25 madres reclusas ‘hornean’ su libertad con 55.000 bollos al día

Deben dormir cuatro noches por semana en un centro de atención

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Hace cuatro años, Nancy Ortega Pérez aprendió a leer y escribir. Esta mujer, de 39 años, nunca fue a la escuela, pero estando presa en El Buen Pastor, cursó hasta cuarto grado. “¡Por lo menos ahora sé escribir mi nombre y vieras qué firma más linda me tengo!”, exclamó.

Esta madre de cuatro hijos está en la cárcel desde el 2009, cuando la sentenciaron a siete años por venta de drogas. Su aspecto es humilde y entusiasta. Una equipo de La Nación la entrevistó en medio de un sabroso olor a pan y decenas de sacos de harina en la panadería penitenciaria, ubicada en el Centro de Atención Semiinstitucional para La Mujer en San Luis de Santo Domingo, Heredia.

Desde hace ocho meses, Nancy pasó al régimen de confianza por su buen comportamiento, y le asignaron una gran responsabilidad: mezclar todos los días 1.500 kilos de harina con 600 gramos de levadura, 1.200 kilos de sal, 1.600 kilos de manteca y 30 litros de agua.

Ella, junto con 24 madres reclusas, hornean 55.000 bollos, dulces y salados, diariamente, que se consumen en todas las cárceles del país.

Las 25 mujeres se despiertan a las 5 a. m. para bañarse, desayunar y ponerse unas sandalias cómodas, gorros, mascarillas y gabachas. Ellas inician labores a las 6 a. m., de lunes a viernes. Este último día salen de prisión a visitar a sus hijos, pero el lunes deben regresar a la panadería, bien temprano.

“El proyecto de la panadería es un gran beneficio para nosotras, yo ya no me considero privada de libertad. Es un beneficio lindo porque uno sale de la cárcel, le dan un trabajo aquí y tiene derecho a salir fines de semana para estar con la familia de uno”, afirmó Nancy.

Esa labor es remunerada: reciben unos ¢90.000 por quincena, dinero que envían a sus hijos, pero también se les rebaja un día de prisión por cada dos días de trabajo.

A las más nuevas les tocó aprender observando a las expertas. Ninguna sabía hacer pan, menos en cantidades industriales. Su paso por la panadería es de solo 12 meses, lo que permite dar oportunidad a nuevas reclusas que pasaron al régimen de confianza.

El mezclar, afinar, cortar, amasar, hornear, empacar y volver a mezclar, afinar, cortar, amasar, hornear y empacar todos los días puede resultar tedioso para estas mujeres.

No obstante, en su semblante siempre hay humor. “¿Usted ha visto una hormiga haciendo pan?”, pregunta una de las reclusas. “Pues véala, a ella le decimos así”, y señala a una de sus compañeras, mientras el resto de mujeres suelta una carcajada. En medio del trabajo afloraron otros apodos como el de Yoyo y Capullo.

Salidas. Nancy tiene cuatro hijos, de 25, 22, seis y cuatro años. A los dos menores los cuidan en el Hogar Santamaría, en Desamparados.

“Yo los recojo los fines de semana, pero cuando no tengo plata para salir con ellos y llevarlos a comer, me quedo en el centro porque me afecta mucho no poderlos sacar. Mejor me espero a los días de pago”, afirma esta madre, cuyo hijo menor creció viéndola, desde los cinco meses, una vez cada 15 días.

“Yo soy madre sola desde hace 12 años, me separé y me independicé del papá de mis hijos, a quien no le pido ni los buenos días. Por errores de la vida, hice lo que hice, pero uno como madre hace lo que sea por los hijos. En el fondo, me arrepiento mucho porque he afectado a mis niños pequeños”, relató.

Dificultades. En el Centro de Atención Semiinstitucional para La Mujer hay 114 reclusas en un régimen de confianza, entre ellas, las 25 panaderas. Las otras mujeres cuidan adultos mayores, laboran en la empresa privada o trabajan por cuenta propia como manicuristas, haciendo manualidades o como costureras.

Todas estas mujeres, condenadas por diversos delitos, deben dormir algunas veces en el centro, por ejemplo, 25 pernoctan un día por mes, 52 lo hacen dos veces al mes, 12 van una vez por semana y las 25 panaderas, cuatro días semanales.

Yolanda López, directora del Centro, explicó que estas mujeres tienen dificultades para encontrar empleo fuera de prisión.

“Cuando ellas vienen aquí reciben el curso de manipulación de alimentos del Instituto Nacional de Aprendizaje. En la práctica, aprenden a hacer el pan. Después del año, algunas mujeres salen en libertad condicional porque ya cumplieron la media pena y en la panadería se sustituyen por otras mujeres de El Buen Pastor.

”A muchas se les dificulta encontrar empleo por su baja escolaridad, por ser jefas de hogar y porque, como ya tienen un antecedente penal en su hoja de delincuencia, el empleador se resiste a contratarlas”, explicó López.