazos, hechas posiblemente con armas punzocortantes.

Ante la carencia de apoyo familiar, el cual visiblemente reciente, y la añoranza de compartir con los parientes de su excompañero de celda, Pedro encontró refugio en la música, escribiendo canciones que luego canta los viernes con una banda de garaje.

"La banda me motiva, me gusta demostrar mi talento y cantar. Me estoy enfocando en eso. Me gusta Bad Bunny, las canciones que yo saco son como las de él, no iguales, pero el estilo es parecido.

"Yo quiero aprovechar la oportunidad, antes no la tenía porque me portaba mal, pero ahora pedí el chance y me lo dieron, incluso ya fuimos a la calle y todo, fue muy bonito porque tenía casi dos años sin ver la calle", detalló.

Durante la conversación, el muchacho, quien tiene varios tatuajes en el brazo izquierdo, sonríe una que otra vez, aunque al hablar de su familia deja ver el vacío emocional que le produce la ausencia de los suyos.

Además del abandono familiar, Kattia Góngora, directora del Centro, afirma que la pobreza y lejanía son otros factores que afectan la visitación de los jóvenes.

En el caso de Mario, un muchacho de Talamanca, Limón, y de 20 años, son precisamente las últimas dos aristas las que lo han hecho ver a su mamá tan solo cuatro veces en cuatro años.

'En una cárcel pasan cosas horribles que uno nunca quiere vivir ni saber'

La estancia de Mario en el Centro de Formación Juvenil Zurquí ha sido dura, pero cada vez que ve a su madre toma un nuevo impulso para salir adelante en busca de un mejor futuro.

Hace tres meses fue la última vez en que este muchacho, cuyo nombre no es el real, compartió personalmente con su progenitora, quien sale un día antes de la visita de Talamanca, duerme en Limón y luego se traslada a San Luis de Santo Domingo de Heredia, donde queda el centro en el que finalmente se encuentra con su hijo.

"Son pocas veces las que he visto a mi madre, a ella le queda lejos y a veces la parte económica también afecta. Hace tres meses no la veo, pero cuando ella viene me da fuerza, porque estar encerrado y separado de la familia no es fácil, verla me hace sentir emocionado y contento", manifestó el joven.

A pesar de alegrarse al ver a su mamá, reconoce que en ocasiones prefiere contarle poco sobre lo malo o difícil que afronta en el Centro, ya que no quiere que ella se marche afligida o preocupada.

"En una cárcel pasan cosas feas, horribles, que uno nunca quiere vivir ni saber, por eso trato de cambiar mi actitud, de pensar en cosas positivas y el trato con mi madre siempre me ayuda. Le digo que por lo material no se preocupe, que venga solo a verme tranquila y si puede porque yo no fui con ella a hacer las cosas que hice y tengo que asumir las consecuencias", explicó Mario.

El teléfono es otro medio de comunicación utilizado por este muchacho de 20 años y, aunque asegura que no es lo mismo que tenerla al frente, al menos le da la posibilidad de compartir algunos minutos con ella todos los días.

Otro estímulo para Mario es el estudio, luego de que una profesora le hizo ver que cuenta con iniciativa, actitud y disciplina.

"Desde que caí aquí me motivó esa vara (el estudio). La profesora me señaló cosas que no sabía que existían en mí, como la actitud y disciplina, eso me lo tomé en serio. Con cuatro años de estar aquí terminé la escuela y ahora estoy en décimo, solo me queda un año y son cosas positivas para el mañana", detalló.

Agregó que a pesar de tener hermanos no mantiene contactos con ellos, debido a que uno está preso y otros poseen deudas con la justicia.