“Yo buscaba un trabajo para vivir y, por ese mismo trabajo, casi me termino muriendo”. Así empezó a relatar Claudio Gómez lo que le sucedió en el 2005, cuando apenas tenía dos meses de laborar en el peaje de Alajuela.
Era un día entre semana y esto implicaba que había paso libre cada 20 minutos para descongestionar la carretera; por tanto, los conductores no debían detenerse a pagar.
Sin embargo, a pesar de ello, los cobradores debían quedarse en las casetillas. Gómez estaba en la caseta número tres de las cuatro que hay.
“Recuerdo que venía un carro, se estacionó al frente de mí e hizo un ademán de pagarme. Le dije que no, que debía seguir. No había tardado en decir eso cuando vi que se me vino encima una vagoneta: venía rapidísimo”, narró el cobrador, de 61 años.
Todo transcurrió en segundos, añadió. “No hubo tiempo para nada. En un abrir y cerrar de ojos, todo estaba destruido y en el piso”, describió.
De ese accidente, Gómez salió casi ileso. Solamente sufrió un golpe en el estómago y unas lesiones leves en los brazos. Cuenta que físicamente no tiene cicatrices, pero es un recuerdo que lo acompaña cada día.
“Tanto es así que, siempre que me toca esa casetilla, me pongo a orar desde el día anterior porque los choques siempre son contra esa caseta. Es algo muy curioso”, manifestó el cobrador.
Aunque su quehacer parece tranquilo, Gómez asegura: “Es peligroso porque nuestra compañera de trabajo es la muerte”.
Por eso pide a los choferes prudencia. “Aquí trabajamos personas con familia y con una vida por delante”, concluyó.