Hombre que vendió drogas por 30 años ahora sana a los adictos

Cambió de vida por temor a caer en la cárcel o morir en líos con el narcotráfico

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“Mi vida estaba despedazada. Yo era explosivo, me gustaba el sexo desbordado, regalar droga a las mujeres y a los secuaces. A ellos les decía: ‘Hagan lo quieran, pero guárdenme la espalda’. Tenía la familia abandonada, mis hijos fumaban droga. Ese día, en el calabozo del OIJ, me hinqué y pedí: ‘Señor, no se sí tú vives o no. Estoy cansado de esta vida. No sé qué rumbo llevó. Quiero que me perdones, y, si voy a la cárcel, que sea tu voluntad; pero, si no, dame una oportunidad. Líbrame de esta y saldré de este flagelo’”, recordó Carlos Sibaja Valverde.

En noviembre del 2002 decidió cambiar. “Dios me dio la oportunidad”, añadió.

Los siguientes dos años luchó por desintoxicarse con ayuda de Neuróticos Anónimos y una congregación religiosa.

Sibaja reorganizó su vida. Se estableció vendiendo lotería, y, el año pasado, abrió Casa Levántate, en el barrio La Cruz de Ciudad Quesada, en San Carlos, para rehabilitar a los adictos.

El funcionamiento del centro, donde ya tres hombres cambiaron las drogas por un trabajo honrado, es vigilado por la Fiscalía de San Carlos. Esta incluso envió a tres adictos que aceptaron someterse al tratamiento antes que ir a la cárcel pues cometieron un delito con pena menor que tres años.

Vida de lujuria. Carlos Sibaja era “un dolor de cabeza” para las autoridades en San Carlos. Desde la década del 70 se lo vinculó con asaltos y robos. Varios años después se lo consideró uno de los principales distribuidores de droga en Ciudad Quesada.

Sibaja, de 53 años, entre el año 1970 y el 2002 registró unas 15 detenciones. Descontó prisión preventiva, pero no lo condenaron.

“Mi vida era un torbellino. Desde los 11 años ingería licor. Luego fumé marihuana, y, cuando aparecieron, consumí crack y cocaína. “Me crié en el barrio La Cruz. Nunca supe qué eran una Navidad ni un cumpleaños; más bien, me daban un cajón de limpiar zapatos, y: ‘Tiene que traer tanto dinero’”, narró.

Sibaja no concluyó la escuela. A los 15 años, junto con otros muchachos, se dedicó a asaltar usando el “candado chino” en las calles sancarleñas, según dijo. El dinero que robaba era para el vicio.

Este hombre, quien fue criado por su abuela, dijo que a los 18 años compró su primera arma de fuego: “Una 25, y, de ahí en adelante, no me podía faltar el arma de fuego”.

Carlos Sibaja explicó que en los años 80 ya se había convertido en un distribuidor de drogas: “Todos me respetaban. Yo dominaba el barrio La Cruz. Allí nadie podía vender droga a no ser que me vendiera a mí. Me casé y agredía a mi esposa. Yo llegaba drogado a la casa y le tiraba la olla de frijoles. Agarraba a patadas a mis hijos. Esa mujer vivió conmigo como esclava hasta que no aguantó y me dejó”.

Sibaja, quien tiene gran habilidad para negociar, dijo que involucró a sus vecinos para que lo “ayudasen en el negocio”. Por esto, la policía allanaba en vano su casa. “La droga y los billetes estaba en otras casas”, confesó.

“Uno busca estrategias porque el OIJ trabaja con información que sale de la misma chusma. Yo sabía que el que me entregaría era uno de mis allegados; por esto siempre venía limpio. Otros eran los que llevaban la droga y el dinero”, agregó.

Sibaja comentó que la vida en el narcotráfico no es fácil pues siempre hay riesgo: “Cualquiera tiende una emboscada”.

En noviembre del 2002, sus colaboradores estaban presos, incluido su hijo mayor. Entonces, el OIJ lo detuvo, pero no halló droga y quedó libre. Allí cambió. “Mi vida no tenía salida: era la cárcel o la muerte”, reflexionó.

Se dedicó a la venta de lotería y, tras aceptar que había inducido a decenas de personas al vicio, pensó que ahora debía rescatarlas.

Por eso, en el 2011 alquiló una casa de madera donde abrió el centro y, con unos ahorros, la compró en diciembre pasado.