Parientes de ticos desaparecidos hace 29 años acuden a la CIDH

Procuran que Nicaragua y Costa Rica brinden explicaciones

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“Desde el momento en que se perdió, el dolor y el sufrimiento no me dieron chance de rehacer mi vida porque es terrible ver salir a una persona de la casa y no verla otra vez de nuevo. Es terrible que uno no sepa si está viva o muerta porque no la veló ni la enterró, aunque hubiera sido en pedazos...

”Yo hace mucho tiempo perdí a mi papá y –no me lo crea– le di gracias a Dios porque sé que mi papá está en el cementerio, puedo llevarle flores, pero yo a mi esposo no... No sé dónde está”.

Eudocia González González, de 56 años, guardó silencio en su relato, respiró profundo y siguió: “Yo tenía siete años de casada cuando mi esposo se perdió”.

Se trata de Fabio Araya Vargas, uno de los siete costarricenses que viajaban en el barco Diana D, que desapareció en aguas del Pacífico el 20 de enero de 1984.

El navío, que media 91 metros, salió el 19 enero de 1984 del Puerto San José, en Guatemala, hacia el puerto Caldera, en Puntarenas, pero nunca llegó.

Cuando se dio el último contacto con la embarcación, se encontraba entre El Salvador y Nicaragua. Ahora, 29 años después de la desaparición del navío, Gloria Morales Quesada, hermana y tía de dos de los desaparecidos, en representación de todas las familias, elevó el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), cuya sede está en Washington.

“Lo único que queremos es que los Gobiernos de Costa Rica y Nicaragua nos digan qué pasó con los ocupantes de ese barco”, dijo Gloria Morales.

Tragados por el agua. El barco Diana D era un carguero de bandera mexicana que podía trasladar furgones pues abría las compuertas de la proa. Transportaba 31 contenedores, 25 de los cuales contenían frijoles para el Consejo Nacional de la Producción (CNP). Venían 26 personas: siete costarricenses, 11 guatemaltecos, siete mexicanos y un peruano.

Los nacionales eran Manuel Quijano Vives, de 31 años; Álvaro Villegas Benavides, de 28; Franklin Cruz Aguilar, de 22; Fabio Araya Vargas, de 31; Benjamín Cabezas Sojo, de 35; Omer Morales Quesada, de 45, y su hijo, Giovanni Morales Vargas, de 18.

“Mi esposo (Fabio Araya) era camionero y ya se había venido en ese barco porque era más rápido que venirse por tierra y podía pescar. Por eso se vino en ese bendito barco” , dijo Eudocia González.

Un día después de zarpar, la embarcación reportó problemas en los motores. Se informó que otras lanchas salieron en su auxilio, pero ya el 21 de enero de 1984, cuando se buscó, no se encontró rastro.

“Es ahí cuando se da la desaparición. Nos decían que estaba en Puerto Corinto (Nicaragua) tapado con manteados y que los sandinistas los habían agarrado.

”Las familias nos reunimos con el ministro de Seguridad, Ángel Edmundo Solano, y yo le pregunté por qué no hacían nada. Me dijo que estaban investigando, que le dieran tiempo, y todavía sigo esperando.

”En ese momento yo creía en los Gobiernos, pero hoy la política es lo más sucio y cochino. En ese tiempo pudieron habernos ayudado, pero no lo hicieron”, expresó Eudocia González, quien vive en Cañas, Guanacaste, con su hija Zeirith.

Tras 29 años se han hecho diversas pesquisas y nadie ha encontrado vestigios ni del barco ni de los 26 ocupantes. En los informes – escuetos por lo general– se alegan trabas para conseguir información.

“Es muy difícil que aparezcan. Yo hablo mucho con mi hija. Han sido momentos tan difíciles en los que nos sentamos a llorar, y ella me dice: ‘Mami, yo no creo que papá esté vivo. ¡Son tantos años!’”, concluyó Eudocia González.

Esta mujer y las otras seis familias son las que ahora pelean por respuestas en organismos internacionales. No quieren dinero, sino que les digan qué pasó.