Elsa Hernández: ‘mis hijos tienen al mejor papá; él dio su vida para salvarlos’

Viuda no consigue trabajo y, cada mes, debe reunir ¢100 mil para pagar la casa

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Desde marzo pasado, Elsa Hernández Álvarez, de 22 años, viaja cada semana del centro de Barva de Heredia hasta el sector de Puente Salas, donde se sienta a recordar momentos que la hacen sentir “la mujer más feliz, pero también la más infeliz”.

Una esquina es el primer lugar que visita, aunque solo encuentra escombros por doquier, un servicio sanitario en medio de nada y una pared multicolor de madera quemada.

Hace cuatro meses y medio, en ese mismo sitio estaba su casa, la que por seis años compartió con su pareja, José Fabio Sancho Morales, de 24 años.

En esa vivienda crearon recuerdos, entre los más atesorados, la llegada de sus tres hijos, quienes hoy tienen 3, 4 y 6 años.

Hernández reconoce que así como llegan a su memoria escenas preciadas, el lugar también le evoca la tragedia más grande y difícil que ha tenido que afrontar: la muerte de su compañero sentimental.

La mañana del 14 de marzo, a eso de las 8 a. m., su primo Steven Araya Álvarez, de 23 años, roció las paredes de la casa con gasolina y le prendió fuego, como venganza contra su esposa, quien junto a su hijo de 5 años se hospedaba con ellos desde enero luego de separarse de Araya.

Mientras las llamas consumían la estructura, Sancho se encargó de sacar a su familia de la vivienda y ponerlos a salvo. También a la familia de Araya.

Trece días después, el joven fallecía en el hospital debido a las secuelas de las graves quemaduras que sufrió al arriesgar su vida por sus seres queridos.

“Él quedó como el más valiente para el país y así lo es para nosotros. Mis hijos tienen al mejor papá; él dio su vida para salvarlos y eso nos marcó para siempre”, aseguró Hernández.

Araya también perdió la vida.

‘No es lo mismo’. Antes de que la fatalidad tocara su puerta, Hernández era ama de casa, dedicada a cuidar de sus niños. Cuatro meses después del incendio, ella ha intentado encontrar trabajo, pero no lo ha logrado “porque en todo lado piden experiencia laboral, y yo no tengo”, lamenta.

Es tal la desesperación que dice sentir, que acepta cualquier empleo que le ofrecen.

“Cuando me sale un trabajo lo tomo. Generalmente es para limpiar casas, pero no es suficiente. Lo he hecho como cuatro veces desde que pasó lo que pasó y, cada vez gano unos ¢10.000 o ¢12.000. No alcanza para nada”, expresó.

Según dice, esa falta de ingresos económicos hace que el día a día sea difícil, ya que deben pagar ¢100.000 por el alquiler de la casa a la que se tuvieron que mudar en el centro de Barva. Eso, sin contar servicios públicos ni comida.

“De la noche a la mañana lo perdemos a él y, con él, todo lo demás. Cuando él estaba teníamos estabilidad y un apoyo constante. Ya sin él, no es lo mismo. No tenemos nada. La persona que veía completamente por todos no está”, lamentó Hernández.

Resaltó que las empresas para las que trabajó Sancho en los últimos años les han tendido la mano. Por ejemplo, una de esas compañías les paga psicólogo a ella y a los tres niños.

“Que nos hayan apoyado con esas terapias es bueno porque las primeras dos semanas después de lo que pasó, yo estaba muy distante de mis bebés. Cada vez que yo veía a mis hijos, lo veía a él y eso me hacía daño. Pero la psicóloga me ayudó mucho”, comentó.

Visitas al cementerio. Aunque Hernández aseguró que la situación familiar mejora día con día, admitió que aún es difícil lidiar con el dolor de la pérdida, sobretodo para los niños.

Los menores le preguntan a diario por el papá y, por ello, van a visitarlo todas las semanas al camposanto de Barva, donde está enterrado.

“Me dicen que lo extrañan y cada vez que ven una foto de él, no la quieren ni soltar. Sé que les hace falta y es duro”.

De hecho, para el pasado Día del Padre, la hija mayor, de 6 años, le hizo una jarra y le pidió a Hernández que se la fueran a dejar al cementerio. “Con un poco de cemento la pegamos a la lápida y ahí está todavía”, contó.

La joven viuda admitió que el proceso de duelo la ha llevado incluso a perdonar a su primo, el que provocó el incendio.

“Uno no es nadie para juzgar. No entiendo cómo un momento de debilidad pudo terminar con nuestra felicidad, y por las noches siempre me pregunto eso. Pero, de nada sirve preguntarlo. José Fabio ya no está aquí. Él está en el cielo, feliz, y ese es nuestro único consuelo”, concluyó.